Clasemediero es quien lo puede tener todo. Nomás que no todo a la vez.
La clase media puede conseguir una educación universitaria, si sacrifica ingresos propios o de la familia. En casa hay un automóvil. Y cuando hay dos es porque ambos en la pareja trabajan. Sin transporte público decente, corren en un círculo vicioso: el ingreso adicional paga el segundo auto.
El certificado definitivo del clasemediero está en el calendario: vivimos en un ciclo más inescapable que el de la Luna. Entran los ingresos cada mes y puntualmente pagamos los compromisos: tarjetas de crédito, cuotas de alquiler, hipoteca y auto, la matrícula del colegio o la universidad, los gastos del supermercado. Todos los meses. Todos los meses sin falta. Pagar puntualmente las deudas es, casi más que cualquier otra cosa, lo que nos define como clasemedieros.
Hay otros que viven bastante menos sujetos a sus deudas que los clasemedieros. Las tienen igual que nosotros, pero respetan poco los compromisos que generan.
Frecuentemente los más ricos se zafan porque las deudas no son suyas, sino de sus empresas. Esas eficaces ficciones legales protegen su patrimonio personal. Mejor aún, en casos límite ¡el banco es suyo!
Los más pobres no alcanzan a contraer compromisos formales: los bancos y las tarjetas de crédito ni siquiera los voltean a ver. Si desgraciadamente entran en deuda, o deben despedirse de sus bienes en una casa de empeño, o comenzar a cavar un agujero del que ya no volverán a salir. Como Don Ramón ante el Señor Barriga, resulta razonable postergar perpetuamente el pago, salir corriendo para evadir al acreedor. Se apuesta con el propio pellejo porque hay poco qué perder.
Finalmente están los tramposos, que piden y ofrecen sin intención de cumplir, pues allí está el negocio. Mientras los clasemedieros cumplimos y los ricos y los pobres ejercen la evasión como aficionados, los estafadores son los profesionales de las deudas sin pagar, de las promesas hechas para no cumplir.
En esa variedad de relaciones entre gente y deuda encontramos pistas para pensar las instituciones y prácticas de la política. Nuestras apuestas políticas reflejan el poder que buscamos organizar, y eso incluye incorporar —o no— la seriedad y veracidad con que tratamos nuestras deudas.
El Estado de derecho es un Estado clasemediero. Hunde sus raíces en las revoluciones burguesas, que confirmaron como clase social a los artesanos, comerciantes, profesionales y académicos que desde el medioevo europeo vivían junto a los muros del castillo feudal. Son los antepasados del clasemediero. Gente como Graeber, Varoufakis y Fergusson, promotores o críticos, explican por qué importa el crédito para construir el capitalismo y un Estado que ya no garantiza el albedrío del monarca (como en el antiguo régimen) sino que amarra a todos sin excepción a sus deudas. Mientras menos gente quede fuera del crédito, y mientras menos puedan escaparse de cumplir lo prometido, más moderno el Estado, que es decir más eficaz para aprovechar el fiado como potenciador de la economía.
Así, en contraste, entendemos la alianza entre miembros de la élite y criminales en Guatemala: por razones distintas ambos quieren siempre tener una salida de sus compromisos. El «pacto de corruptos» no es solo iniciativa mafiosa. Es también expresión política de una agenda contra la modernización del Estado.
Igualmente comprendemos la irreverencia de organizaciones como Codeca ante las supuestamente sagradas instituciones del crédito y la ley comercial: representan a los excluidos, a quienes los bancos no darían un crédito. Es muy razonable que apuesten a patear el tablero de juego. Para ellos pedir crédito es de pendejos clasemedieros, porque la élite nunca cumple. Y más pendejo aún quien las paga. ¡Arde, Roma!
Dedico esta reflexión a nuestras instituciones políticas y líderes políticos clasemedieros.
En medio quedamos los clasemedieros, que queremos construir un Estado clasemediero, donde todas y todos paguen sus deudas. Pobres, ricos y mafiosos se definen en sí mismos, pero el clasemediero, si aspira a rico, solo sube vendiendo el alma al capital. Si contrae deudas que no puede pagar se convierte en pobre. Y si además lo hace adrede se torna en estafador.
Dedico esta reflexión a nuestras instituciones políticas y líderes políticos clasemedieros. En la medida que pagan o no sus deudas enuncian lo que son y lo que buscan. Con razón al clasemediero urbano le disgusta visceralmente el político que ofrece y luego no cumple, porque rechaza el pacto clasemediero. Quien quiere apelar a la clase media pero opta por no pagar sus deudas será igualmente incapaz de construir un Estado moderno, un Estado clasemediero. No sabe a quién responde. O, peor aún, sí lo sabe.
Ilustración: Cuando los cochinitos vuelen (2023, basado en imagen generada por Dall-E)
Original en Plaza Pública