Cobardía fiscal entre políticos, que se apuran a ofrecer en campaña que no aumentarán impuestos, porque temen que sus financistas les retiren el beneplácito y los fondos de campaña.
Cobardía fiscal entre líderes gubernamentales, quienes no se animan a reconocer que está bien negociar el cómo, pero no abandonar el qué: ingresos suficientes mediante impuestos progresivos, equitativos y sin excepciones. Tibiamente se deterioran en ofrecer un gasto público insostenible a sindicatos y grupos sociales, mientras ceden con una cúpula empresarial retrechera, que nunca va a decir que sí.
Finalmente, cobardía fiscal entre líderes empresariales, que sacan a bailar cualquier excusa (pues no son razones), para resistir el alza al impuesto a sus rentas: que la economía mundial, que la productividad, que la competitividad, que las inversiones internacionales. Pongamos esto en perspectiva. Según la Encuesta de Condiciones de Vida, ya en 2006 el 5% más rico de familias de este país recibía en promedio más de Q300,000 al año por familia. Esto es Q25,000 al mes. Seguramente los empresarios líderes están bastante más arriba. ¿Me van a decir que temen al 10% de impuesto sobre la renta a las utilidades que reciben de sus empresas, aunque con ello pueda mandarse a todos los patojos a la escuela, contratar policías como la gente, ampliar la cobertura de salud para todos o tener empleados públicos de carrera? Vergüenza les debería dar.
Amiga lectora, amigo lector: si su apellido es uno del puñado que en estas tierras de prejuicio marca cuna, plata, destino y hasta ideología, demuestre que me equivoco, y que su patriotismo incluye la valentía de sacrificarse para que otros mejoren. Si teme que sus contribuciones se usen mal, pues ya tiene la siguiente tarea: exigir eficiencia y transparencia a nuestros gobernantes. Pero no me venga con excusas.
Si es joven, pregúntele a sus padres si acaso no vale la pena recibir como legado una patria fuerte, antes que más plata. De todas formas, ¿a quién tratamos de engañar? Usted no se va a quedar en la calle.
Ahora que ha terminado el mes de independencia, teniendo plata o sin ella, reconozcamos que servir a la patria no es solo votar un día, vestir de verde para matar gente en una guerra, o ser “motor de la economía”, sino también trabajar en la administración pública, y pagar impuestos. Sé por experiencia que en tierras de impuestos altos y espíritu público, la gente no se mata por pagar tributos ¡pero tampoco se muere por haberlos pagado!, y disfruta de los beneficios que ello produce: seguridad pública, certeza jurídica, salud y educación, apoyo a las nuevas empresas y tantos otros que puede organizar un Estado que no sobrevive en la miseria.
En el 2012, con un nuevo gobierno, es probable que volvamos a presenciar el pulso tantas veces repetido entre el Cacif y el resto de la sociedad por los impuestos (y no se engañe, no es con el gobierno ese pulso, es con el resto de la sociedad). Entonces, empresario, estudiante, religiosa o político por igual: dé su ejemplo, aún antes que su dinero. Insista en que el Ejecutivo –del color que sea– y el Congreso, aprueben la reforma fiscal ya largamente postergada, y que un puñado de gente poderosa pero timorata no vuelva a negar al país el futuro que tanta falta le hace. Demuestre públicamente que usted no es un cobarde fiscal, que usted no es un cobarde. Exija que otros tampoco lo sean.