La primera, por obvia y urgente, es la necesidad de cambio profundo en el sistema de partidos políticos. La falta de propuestas de campaña no es simplemente seña de que no se tengan. Más bien, es seña de que no se necesitan. El candidato con el crecimiento más acelerado en intención de voto centró de forma deliberada su estrategia en hacer ofertas descomunales, absurdas, ¡y le funcionó! Un sistema donde el absurdo genera votos está urgido de reforma.
La segunda es el descuadre entre ingresos y egresos del estado, y entre estos y las necesidades sociales. No importa si el ganador es un conservador fiscal radical, o un convencido del estado de bienestar, cuando se siente en la silla presidencial encontará que no tiene la plata para hacer lo que le piden, y que todo el dinero que pueda captar de los ciudadanos y de la cooperación internacional no le alcanzará para cubrir sus compromisos. Terrible dilema: pelearse con el Cacif por más dinero, o con la sociedad por menos servicios.
La tercera es la profunda, penosa debilidad de la administración pública. Aun con la mejor propuesta electoral y todo el dinero necesario, faltan los maestros excelentes para enseñar a todos los niños y niñas a leer en los primeros dos años de la escuela. No existe la infraestructura para servir con hospitales, centros y puestos de salud a todas las guatemaltecas y sus hijos. Son pocos los funcionarios calificados y cuesta retenerlos con malos salarios.
La cuarta es la falta de alcance efectivo del estado. Desde los contrabandistas de poca monta hasta los narcotraficantes, todos entran y salen del territorio nacional sin cortapisas. Las leyes, cuando al fin las aprueba el Congreso, se quedan en palabras vacías al no poder implementarse. Peor aún, los ciudadanos no creemos en el estado. Nos resistimos a pagar impuestos, estamos convencidos que el empleo público es para perdedores, que “político” y “ladrón” son sinónimos. Creemos en la Guatemala emblemática, de tamales y símbolos patrios, pero no en la real, de pobreza y desigualdad, a la que le urge el cambio.
Entonces, los retos serán los mismos, no importa qué haya ofrecido el presidente electo en campaña. Proponer leyes que cambien al mismo sistema que lo llevaron al poder. Reducir el desperdicio y aumentar la eficacia de la administración pública. Olvidarse de los financistas de campaña y recordar a los ciudadanos más débiles. Convencer a los guatemaltecos – a todos – que necesitamos un estado fuerte si queremos un estado útil, y demostrarlo. ¿Tendrá la valentía necesaria el ganador?