En su más reciente libro, Yuval Harari describe el trato que subyace a la migración. Afirma Harari que el inmigrante y la sociedad que lo recibe entran en un acuerdo implícito que lleva tres pasos. Primero, el país acepta que un migrante entre en su seno. Segundo, el migrante adopta los valores de la gente que lo recibe. Tercero, pasado un tiempo, el migrante es aceptado como miembro de esa sociedad.
El problema, apunta el estudioso, es que cada paso está abierto a debate. No está claro si es obligación del país recibir al migrante o tan solo un favor. Tampoco es obvio cuánto debe el migrante ceder de su propia identidad y asimilar de la cultura local. Y es discutible cuánto tiempo es razonable esperar para ser aceptado (y sentirse) como uno de nosotros en la nueva patria. ¿Cinco años? ¿Diez? ¿Dos generaciones? Finalmente, no está definido quién decide que las partes —migrante y sociedad— han cumplido su lado del trato.
Más allá de las respuestas posibles, el análisis subraya una diferencia importante. Por una parte está el hecho: la gente se mueve y tienen razones para hacerlo. Por la otra, cosa muy distinta, está el significado que asignamos al hecho de la movilidad humana.
Que la gente migra es obvio. Esto nos llevó desde un valle en África hasta poblar el mundo entero. Más importante resulta entender por qué se migra. Como migrante, hijo de migrantes y padre de migrantes, he experimentado de primera mano los beneficios del simple cambio de domicilio. Aprender una nueva profesión toma años. Resolver los problemas que nos aquejan en una sociedad tarda décadas (puede incluso nunca suceder). Pero cambiar el lugar donde se vive da resultados inmediatos. Un plomero en Guatemala sabe la misma plomería cuando llega a los Estados Unidos. Pero ganará mucho más por cada empaque que reemplace.
Las sociedades también se benefician de ese hecho. Un campesino arranca cebollas por una miseria en el campo hondureño. Y seguirá dispuesto a arrancarlas por poco dinero cuando llegue a Texas, donde el granjero no encuentra gente que sacrifique otro empleo por hacer esa tarea extenuante. Moverse es crear oportunidades tanto como encontrarlas.
El reto no es la migración como hecho, siempre presente, sino la interpretación que hacemos de ella. Sobre todo, la respuesta que le damos.
Pero hay algo importante que entender. Aunque cualquiera que migra sufre de incertidumbre (¿cómo nos recibirán del otro lado?), algunos nos movemos con seguridad, mientras que otros lo hacen con gran privación y amenaza. Como las que padecen hoy los hondureños en su tránsito masivo hacia los Estados Unidos. Esa diferencia no es una característica inherente a los migrantes, sino a las condiciones impuestas a su migración.
En los Estados Unidos hay profesionales universitarios que, huyendo del Derg, llegaron desde Etiopía con penuria en la década de 1970. Sin oportunidad ni reconocimiento, terminaron manejando taxis y cuidando estacionamientos. Y de Siria en guerra han salido esta década académicos que apenas sobreviven en campos de refugiados en las márgenes de Europa. Mientras tanto, hay también campesinos escasamente letrados que en otro momento emigraron al norte sin la vejación impuesta hoy a los centroamericanos. Ya han prosperado y contribuyen a los países receptores. Repitamos: el reto no es la migración como hecho, siempre presente, sino la interpretación que hacemos de ella. Sobre todo, la respuesta que le damos basada en esa interpretación. Aquí está la clave.
Nacer en un sitio u otro no es mérito ni culpa. Es como ganar (o perder) la lotería cuando alguien más nos ha regalado un billete. Trump heredó sin mérito el país en que vive, tanto como los hondureños que huyen heredaron el suyo sin culpa. Por eso, cuando el presidente estadounidense habla de los istmeños como una «invasión», victimizando a su propio país de abundancia y poniéndolo en pie de guerra contra la gente más desvalida del continente, se pierde en un argumento tan falso como destructivo en vez de abordar el tema con empatía y realismo, a través de políticas públicas eficaces.
La solución no es simplemente abrir fronteras. Pero la migración es un hecho humano que en el mundo contemporáneo promete hacerse más frecuente, más masivo y más complejo. En vez del rechazo a la persona migrante, urgen la regulación y la gestión para cosechar sus beneficios y limitar sus riesgos. Es lo más práctico, pero es además lo más humano.
Ilustración: Ciudad amurallada (2024), Adobe Firefly