En 1919 Oliver Wendell Holmes, legendario magistrado de la Corte Suprema de los Estados Unidos acuñó una frase que cobraría vida propia.
Al documentar el criterio de la corte en un caso de libertad de expresión (Schenck versus Estados Unidos), anotó que una expresión peligrosa y falaz no está protegida bajo la primera enmienda de la Constitución de dicho país, pues sería como «falsamente gritar fuego en un teatro y causar un pánico».
La decisión judicial luego sería calificada para referirse únicamente a casos donde la expresión peligrosa y falaz busca deliberadamente causar actos al margen de la ley. El propio Holmes llegó a dudar de sus razones originales. Pero la frase pasó a ser argumento cajonero de quienes intentan restringir la libertad de expresión en los Estados Unidos, al punto de haber razones para dejar de usarla.
Con todo, aquí me tiene poniéndola en mi título. La semana pasada gente de una comunidad vejó a un equipo de vacunadores y destruyó frascos de vacuna contra la covid-19. Y los conductores del programa Con Criterio dieron, entre otras, una entrevista a un médico que niega la eficacia de la vacuna.
Tuvo el entrevistado en la radio plataforma para exponer una colección de ideas falaces y equivocadas acerca de por qué no vacunarse. Esto incluyó: críticas ad hominem contra otros investigadores, usar sus propios títulos académicos como argumentos ad verecundiam para justificar sus ocurrencias, aplicar repetidamente el alegato especial para citar solo sus propias fuentes, y servirse de evidencia incompleta para quedarse solo con los datos que le convienen, en vez de sujetarse al conjunto de datos ampliamente aceptados por la comunidad de especialistas, que demuestran abrumadoramente que las vacunas funcionan y son más seguras que cualquier otra opción.
En parte los entrevistadores objetaron las afirmaciones más obviamente falsas y la desinformación del entrevistado, pero el daño estaba hecho. Basta leer los comentarios de miembros de la audiencia que ya eran antivacunas: encontraron en el díscolo galeno al adalid perfecto. Algunos críticos, con menos caridad que precisión, señalaron que quizá es hora de cambiar el nombre al programa: Sin Criterio.
Los conductores del programa hicieron mal en dar micrófono al entrevistado. No solo faltaron a su responsabilidad de informar, sino que también al valor que ellos mismos han dado a formar criterio para la decisión ciudadana. Pero no abogo por la censura y eso obliga a explicarme.
En el trayecto de noticia a opinión hay tres hitos. En el punto de partida están los datos, las evidencias documentadas de los hechos. Decir «en Fray Bartolomé, miembros de la comunidad vejaron a vacunadores del Ministerio de Salud» es reportar un dato: el hecho pasó con las características descritas.
En el punto de llegada está la opinión. Esta se refiere al juicio formado del hecho: extraemos un significado al valorar los datos. No solo atribuimos responsabilidad —que la comunidad agredió a los vacunadores porque no confiaba en ellos o porque el Ministerio de Salud no conoce a las comunidades, por ejemplo— sino que afirmamos que eso es bueno, malo o indiferente.
A medio camino está el tercer hito: el criterio. Este es el marco valorativo aplicado para evaluar los datos. Lo interesante es que, mientras los datos se remiten a la realidad objetiva y la opinión a la subjetividad individual, el criterio es un híbrido: aplicamos a los nuevos datos el criterio formado con nuestra exposición a datos previos, pero también consolidado con opiniones que hemos sustentado en el pasado. Es el fruto decantado de nuestra experiencia previa aunada a nuestros hábitos, incluyendo tanto rutinas de pensamiento como sesgos cognitivos.
Y es aquí que reside la gravedad del error en Con Criterio. Porque el entrevistado es presentado como alguien que «no comparte (…) el tema de la vacunación», como si fuera asunto de opiniones. Pero el problema es que el susodicho no usa datos veraces y allí se tuerce todo el asunto. El entrevistado no debe ser callado porque grite fuego en el teatro, sino que no merece ser oído porque, mientras el teatro realmente arde, él dice que allí no hay llamas, nomás alegres bengalas.
Luego ir y venir con devaneos de opinión resulta irrelevante. Ya sea para culpar a la comunidad en un nuevo ejercicio de racismo o para responsabilizar al incompetente Ministerio de Salud, se ha perdido de vista la verdad: el hecho es que la gente está cayendo enferma y muere a raudales por el covid-19, y que las vacunas son indiscutiblemente la medida más eficaz y segura para prevenirlo.
Ilustración: Danza en llamas (XI) (2021, foto propia)
Original en Plaza Pública (editado aquí el 19 de septiembre de 2023)