Martín

No cualquiera toma la pluma como lanza y arremete contra los molinos tenebrosos, para que al nombrarlos se desvanezca su falsa estatura.

Martín es un nombre de guerra. Es un nombre curioso para quien pone tanto empeño en hacernos una sociedad en paz, donde los militares estén en el cuartel y las mujeres se sientan seguras.

Pero es un nombre bien puesto, habiendo tantas guerras que pelear. Guerras contra la injusticia, para que el pobre y el débil, que no piden venganza sino reconocimiento, encuentren la satisfacción tan largamente postergada. Guerras contra la discriminación, para que los varones entendamos cuán fácil lo hemos tenido hasta aquí, sin razón ni honor. Guerras contra el periodismo doloso, ese estupro que ayunta poderosos con editores y produce noticias bastardas.

No cualquiera toma la pluma como lanza y arremete contra los molinos tenebrosos, para que al nombrarlos se desvanezca su falsa estatura. ¿Cómo poner precio a quien recluta una tropa de Quijotesanchos, expertos los menos, novatos los más, tan solo porque quizá tengan algo que decir? Armados de teclas salen (¡salimos!) a lidiar contra toda clase de injusticia, y ya nada vuelve a ser igual.

¿Que en el camino hay errores? ¡Por supuesto! Las tareas grandes se abordan porque son necesarias, no porque saldrán bien, y el que no reconoce al genio díscolo para la tarea, peca más por tonto que por malo. Resulta natural querer saltar del barco cuando retumba el golpe contra las rocas, más aún cuando el capitán reconoce la responsabilidad. ¿Pero quién se apura a encomiar al mismo timonel cuando saca la nave de las aguas poco profundas?

Hace tres años este medio era apenas una idea. Hoy el arado (que no fue en el mar, así que no mezclo mis metáforas) ya cortó un surco profundo, y no sólo brotan flores vistosas. Con los golpes tempranos, las semillas de la demostración de que las cosas se pueden hacer bien se regaron a otros surcos. Contra poder y en 502 lugares distintos, como salmones que saltan a contracorriente, hasta en prensas que quisieran ser libres, las hijas y los hijos de la visión luminosa, tanto los rebeldes como los confesos, alumbran con buenas letras una Guatemala que todavía es muy oscura.

Hoy quienes se quedan a cuidar la plaza tienen una tarea enorme. Puedan sus ánimos y el apoyo de todos alcanzar para hacer bien lo que parecía fácil, que no lo era. Pero dejemos eso para otro momento, que debemos apurar la partida. El nómada ha desarmado ya la tienda y carga al camello para la travesía. A ver qué nuevas especias y joyas brillantes traerá. Quiera el camino dar tiempo para pensar lo que se aprendió y lo que quedó por aprender.

Las despedidas son siempre tristes, y tendría yo que ser muy malagradecido para no estar triste. Pero la pena se aquieta con la certeza de lo que vendrá. La emoción, un escalofrío leve corre hasta las puntas de los dedos, se aprietan los músculos antes del salto. Para Martín, esto es apenas el principio.

Original en Plaza Pública

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