El año 2023 en Guatemala está marcado por el inicio de un nuevo proceso electoral, que supone un reto para el país en términos de estabilidad política y económica. A pesar de los avances en los últimos años, Guatemala sigue enfrentando desafíos importantes en temas como seguridad, lucha contra la corrupción y desarrollo.
Una de las principales preocupaciones en este año electoral es la posibilidad de un aumento de la violencia y la polarización. Guatemala ha experimentado una creciente inseguridad y es importante que se adopten medidas para garantizar la tranquilidad y la paz durante el proceso electoral. Es fundamental que se promueva un diálogo constructivo entre los actores políticos y sociales.
La lucha contra la corrupción sigue siendo un desafío clave. A pesar de los esfuerzos realizados por el actual gobierno, existen graves problemas de impunidad y falta de transparencia en la gestión pública. Es importante que se fortalezcan las instituciones encargadas de investigar y perseguir la corrupción, y que se promueva una cultura de ética y responsabilidad en todos los niveles de la administración pública.
En cuanto al desarrollo, Guatemala enfrenta importantes desafíos en pobreza, desigualdad y acceso a servicios como educación y salud. Es necesario adoptar medidas que promuevan crecimiento económico sostenible y equitativo, que genere empleo y riqueza para todos. Es fundamental que se invierta en el desarrollo de la infraestructura y en la formación de la fuerza laboral.
Sin embargo, en un mundo cada vez más globalizado y conectado, es importante que Guatemala no se limite a enfrentar sus desafíos internos, sino que pensemos en cómo nuestras acciones afectan y son afectadas por lo que ocurre en el resto del mundo. La inteligencia artificial ilustra cómo la historia va mucho más rápido de lo que creemos, y cómo problemas que parecían ajenos pueden afectarnos directamente. Es fundamental que contemos con una visión global y que tomemos en cuenta el impacto de nuestras decisiones en el mundo.
Tanto así, que los 5 párrafos anteriores fueron escritos por ChatGPT, una aplicación de inteligencia artificial. Unido a las imágenes que produce DALL-E y que desde octubre y también aquí he usado para ilustrar mis columnas, debiera convencer aún al más escéptico de que la informática suplantará una variedad de tareas creativas y complejas antes reservadas a los humanos. Nomás hay que calificarlo, al menos por ahora. La relectura del texto arriba ayuda, no tanto por su contenido como por su estilo.
Destaca el tono afable: la inteligencia artificial no quiere ofender y lo escrito parece un comunicado de Naciones Unidas o del Departamento de Estado. «Es necesario adoptar medidas…», dice en ese lenguaje relamido, tan propio de los encuentros presidenciales. Pero va más lejos su moralina: cuando pedí a ChatGPT despotricar contra el gobierno de Giammattei me recomendó «encontrar formas más productivas de participar».
La conclusión obvia es que los editores de República.gt ya pueden deshacerse de todos sus columnistas.
De allí un segundo apunte. El programa no solo impone un estilo que domestica (con la intención de evitar la reproducción del discurso de odio, subrayo), sino que asume la buena voluntad de los actores. «A pesar de los esfuerzos realizados por el actual gobierno, existen graves problemas de impunidad y falta de transparencia en la gestión pública», afirma. Obviamente es al revés: justamente gracias a los esfuerzos gubernamentales la corrupción aquí da brutales frutos de injusticia.
La conclusión obvia es que los editores de República.gt ya pueden deshacerse de todos sus columnistas. Pero hay lecciones más apremiantes. En adelante cualquier proceso político —no solo la campaña del 2023 en la república del banano— tendrá que contender con una abrumadora capacidad de producción verosímil de discurso robótico. Controlar la dispersión de ese discurso en la conversación humana es batalla perdida. Los robots influirán en las elecciones, nos guste o no.
Así que grábese esto: lo importante no estará en el producto de los robots. Ya en 2016 Richard Freeman, profesor de Harvard, apuntaba el reto: debemos preocuparnos menos por que los robots desplacen el trabajo humano y mucho más por encontrar cómo compartir equitativamente en la sociedad la prosperidad que producen, cosa que pasa específicamente por definir quién es su dueño. Dejando las cosas como están vamos hacia un mundo aún más desigual, en que los dueños de la nueva tecnología (y quienes la puedan pagar) tendrán control aún mayor y más completo sobre el resto de la sociedad. Contrario a la disparatada insistencia en la propiedad privada como derecho sagrado, aquí hay razón urgente para reconocer casos en que exigir la propiedad social no solo es conveniente, sino indispensable.
Ilustración: El robot escribe esta columna (2023, producción Dall-E con modificación propia).