Pedro es… un aprovechado que se frota ufano las manos diciendo que las cosas son del que las encuentre, aunque estén en casa de otro.
Juan y Rosario tienen tres hijos. La plata es poca, pero tienen un carro viejo heredado del padre de Rosario. Como no les alcanza para la gasolina, lo dan en alquiler a un vecino taxista, y así completan el mes.
Rosario ha visto al vecino hacer mandados personales en el carro y piensa que debiera pagar más. El trato fue solo como taxi. El vecino alega: ya pone la gasolina. Encima, Juan y Rosario no pueden verificar qué hace con el carro a toda hora. La cosa no termina allí. El chico mayor quiere usarlo. Podría él mismo ser taxista, argumenta, y aprovechar para ir a la universidad.
Rosario ha sembrado una pequeña hortaliza. Un día Pedro, amigo de Juan, visita. A Rosario le desagrada Pedro. Una vez quiso pasarse de «amistoso» con ella. Estando Pedro en el jardín, descubre oculto en la enredadera un ayote que ha crecido muy grande. Lo corta y dice que es de él, pues Rosario ni lo había notado. Quiere sembrarlo en su casa, a ver si crecen otros iguales. Ante las objeciones de Rosario accede a pagar: ¡un quetzal! Juan calla, pues Pedro le prestó dinero la última vez que tomaron tragos juntos.
Los niños pequeños ven el ayote y se quejan. Sería un sabroso almuerzo. Encima vuelve el tema del carro. ¿Por qué caminar a la escuela, cuando allí está el vehículo? Su hermano los podría llevar.
Juan se enoja y regaña: ¡todo lo quieren regalado! Rosario disiente: el carro es de la familia, y el ayote estaba creciendo en su propio jardín. Pero calla. Conoce el temperamento explosivo de Juan. No sea que saque el cinturón y nalguee a los chicos. O la golpee a ella. No sería la primera vez.
* * *
¿Le parece conocido? En efecto, es la historia de su patria, aunque abuse de la metáfora de la familia. El carro son los yacimientos de metal, el vecino la industria minera. El ayote es la biodiversidad nacional. Juan y Rosario son las instituciones de gobierno, y los chicos la ciudadanía. Pedro es… un aprovechado que se frota ufano las manos diciendo que las cosas son del que las encuentre, aunque estén en casa de otro.
Hoy, tarde reconocemos que el Congreso, siempre vendepatria, ha aprobado sin consideración una «Ley para la Protección de Obtenciones Vegetales» (Decreto 19-2014) que pone oportunidades, poder y derecho, todos en el mismo platillo de la balanza. Pedro sabía que podía cortar el ayote sin preguntar. Con el fruto en la mano y la deuda de Juan en el bolsillo, pagar una miseria por el ayote era cosa juzgada.
No hace falta ser más papistas que el Papa: dentro del capitalismo global, poner dueño y precio a las cosas no es necesariamente malo. Una sociedad en crecimiento puede requerir recursos de la tierra. Para la sociedad, la naturaleza es riqueza cuando se usufructúa, y si los ciudadanos ejercen voluntariamente y con certeza la propiedad sobre los recursos de su territorio, éstos pueden dar impulso al desarrollo. Siempre los Estados enfrentan el dilema de beneficiar a un particular con una concesión, porque ello derivará en un bien mayor para la generalidad.
El problema viene cuando los ciudadanos carecen de poder o recursos para decidir y defender sus intereses y derechos. Vista la debilidad de Juan y Rosario ante el vecino, Pedro concluye: éstos no pueden resistirse. Igual acá. La incompetencia legislativa descarta de antemano el análisis concienzudo de las propuestas de ley. La pobreza de las instituciones excluye por defecto la representación ciudadana y la protección de la riqueza natural en el negocio.
Peor aún sucede cuando el gobierno no quiere el bien común. La historia de concesiones con garantías para el más fuerte lo dejó claro con la minería. Ahora se extienden las relaciones desiguales a la biodiversidad. Juan ha mostrado que no actuará contra Pedro, pues le debe y le teme. Juan ha mostrado que golpeará a los niños y a Rosario. Un gobierno permisivo con el poder y el dinero, represivo hacia los más débiles, no procurará que la certeza jurídica y el mercado beneficien a todos los ciudadanos.
Aparte de la posible inconstitucionalidad del Decreto 19-2014, sin instituciones sólidas que aprovechen la riqueza natural en favor de todos, ni gobernantes dignos que representen el interés común, con esto abriremos un nuevo capítulo de extracción sin compensación. Y encima me queda la duda: ¿por qué no protestan ahora quienes tanto insisten que necesitamos crecimiento económico para salir de pobres?