Lo urgente y lo importante

En Guatemala hubo terremotos en 2007, 2008, 2009, 2010, 2011, 2012 y 2017. Tuvimos huracanes en 2000, 2001, 2005 (dos de ellos), 2007, 2010 y 2013. Y el volcán de Fuego hizo erupción en 2012, 2015 y 2018.

Sufrimos un cataclismo notable en 13 de los 19 años que llevamos del 2000 a la fecha. En 2 de cada 3 años (68 %) hubo al menos un desastre. Son 17 catástrofes, en promedio una cada 13.3 meses.

Con esos números la pregunta no es si habrá crisis. La única duda es cuándo será. Hoy y mañana, mañana y pasado mañana. O quizá hoy y también pasado mañana. Si fuera actuario, no costaría determinar el precio de proteger contra eventos tan predecibles. Nomás que la prima sería bastante alta.

Pero el problema no es de lava, flujos piroclásticos o temblores, que son apenas condiciones. Siempre la naturaleza puede ser violenta. El problema es de pobreza. Pobreza que hace sembrar sobre las laderas de un volcán activísimo. Pobreza que implica no tener Internet para enterarse a tiempo y evacuar ni educación u holgura para hacer caso. Pobreza que no tiene transporte para huir cuando al fin llega la instrucción de evacuar ni carretera por la que se pueda batir la retirada aunque se tenga en qué. Pobreza que garantiza no tener seguro para reconstruir cuando, una vez más, por pobre, se regrese a rehacer la vida en el mismo riesgoso lugar.

Y cuando la hecatombe visita al indefenso, no tarda la solidaridad, que hace buena prensa. Puestos de acopio de universitarios, contribuciones del niño que vende chucherías, dos bolsas de agua potable del hombre que se ha gastado la ración que evitaría su hambre hoy para ayudar a otro aún más necesitado.

Todos reconocemos la calidez humana ante la emergencia. Un comentarista que admiro halaga: «Muchos soldados, bomberos, policías y funcionarios de todos los niveles de Gobierno llevan echando punta horas y no dormirán esta noche». Me sumo a sus halagos, que son para personas de nobleza inmensurable. Agrega que «de ellos está hecho el futuro de Guatemala» y disiento.

De ellos —que no tienen máscara para el polvo ni botas ni dron ni helicóptero ni alarma ni linterna ni botiquín ni dinero— está hecho nuestro eterno altruismo de emergencia, este inescapable presente de imprevisión perpetua.

Disiento porque de ellos no está hecho el futuro. De ellos —que no tienen máscara para el polvo ni botas ni dron ni helicóptero ni alarma ni linterna ni botiquín ni dinero— está hecho nuestro eterno altruismo de emergencia, este inescapable presente de imprevisión perpetua. Consuela y agradezco que estén allí, esperanzados contra todo desánimo, pero rompe el corazón que deban hacer siempre lo mismo con la misma escasez y ante la misma mezquindad. Van 42 años desde aquel 4 de febrero y seguimos construyendo mal. Son ya 20 años desde que nos anegara el Mitch y seguimos viviendo en mil El Cambray II. Cae la ceniza sobre las laderas porque ¿dónde más había de caer?, pero seguimos justificando que la reforma agraria es cosa de comunistas.

En contraste con la valentía de los rescatistas, el presidente se queja y se excusa. Le muestra la historia al insensato que denunciar la justicia internacional choca con la necesidad de su ayuda. De espaldas al sufrimiento de las víctimas, los diputados ven oportunidad para salvarse de la persecución judicial. Quizá canallas hasta para lucrar con la ayuda. En vez de asegurar una patria donde esto no pase, debatimos sobre si la Conred es o no es, puede o no puede. Nunca podrá. Nunca será más que curita sobre la herida sangrante, pañuelo que apenas decora el cráneo partido.

¿Quiere ayudar? Aporte hoy a quienes lo perdieron todo. Aquí hay dónde. Pero no se engañe con que eso salvó su responsabilidad. Deje de elegir mentirosos que rechazan la justicia, levantan las manos al cielo y se prueban tan corruptos como incompetentes. Deje de hablar de pereza para referirse a la pobreza. Deje de ver contrincantes en amigos que persiguen la corrupción. Deje de sorprenderse cuando, haciendo lo mismo siempre, seguimos en un círculo de miseria y apuro.

¿Quiere ayudar? Pague impuestos. Financie a los nuevos y decentes jóvenes de la política. Láncese a la elección para desplazar a tanto mafioso. No solo abrace al damnificado, sino también al ciudadano, así sea indígena que denuncia, campesino que marcha, empresario que intenta, solidario o socialista. Lo nuestro no es una emergencia y no saldremos con urgencia. No bastan cinco latas de frijoles o un ecofiltro. De esto se sale construyendo instituciones, renunciando a lo que fuimos, cambiando de poder. Con la solidaridad que cuesta, la que nos amarra a los que son distintos a nosotros.

Ilustración: Atención de urgencia (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública

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