Hasta aquí el camino había sido difícil, pero exitoso. Años de preparación como operadora política llegaron a fruición con la elección de Álvaro Colom a la Presidencia de la República, hace ya casi cuatro años (¡qué rápido se le han pasado!). El triunfo abrió la puerta de los recursos y el poder. Diseñar y comandar el programa de Mi Familia Progresa desde la tercera puerta de la Casa Presidencial significó beneficiar a miles de familias, y tocar sus voluntades de una forma sostenida.
No debe sorprender que este eficaz programa se tornara en plataforma para buscar, sin solución de continuidad, la primera magistratura. Pasar de “primera dama” a “mera, mera dama” sería un canto de sirena difícil de resistir para cualquiera, más aún si se tiene ambición política y capacidad gerencial, como Torres. Sin embargo, la arrogancia voluntarista es mala consejera, y el afán por llegar a presidenta este año, sí o sí, se le está agriando cada vez más. Más allá de las descalificaciones del Registrador de Ciudadanos, el Tribunal Supremo Electoral y la Corte de Constitucionalidad, las encuestas sugieren que las percepciones de la ciudadanía sobre ella también se están deteriorando (no sin ayuda de la prensa, hay que agregar).
Lo increíble es que aquí no hay nada nuevo. Dos veces ya el famoso artículo 186 hizo tropezar al general Ríos Montt, al punto de ver menguada su considerable y paradójica popularidad. Álvaro Arzú y Vinicio Cerezo, que en su momento escasamente ocultaron sus aspiraciones a la reelección, fueron más cautos y desistieron antes de toparse con la doble barrera de la ley y los ciudadanos. Ahora se suma Harold Caballeros a la lista de caídos.
Sandra Torres no pudo esperar cuatro años muy cortos, y lanzarse en 2015 como Dios manda, a pesar de no tener sino un impedimento temporal. La razón es obvia: bajo las reglas actuales del cortoplacismo político, la mejor apuesta es poner todos los huevos en el canasto del continuismo, porque los partidos no sobreviven luego de hacer gobierno.
¿Será que los políticos guatemaltecos son incapaces de aprender? No quiero creer que son obtusos, sino que actúan por conveniencia. Sin embargo, por facilitar la tarea, pongo la lección en blanco y negro: a la larga, el recambio ordenado y en estricto apego a la ley es la opción más barata y eficaz para llegar al poder. La objeción podrá venir inmediata: eso tal vez valga para latitudes más civilizadas. Aquí, donde resolvemos las cosas a tiros, no se aplica.
Sin embargo, más veces que no, se engaña quien crea que en otros países las instituciones democráticas fueron construidas por mansas palomas y gente de bien. La Carta Magna, pilar constitucional británico y temprano atisbo del reclamo por los derechos humanos en el mundo occidental, no fue negociada por almas blancas. Cuando Juan sin Tierra y sus barones se sentaron en 1215 a negociar ese tratado ya tenían —todos— las manos manchadas de sangre y la intención clara de aniquilarse mutuamente, si se presentaba la ocasión. Y la historia sigue.
Las democracias europeas, desde la anárquica Italia hasta la metódica Alemania, prácticamente sin excepción son producto del equilibro entre enemigos mortales, más que un acuerdo racional entre amigos. Si los europeos, en sus diversas y belicosas manifestaciones, decidieron tomar el camino del respeto a la ley y las instituciones fue porque resulta, incluso en el corto plazo, mucho más rentable vivir bajo un sistema predecible que sobrevivir bajo la ley del más fuerte. Igual de rentable para los contrincantes resultaron el fin de la era colonial, y el de la Guerra Fría.
Quizá Guatemala, en medio de sus muchas tribulaciones, esté llegando al punto donde hasta el político más lerdo pueda reconocer que la mejor opción es jugar según las reglas y afanarse por ganar sin tener que arrebatar. Esto no debiera sorprender. Ya hace bastantes años que Robert Axelrod descubrió que al jugar repetidas veces el juego del “dilema del prisionero” —al que se parece tanto la política entre contrincantes tramposos— se puede ganar la guerra incluso sin ganar una sola batalla.
Si doña Sandra hubiera reconocido hace cuatro años lo tortuoso del camino en estas elecciones, acaso hubiera invertido sus esfuerzos en desarrollar un lugarteniente para estas elecciones, con vistas a correr para la presidencia en otros cuatro años. Aunque no hubiera ganado su ad latere, se habría ahorrado los sobresaltos. Influir en la política pública por varios períodos consecutivos, dejar más líderes en el país y fortalecer las instituciones, quizá valdría más que salirse con las suyas de inmediato.
Así que tal vez, cuando se haya despejado el polvo de las elecciones, se puedan sentar juntas gente como Sandra Torres, Zury Ríos y Nineth Montenegro. Las tres han sido despechadas por un sistema político inmediatista, construido por hombres cavernarios. No tienen que quererse mutuamente, y tampoco simplemente promover la derogatoria de las prohibiciones del artículo 186 de la Constitución. Basta con que quieran tramar un mejor sistema político, y reconocer que jugar dentro de las reglas es una mejor forma de hacer patria, y también de salirse con las suyas.