Nosotros

¿Por qué se resiste al cambio la élite económica? Aunque el país tiene posibilidades excepcionales de transformación, es llamativo que sea la gente con dinero, poder y lazos globales la menos dispuesta a abrazar los cambios necesarios. Empezando por la cobardía para decir que tenemos un presidente insuficiente en veracidad y eficacia.

Tiene sentido que un clasemediero tema cuando toca protestar en la calle o denunciar la corrupción. Si su jefe lo reconoce en una foto de la protesta o se entera de que lo ha denunciado, fácilmente arruinará su vida. Es tan precario su bienestar que un despido, un retraso en el salario, cualquier tropiezo administrativo detendrán los pagos de la escuela y las letras de la hipoteca.

En cambio, un Bosch, un Paiz, un Botrán o un Castillo, por nombrar apenas los primeros que vienen a mi mente, podrían darse el lujo de señalar la corrupción con nombre y apellido, de distanciarse del poder soez, de aceptar visitar en la cárcel al primo corruptor. Apenas sería inconveniencia marginal. Pero se resisten.

Dos ideas explican esta paradoja. Una primera razón es interna: no ven la necesidad. Salvo si padecemos algún grado de psicopatía, las personas queremos bien para nosotros mismos, para los nuestros e incluso para la sociedad más extensa. Pero, señalan los psicólogos y los sociólogos, es en el cómo conseguir ese bien donde diferimos. Lo que varía es a quién consideramos nosotros.

Ilustra el caso límite el deplorable Donald Trump. Afirma que lo suyo será lo mejor del mundo: la «mejor política», la «más grande guerra», el «mejor seguro de salud». Aun con resultados exiguos, incluso contraproducentes. Pero sospecho que cree lo que dice. Como su mundo tiene un solo habitante —él mismo—, cualquier cosa es, por definición, lo mejor que hay. Su lamentable nosotros es solo él.

Nuestra élite padece algo similar. La reticencia de sus líderes se resume en el dicho malicioso: «Los ricos estamos cabales». Su nosotros está completo y goza de bienestar. ¿Por qué reparar lo que no está roto?

Por eso les causa perplejidad que haya otros que no quieran lo mismo que ellos. Tan productiva la mina y usted la quiere cerrar. Tan fluida la carretera y usted la quiere bloquear. Tan buenas nuestras elecciones y usted dice que en estas condiciones no las quiere. Tan sencillo que sería si ustedes, montón de quejosos, hicieran lo que les decimos.

Compréndalos: usted y yo también vivimos perplejos ante nuestras mascotas. ¿Por qué se levanta el perro y ladra? ¿Qué piensa el gato cuando mira por la ventana? Nuestros otros domésticos nos son tan imponderables como para la élite lo son las necesidades de la gente que resiste incorporar a su nosotros.

No es que Felipe Bosch no quiera combatir la corrupción. Es que lo que hace su presidente para su nosotros no es problema. Lo que Felipe Bosch necesita aprender (sí, aprender, que la fortuna no garantiza prudencia) es que tampoco es que los otros no quieran instituciones que construyan prosperidad, sino que él se resiste a redefinir el nosotros nacional para admitir a todos.

A quien las instituciones no le pertenecen ni le sirven, poco le importa mantenerlas y construirlas. Las instituciones, o se consolidan con todos, o no prosperan.

A quien las instituciones no le pertenecen ni le sirven, poco le importa mantenerlas y construirlas. Las instituciones, o se consolidan con todos, o no prosperan. La justicia de los derechos de propiedad que quiere Bosch no se consolidará sin la justicia indígena de quienes él no ve como miembros del nosotros nacional.

La segunda razón de la resistencia al cambio es externa. A escala global, nuestra élite no es tan eficaz como quisiera parecer. Podemos tomarles la palabra, creer que sus empeños son por el bien de la patria, pero despiertan dudas. Un migrante asume riesgos altísimos para escapar de la pobreza, vivir en paz y ser más productivo en el mundo desarrollado. Ahora usted me dice que un hijo de la élite, que lo tiene todo y podría hacer lo mismo sin dificultad, se queda aquí por generosidad. Hágame el favor.

El motor más probable es el temor: ¿y si no puede sobrevivir allá afuera siendo un don nadie? Vamos al ejemplo: en el mercado de la comida rápida de los Estados Unidos, todo el poderío de la megaindustria nacional se redujo a una tienda de barrio, a una venta más, apenas para convencer a los centroamericanos nostálgicos de comprar lo que ofrece. El gigante local es un auténtico enano global. El ratón de granja prefiere la seguridad de su trigal arbitrario a los riesgos de la ciudad democrática.

Ilustración: Como aldeanos en la gran ciudad (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública

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