Ese que viene de tu propia patria, ese es el peor. No le creas. ¡No lo dejes pasar! Revisa, revisa, vuelve a revisar. Saca de su maleta todo lo que puedas encontrar y vuelve a meterlo todo porque no importa lo que lleve. ¡No importa! Lo que importa es que lo revises.
Hemos sellado todas las entradas. Hemos sellado todas las salidas. Hemos sellado la puerta de la cabina para que ningún malo se meta y estrelle el avión. En cada aeropuerto revisamos minuciosamente a cada pasajero. Cada maleta, cada maletín, cada zapato, cada calcetín.
Marcos magnéticos para encontrar las armas. Celdas cilíndricas con paredes de vidrio por las que cada pasajero debe pasar como merece: con sus manos en alto, ciudadanos-criminales, criminales-ciudadanos, mientras nuestros rastreadores escrutan hasta los pliegues más ocultos de sus cuerpos desnudos. Con los rayos X traspasamos sus maletas, y sin embargo deben sacar sus bolsitas con zíper porque no vemos su pasta dental y su champú. Tres frascos, tres onzas, una bolsa. Un mantra para los peones ingenuos en cada país, en cada ciudad, en cada aeropuerto, en cada vuelo. Y en el basurero se acumulan tijeras, cortaúñas, tamalitos de chipilín y crema de manos (que es de villanos). Buscamos frascos de tres onzas, que no son iguales a tres frascos de una onza, buscamos onzas en tres frascos, buscamos once para tres frascos, para dar bascas, para dar asco. Gastamos millones para tener mejores rastreadores, para revisarlos hasta bajo sus ropas, y sin embargo ahora como ganado debe cada una pasar por la manga, sacar cada uno hasta las motas de pelusa del fondo de sus bolsillos, porque no las vemos. ¡Y nos hacen caso! Hemos gastado millones comprando celdas, escáneres, radiógrafos, computadoras, lectores láser, lectores ópticos, lectores magnéticos, lectores de caracteres, lectores de internet. Lectores estúpidos que no saben leer, que no saben reconocer a Abdulá Hamid Abdulá, distinguirlo de Hamid Abdulá Hamid, distinguirlo de Abdulá Abdulá Hamid, de Hamid Hamid Abdulá, pero igual han logrado amargar los viajes de Hamid y de Abdulá, de Juan y de Pedro, de Enriqueta de Jesús Portales de Ramírez y Cieno, esa peligrosa anciana de anillos de oro, perlas al cuello, cursi chihuahua con moña rosada y bolsita Gucci. O quizá de Juana Pedro, esa peligrosa anciana que se animó a dejar sus gallinas en Santa Cruz porque quiere conocer a su nieto en Los Ángeles, el que ya no habla k’iche’ y que por teléfono le dice grama. Ah no, porque a ella no le dimos visa. CBP, TSA, NSA, GCHQ…, más siglas, ¡más siglas!, en permutas ilimitadas y con significado irrelevante. Pero está bien porque cuando nos jubilemos encontraremos empleo con los contratistas que hicieron las celdas y los escáneres, con los contratistas que inventan procedimientos, venden armas y crean alarmas. Y el sueldo de burócratas rastreros de la Grande Babilón lo trocaremos por puestos como asesores de seguridad, expertos en fronteras, afrentas y confrontaciones, consultores en prevención del ciudadano, perdón, del delito. En el peor de los casos iremos con nuestra floreada camisa hawaiana a Tocumen, La Aurora, Obispo Romero (¡alianza!, ¡prosperidad!), lugares de oficiales ladrones y ladrones oficiales que aceptan que capacitemos a sus policías, a sus soldados, a sus guardias de migración. Ingenuos que nos reciben como si supiéramos lo que estamos haciendo. Piadosos admiradores de la prédica del abuso, que beben de nuestro perverso conocimiento: reconoce al malo, ¡no lo dejes pasar! Ese que viene de tu propia patria, ese es el peor. No le creas. ¡No lo dejes pasar! Revisa, revisa, vuelve a revisar. Saca de su maleta todo lo que puedas encontrar y vuelve a meterlo todo porque no importa lo que lleve. ¡No importa! Lo que importa es que lo revises. Y vuelve a revisar, y sella sus documentos, y escruta sus documentos, y vuelve a revisarlos, y vuelve a sellarlos. Al fin, es un ciudadano, es un criminal sin derechos. Solo pasa porque tú lo dejas.
Y cuando el copiloto estrelle el avión en la ladera francesa, sorpréndete. Cuando el alemán haga caer el avión, cuando no puedas hacer nada al respecto, ¡hemos sellado la puerta de la cabina para que ningún malo se meta y estrelle el avión! Manda los expertos a la TV. Mándalos a debatir a CNN, a CNBC, a la BBC (¡más siglas, más siglas!). Filma, describe y llora. Opina, cuestiona y discute. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Cómo pudo pasar? Un monstruo, un depresivo, un mentiroso. Un engaño, una casualidad, una sorpresa. ¿Cómo pudo pasar? ¿Cómo pudo pasar?