¿Le debemos algo los ciudadanos al presidente Jimmy Morales?

Si los ciudadanos hemos de levantar la mano para jurar y deber algo, no será al presidente Morales, sino que a nuestra propia responsabilidad de vigilancia.

Ante el título, primero la respuesta corta: no. Y así bastaría, salvo que defrauda a los lectores y decepciona a los editores. Así que a trabajar un poco más para explicarme.

Algunos comentaristas insinúan que la ciudadanía le debe cierta libertad de acción a Morales. Primero, por razones políticas y prácticas habrá quien pida compás de espera, aunque ya nadie hable de 100 días para el nuevo gobierno. El mismo Morales implica este argumento en su discurso inaugural, centrado en esperanzas más que en propuestas, así no lo haga explícito. Eso es pedir la confianza de que, aunque no sepa cómo resolver los grandes retos del Estado, encontrará o al menos buscará una solución.

Luego están las razones que llamaré de alta dignidad. Aquí van quienes suponen que la presidencia, como primera magistratura, contiene cierta relevancia intrínseca. Piense en Maldonado Aguirre y en su manida elegancia. Caben aquí también quienes usan razones cósmicas: si Dios no lo quisiera, Morales no sería presidente, así que paciencia, que todo es parte del plan divino. Morales también implica algo de esto al arrancar su discurso agradeciendo a Dios el privilegio de ser presidente. Pedir en el mismo discurso que la audiencia jure con él es rematar dichas implicaciones, las de dignidad tanto como las de paciencia.

El problema es que ninguno de los términos que validarían una deuda de los ciudadanos para con el presidente se cumple aquí. Primero, él mismo acabó con las razones políticas para tenerle paciencia. Fue electo por su condición, real o ficticia, de Supermán: ante la bancarrota moral de la clase política, Morales se vendió a sí mismo —y fue comprado por la ciudadanía— como alguien distinto: «ni corrupto ni ladrón». Por ello resulta tan inaceptable el arrastrar de pies al ser cuestionada su recién nombrada ministra de Comunicaciones. En vez de tomar la iniciativa, escoge el providenciado vuelva y que en la burocracia muera la demanda de transparencia. Mientras tanto, en el Congreso, Mario Taracena se regodea dando un golpe inmediato porque, sagaz lector de los tiempos, oyó que a los tibios Dios los vomitará de su boca, y siempre quedan las elecciones en 2019.

Otro tanto ocurre con las razones prácticas. Ante la falta de plan, como se ha señalado tanto y con razón, preocupa aún más la ausencia de acciones. Podremos escudriñar el discurso, largo en ilusión y corto en propuesta, pero si algo enseñó Pérez Molina es que son las acciones las que dan fe de lo que se es y de lo que se quiere. Con esto salta el contraste: expresa Morales la intención de aumentar el crecimiento económico a 6% anual, pero calla sobre la recaudación y la economía informal. Mientras tanto, actúa poniendo la obra pública en manos del Ejército, sobradamente corrupto, y agradece para los hospitales 100 millones de quetzales en caridad privada de contratistas del Estado. Juzgue usted.

Las razones de alta dignidad arrastran sus propios problemas. Nunca podremos ponernos de acuerdo sobre cuál evocación divina justifica la dignidad. Ya el presidente asistió a dos tedeums. Y a ese paso tocará ir también a una ceremonia maya y a un rito budista. Más aún, crecen las voces de quienes recuerdan que ninguna religión tiene mérito en asuntos del Estado laico.

Más terrenalmente también tambalean las razones de alta dignidad, como dejó claro el atrevimiento del diputado Amílcar Pop al negarse a cantar el himno nacional durante la sesión inaugural del Congreso. Satanizar al diputado es fácil, pero el hecho es que en Guatemala la mitad de la población tiene razones muy de fondo para rechazar la parafernalia ritual de nuestro Estado criollo, presidente incluido. Si quiere que creamos en usted, parecen decirle al mandatario, no se cuelgue de la cola del quetzal, que lleva consigo los fusiles y también el café cosechado por nuestros hijos analfabetos, aunque muy líricamente lo esconda el himno. Para ser distinto, Morales tendría que mostrar hoy y aquí que sus palabras surten efectos concretos sobre la dignidad y la vida de los guatemaltecos más marginados.

Entonces, si los ciudadanos hemos de levantar la mano para jurar y deber algo, no será al presidente Morales, sino que a nuestra propia responsabilidad de vigilancia. Tendremos que llamar inaceptable cualquier retraso en hacer justicia, señalar cuando el presidente evada su responsabilidad personal por la calidad y los actos de su gabinete, dudar de las palabras y exigir las acciones, pues la única medida válida de intención será la justicia concreta, el número y la proporción de guatemaltecos que vivan mejor.

Original en Plaza Pública

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