Inteligencia artificial y república del banano

Dos fenómenos probablemente serán los mayores condicionantes del curso de nuestra vida en el siguiente medio siglo: el cambio climático y la expansión de la inteligencia artificial.

La expectativa de vida global promedia poco menos de 73 años. Implica que el 40% de la gente que ya hoy habitamos la Tierra —todos los jóvenes menores de 25 años— pasarán la mayor parte de su vida con las consecuencias de esos dos «terremotos existenciales».

La apuesta por la marginalidad que hasta aquí ha hecho Guatemala (o más bien sus élites económica y política) garantiza que los dos procesos afectarán a la población exactamente como el clima: sin que tenga capacidad alguna para incidir sobre las decisiones al respecto. Pero conviene al menos reflexionar, para entender a qué se enfrentarán.

En el caso de la inteligencia artificial, lo más obvio en meses recientes es la aceleración pronunciada en su capacidad. OpenAI, el fabricante del modelo GPT, publicó en marzo la versión 4 de su programa, al que le aplicó una variedad de pruebas generalmente usadas para calificar humanos. Por ejemplo, en la prueba de incorporación a la profesión legal en los EE. UU. la versión 3.5 de GPT, publicada hace apenas medio año, calificó en el 10 percentil —es decir, peor que 90% de todos los examinandos. Hoy la versión 4 califica en el 90 percentil. Para subrayar: sin formación específica, ya contesta mejor que 9 de cada 10 graduados de leyes en los EE. UU.

Convencionalmente, en un despacho legal una abogada sénior supervisa a los nuevos legistas, asignando tareas y revisando cómo las realizan: «Alvarado, investigue qué precedentes hay para dar derechos a la tecnología». Y al hacer la investigación, con el tiempo el júnior aprende la materia y su aplicación, y se torna en experto. Con la inteligencia artificial, muy pronto la jefa supervisará una especie de digitadores de lujo: «Alvarado, pregúntele a ChatGPT qué precedentes hay para dar derechos a la tecnología». Esto ya pasó hace 40 años con los jefes y las secretarias tradicionales, cuando se introdujeron los procesadores digitales de palabras. Tanto, que es probable que no habrá digitador: tocará a la misma abogada experta hacer la pregunta a la máquina. Hoy las respuestas del robot son aún bastante generales, pero no sería el caso si el modelo fuera entrenado específicamente sobre un corpus jurídico. Será apenas cuestión de tiempo para que aprenda.

En contraste, ¿a qué hora y de qué forma aprenderá el humano que eventualmente intente ser el sénior? Ya hoy los educadores tienen dificultad en replicar la experiencia práctica en el espacio del aula. Menos pasará cuando ya no exista tal experiencia en el lugar de trabajo, porque ha sido sustituida por un robot. Más aún, ¿qué será lo que se aprenda? Si pronto los subalternos serán digitadores de lujo —podríamos llamarlos pitonisos novicios, cuidadores del oráculo de ChatGPT— tras 10 años el expertise desarrollado será el de gran sacerdote o sacerdotisa del oráculo: hacer buenas preguntas. La conversación que tuve con ChatGPT, que enlazo arriba, ya lo sugiere. El programa no cambió demasiado sus respuestas, pero yo aprendí a precisar mi pregunta.

Hoy resulta que desaparecerán las mismas circunstancias en que se aprende el juicio experto, sustituidas por un robot que hace la tarea más rápido, más barato y, eventualmente, mejor.

Podemos imaginar una situación similar en una variedad de profesiones escribientes, como la mayoría de consultorías gerenciales y técnicas, mucha investigación social y abundantes tramos del trabajo burocrático. En todas ellas el quehacer se concentra en consultar textos y resumir o sintetizarlos de acuerdo con criterios que estipula la situación específica, aplicando el discernimiento experto desarrollado a lo largo de los años. Pero hoy resulta que desaparecerán las mismas circunstancias en que se aprende el juicio experto, sustituidas por un robot que hace la tarea más rápido, más barato y, eventualmente, mejor.

En Guatemala —siempre marginal, ya dijimos— el asunto cobra un matiz más dramático. Tarde y a medias la economía comenzó a crear puestos con cierta especialización, que satisfacen al menos algo de la demanda de trabajo de los jóvenes. Con la moda del nearshoring empujada por los EE. UU. en su pelea con China, crecen ya no solo los centros de llamadas, sino más recientemente también las tareas de programación de software.

Sin embargo, así como Duolingo ya explora cómo usar ChatGPT para generar conversaciones realistas para sus usuarios/estudiantes, todo sin necesidad de docentes humanos, no cuesta adivinar lo que pasará con los empleos de operarios telefónicos y programadores ante un robot incansable, siempre feliz, experto y que no exige derechos laborales. Cuando al fin atisbamos a dar la respuesta, nos cambiaron la pregunta.

Ilustración: «Habla señor…». (2023, con elementos de craiyon.com)

Original en Plaza Pública

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