Se hace tan obvio que la distancia del “bien” al “mal” es tan, pero tan corta.
Les pongo un ejemplo, por aleccionador.
En medio de dar resultados a la “mano dura”, la Policía ensaya publicar sus logros en el combate al crimen. Hace un día compartieron con todo el que quería enterarse: caen dos sicarios, uno de 19 años de edad, el otro de apenas 16.
Cuando los apresaron, uno de los niños-matones llevaba puesta una bonita playera de colores: “Jóvenes contra la violencia” anunciaba alegremente la camiseta.
El Facebook de la policía se llena de comentarios. Copio textual:
“que pena, por los padres de estos patojos en se ven tan jovencitos. Lo mas seguro es que ni tengan padres” comenta una.
“muy buena captura vamos aun c puede mejorar”, apunta un segundo en lenguaje de texting.
“Que los maten y que declaren que fue en defensa propia total ellos harian lo mismo no?! HDP rabia dan, a mi me han asaltado a cada rato ya me tiene harto este pais y esta gente MIERDA!!!”
La agresividad me para en seco. Me detengo un momento sobre su imagen, el autor es escasamente mayor que los implicados. Un chico cualquiera, tan cualquiera como los capturados. Acaso la única diferencia sea su tez más blanca.
Pero hay más, y qué ironía. El autor de la diatriba que pide sangre y justicia arbitraria tiene una foto en su propia página de Facebook: en blanco y negro muestra un perro tierno, casi parecen lágrimas las que tiene bajo los ojos, y un mensaje: “YO APOYO al proyecto de reformar al código penal que declare el maltrato animal COMO MALTRATO”.
Se hace tan obvio que la distancia del “bien” al “mal” es tan, pero tan corta. La gente cuestiona insistentemente al Estado y la necesidad de pagar los impuestos que sirven para contratar policías, pero luego se escandaliza del crimen, … y se suma a un voluntariado de imagen para hacer conciencia por la violencia. El chico que creció sin escuela y sin oportunidades de trabajo, hoy recibe los beneficios de la caridad de otros – ¡una playera que invita a los jóvenes a repudiar lo único que ha quedado de su identidad! El joven que se compadece del sufrimiento de los perros no alcanza a ver humanidad en su vecino menos afortunado.
Si vamos a ser efectivos en el combate a la violencia, si habremos de resolver los problemas tan testarudos del subdesarrollo, del crimen y de la inequidad, tendremos que empezar por reconocernos tanto parte del problema como de la solución. Joven guatemalteco sin oportunidades no es sólo el sicario, el pandillero y el migrante, sino también aquel que ni siquiera ha atisbado a entender su parte en el problema.