Guatemala indígena

El poder, usted y yo también, ingenuos, maliciosos o indiferentes, hacemos como que Guatemala es blanca. Pero esta ciudad, fea y nuestra, es indígena.

Pulsa la ciudad como corazón que mueve la riqueza del país. Abultada metrópoli, lleva el esfuerzo de los muchos a los bancos de los pocos.

En la Avenida Reforma, una catequesis oficial en monumentos: próceres que abren como gastadores con un “obelisco” que quedó tan enano como sus intenciones. Montúfar, el patriarca liberal que acuerpa en su peana, inamovible como la intención de sus herederos en el poder. García Granados que cierra con la mano al pecho. En medio, el reparto: ministerios que huyeron del Palacio cuando Arzú lo destripó, la “Escuela Politécnica” que formaba los perros de presa del statu quo (¿a qué “técnicas” se refería?), una embajada cuya voracidad se desquita hasta con las aceras, y los bancos. Financiadores, aseguradores, urdidores.

Pareciera haber quedado sólo el Parque Central para las empleadas de hogar indígenas y los soldados indígenas, para los pastores indígenas y los heavymetaleros indígenas. Como cascarón liberal, el Palacio de Ubico está tan vacío de poder como de comercio el Portal. Una liberal-Disneylandia para pobres. Pero no le importa a los domingueros, que en círculos aprovechan el descanso.

Como bisagra y árbitro del espacio urbano, reina en la muni el hombre blanco. Tan blanco que es rosado, podría decir Stephen Biko. Yo, un Alvarado, con descaro en esta Plaza Pública señalo lo obvio. Y en otros medios un descendiente de García-Granados nos recuerda que toda la honra (bueno, alguna) debe darse a la urbanización eficaz. Ajá, ajá. El poder y los pocos, que hablamos entre nosotros.

Mientras tanto, el corazón de la ciudad es indígena, aunque no lo admitamos. Pilotos indígenas que se rifan la vida ante mareros indígenas, navegando el tráfico en buses llenos de empleados indígenas, zarpando desde barriadas suburbanas y atracando en todas partes.

Incontables comerciantes indígenas traen en picop la verdura que desde La Terminal coloniza las cocinas de todos. El empleado en el supermercado es indígena. Indígena es la que hace contabilidad, revisando inventarios, abriendo la tienda puntual (“pase seño, ¿qué va a querer?”). Indígena poniendo el candado por la noche, mientras el jefe hace horas que lidia con el tráfico en “Carretera”. Invisibles prisioneras indígenas cuidan hijos ajenos desde Utatlán II hasta La Cañada, ríen a medias con las gracias ingenuamente racistas de los niños, blanquitos y no tan blanquitos.

Al medio día, salen las tenderas indígenas a comprar el almuerzo, un par de tortillas con guacamole, que vende la mujer indígena en la acera. Los oficinistas, también indígenas, compran la carne barata del asador que maneja otro indígena en la esquina de la mismísima y blanquísima Avenida Reforma. Los pequeños lustradores se toman un momento para disfrutar del fútbol en la tele del restaurante en la Zona Viva. – No te acerques demasiado – le dice en kaqchikel, q’eqchi’, ixil, el mayor a su hermano, que te va a correr el jefe. Otro indígena.

Y así como en el mercado y en la acera, igual en el centro de cómputo. En el taller, la escuela y la venta de gas. Voy al banco y el traje sastre de la cajera intenta esconderla. Pero el gafete ISO 9000 se burla de la impostura: “Hola, soy Melanie Itzep.” Y el supervisor, que flirtea con ella haciéndose el severo, también ríe, se esconde, y es indígena.

El poder, usted y yo también, ingenuos, maliciosos o indiferentes, hacemos como que Guatemala es blanca. Pero esta ciudad, fea y nuestra, es indígena. Así sea de monumentos liberales y mugre universal. Es una ciudad donde un edil porfiado prefiere el pasado conservador de Carrera, que reconocer su nueva clase media; pero igual tiene corazón indígena.

Y ese corazón pulsa, pulsa urbano, pulsa indígena, aunque usted y yo aún no lo sepamos oír. Como un tambor sordo, despierta de un sobresalto al oligarca en su cama, colcha de café y almohadas blanco azúcar. Es de madrugada y su mujer duerme tras un día de compras, yoga y spinning. Pero él no logra sacarse de la cabeza el ruido: Tecún, tecún, tecún.

Original en Plaza Pública

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