He sido puesto en mi lugar

Resulta que lo que preocupa aquí no es que nos libremos del autoritarismo, sino del riesgo de una democracia política.

Tuve un intercambio interesante en Twitter con un académico y analista político de derechas. Terminó mal.

Empezó con un mensaje suyo: «con todo y sus deficiencias nuestra democracia se puede mejorar, quien no le guste que proponga un modelo alternativo y que este se discuta y se critique sin pelos en la lengua». Como no compro la idea de que no se pueda criticar sin proponer (es razonable que sea más fácil detectar problemas que soluciones), comenté: «¿Por qué quien critica la democracia deficiente debe proponer un modelo alternativo? ¿Por qué no mejor pedir a quienes se resisten que acepten e incorporen las mejoras [ya propuestas], en vez de hacer lo imposible por mantenerla imperfecta?»

Y así arrancó. Primero lo acuerdos: sí, la democracia es el peor sistema político, salvo todos los demás. ¿Quién se pelea con la perspicacia retórica de Churchill? Todos queremos democracia, más democracia, mejor democracia. Todos nos consideramos gente —demos—, todos queremos poder —kratos—. Así funciona esto.

Luego las precisiones: que si Trump y Chávez son coyotes de la misma loma. Sí, lo son —pensé— porque no creen en la democracia, solo la abusan. Para ilustrarlo hice referencia a la cita célebre del autoritario ejemplar, Recep Erdoğan:  «la democracia es como un tren. Te bajas cuando llegas a tu destino».

Y fue aquí donde la conversación, como el tren, se descarriló. «Erdoğan en Turquía y los socialistas del siglo XXI en América Latina… ¿qué te puedo decir?» replicó mi interlocutor. Traíamos una conversación sobre democracia, sus medios y fines y ¡saz! sin decir siquiera agua va, el asunto devino en el miedo atávico favorito del chapín: los socialistas latinoamericanos. ¿Quién los invitó a la fiesta? Expliqué, pero el asunto ya no tuvo remedio: Chávez y su perverso heredero en Venezuela, Correa en Ecuador, Evo en Bolivia, Ortega en Nicaragua… ¿qué tendrán en común con Erdoğan (o con Trump, para el caso)? Es lo autoritario, no lo socialista. Igual podría mi interlocutor haber citado: «Erdoğan en Turquía y los militares en América Latina… ¿qué te puedo decir?». Pensar en Ríos Montt, tan a mano, tan obvio. Pero no lo hizo.

Hasta podía en la conversación aludir, así fuera prematuramente, a Giammattei. Porque la misma semana el presidente electo montó en cólera cuando una periodista le preguntó, con evidencia disponible, sobre el conflicto de interés de uno de sus ministros nominados. Podía mi interlocutor incluso poner a la élite empresarial guatemalteca en el cajón con el presidente turco, que igual ella no da muestras de ver en la democracia más que un inevitable y molesto vehículo para llegar a su destino. Pero no pasó.

Resulta que lo que preocupa aquí no es que nos libremos del autoritarismo, sino del riesgo de una democracia política, donde esas élites tengan que aprender a respetar las diferencias, dar espacio a los demás y, sobre todo, correrse un riesgo real de que mande alguien distinto de ellos. Por eso interesa denunciar a la izquierda. Corrijo: interesa excluirla para siempre. Aunque sea la indispensable y faltante pieza de una efectiva democracia de partidos. Porque derecha e izquierda son como dos ruedas en el mismo eje. Pero aquí la consigna parece ser que no  tengamos un eje que funcione. Aunque no ruede. Aquí será derecha, solo derecha, siempre derecha. Aunque lo único que pueda hacer un eje con una sola rueda sea dar vueltas en círculo, siempre torcido. Y por eso sale, una vez más, a bailar el temor atávico: la izquierda latinoamericana.

Vuelvo y remato la anécdota. En ese punto la discusión ya no tenía remedio. Fuera modos y manera, invité al interlocutor a dejar de tener tanto miedo. La izquierda no come niños. Con GIF incluido, insistí: si interesa en serio la democracia, hay que perderle el miedo a la izquierda. Agrego ahora: hay que verla como parte necesaria de la solución. Y hay que buscar el problema donde está: en la gente —elitista, corrupta, incapaz de competir en un terreno parejo— que prefiere apostar por el autoritarismo, con tal de no perder su ventaja.

No lo tomó a bien mi interlocutor. «[E]so del temor a la izquierda, la propaganda y el gif [sic] funcionará para un netcenter o algún chiquillo de porai [sic]… si bien es tuiter [sic] pero se buscaba un intercambio, me extraña de ti.» Fui sumariamente disciplinado. Como con el gobierno, las elecciones, el emprendimiento, el desarrollo económico y la cultura: en la finca solo son graciosos los chistes del patrón.

Ilustración: Retrato del director del manicomio Saint-Paul, Trabuc (1889), Vincent Van Gogh

Original en Plaza Pública

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