No temas

«El peligro es enteramente distinto del temor» y la forma de dominar el miedo es acostumbrándose a sus causas.

Te criaron con miedo. Miedo al otro, miedo al comunista. Miedo al ateo, miedo incluso a la religión ajena. Miedo al futuro incierto, miedo a los impuestos, miedo a la gente distinta de ti.

Cuando naciste, tu miedo ya estaba instalado. Como especie, porque desde la antiquísima África aprendimos a qué temer: a la víbora y a la araña, que con su veneno mataban; a la gente desconocida, que al no ser pariente podía quitarnos hogar, presas y parejas. Como clase, a esos miedos arcaicos tus abuelos y bisabuelos precavidos agregaron el temor a la gente que despojaron, el temor al indio que podía alzarse machete en mano. Y para buen resguardo lo sellaron todo con el silencio, con el temor al diálogo.

Con el tiempo nos regalaste tus miedos porque una pena compartida es media pena. En la escuela, en la iglesia y en la política nos hicimos tus hermanos en el miedo. Y hasta el pobre llegó a temer a su sombra, a temer aquello que más le faltaba.

Hoy ya no están las certezas de un tiempo que no cambia, de comunistas malos y curas buenos. Ese mundo acabó. En el caos de nuestra democracia, sucia, desordenada y sin tregua, hay empresarios —gente bien, dirás— en la cárcel. Y en la picota, militares que defendieron a tus padres y a tus tíos. Con ruidoso alboroto la morralla pide derechos. Reclama tierra, agua, justicia. ¡No callan! Quieres regresar al regazo de tu nana, esa mujer pequeña de mano morena y cara arrugada, que te consolaba cuando tus padres no estaban. Y aunque su acento era extraño y su español quebrado te daba seguridad. Porque sabía su lugar y tú también.

Hoy otras mujeres, que visten como la nana en fin de semana, denuncian en un juzgado y ya no sabes qué pensar. Protestan reclamando el agua que obviamente ya sale del grifo del condominio y no sabes qué decir. Vociferan con el puño en alto o lloran en un juzgado al recordar a un malvado que las violó hace tantos años, pero tú solo añoras los pasillos frescos, el ruido de tacones en la seguridad de la casona de la abuela. Esa que derribaron hace años para construir un gran edificio.

Hoy, te lo digo sin rodeos, ya no es tiempo para miedos. El miedo arcaico —así fuera a las arañas o a los pobres— servía un propósito en el pasado. En el bosque sí podías morir por una picadura. En la finca explotadora sí podía alzarse el mozo y acabar contigo mientras dormías. Pero hoy vives en la ciudad, apenas hay arañas y las que están te ayudan a acabar con los mosquitos. Hoy vives en democracia, y los otros, ese montón de otros, te ayudan a crear prosperidad y bienestar.

Hoy no son —no pueden ser— tus enemigos. Son tus conciudadanos y socios en democracia. Cuando ellos sufren, tarde o temprano tú sufres también, así tengas todo el dinero del mundo y ellos nada, porque hoy el comercio, las finanzas, la paz, el bienestar y la innovación, todos dependen de que trabajemos juntos. Pero tendrás que aprender a dominar tus miedos. Porque «el peligro es enteramente distinto del temor» y la forma de dominar el miedo es acostumbrándose a sus causas.

Si no has de temer al indígena, tendrás que trabajar con él. Si has de tener un Estado funcional, tendrás que perder el miedo a los impuestos. Si no has de temer a la gente de la izquierda, tendrás que sentarte con ella y hacer cosas en común. Si no has de temer a quienes claman por justicia, tendrás que ponerte a su lado para ver las cosas que vieron sus ojos, sentir lo que sintió su corazón, entender que no son monstruos, sino personas con dolor.

No es tan difícil. Ya tienes ejemplo para seguir. Los más jóvenes te lo han estado dando desde hace un año. Superando sus temores, desde las universidades —esas fábricas de desconfianza mutua— dialogan, se acostumbran al objeto de sus miedos y descubren que allí no hay sino un atavismo. Cruzando la frontera antes infranqueable, desde la ciudad se acercan al campo y desde el campo se apropian de la ciudad, desdibujando las barreras que el miedo construyó entre la causa campesina y las necesidades de una urbe clasemediera.

Hoy estamos a un año de cuando perdimos el miedo para llenar una plaza. Hoy te toca a ti superar el miedo. No el mío ni el de los demás. El tuyo.

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Original en Plaza Pública

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