Diré algo que puede disgustarlo. Pero es importante. Este país no puede ser grande.
Este país que llamamos Guatemala, con sus características y en su territorio, con la gente que quiere lo que quiere hoy, no puede ser grande. Y hacer lo que hacemos hoy no nos hará grandes. Si con esto pudiéramos ser grandes, ¡ya lo seríamos!
No es cuestión de mala fe, de resentimiento o de odio propio. Es asunto de simple lógica. Estando gordo pensaba que podría ser flaco. Pero no bajé de peso hasta que dejé de comer tanto e hice más ejercicio. Igual aquí. ¿Queremos un país mejor? Habrá que hacer cosas distintas a las que hemos hecho hasta aquí. Es más que obvio que con lo que venimos haciendo desde 1986, más aún desde 1954, no hemos salido de la desnutrición, de la pobreza, de la desigualdad, de la violencia y del deterioro ambiental.
La conclusión es ineludible: debemos desarmar el país que tenemos, la sociedad que nos atrapa. Hay que construir un poder muy distinto. Hay que hacer cosas muy diferentes a las que hacemos hoy.
Sigamos llamándole Guatemala si eso ayuda a sentirnos mejor. Al fin, siendo flaco me seguí llamando igual que cuando era más gordo. Al yo flaco le gusta creer que es la misma persona que el yo gordo. Pero, de hecho, es alguien distinto, que quiere cosas distintas y, sobre todo, hace cosas distintas. Igual es en estos asuntos mayores: para que exista Guatemala la grande será indispensable acabar con Guatemala la enana. Acabar con ella desde sus cimientos.
Esos cimientos están en el Estado: su territorio, su población y su poder. ¿Cómo cambiarlos? Para empezar, reconozcamos que el territorio no cambia. Existe fuera de nosotros y solo podemos ganarlo o perderlo como espacio físico, ampliarlo o achicarlo como jurisdicción. Por eso los conservadores en el siglo XIX no toleraban el Estado de los Altos, porque perder territorio era redefinir la nación. Y lo entendieron al fin los liberales de Quetzaltenango, que nunca lograron construir ese Estado de los Altos, pero al ganar el territorio de toda Guatemala en 1871 cambiaron lo que ellos mismos eran. De ser riquillos de pueblo pasaron a ser élite nacional. El territorio nos cambia a nosotros antes que nosotros a él.
Si gobierna con una definición de población que deja fuera a los migrantes y donde no caben los pobres como ciudadanos, seguirá gobernando a la Guatemala enana, esa que jamás será grande.
Segundo, la población. Esta es más móvil. Y lo que importa aún más: lleva la patria consigo. Es la población la que cambia la patria aunque la siga llamando igual. Por eso una Guatemala que incorporara al par de millones de ciudadanos que viven en los Estados Unidos sería algo muy distinto al país que hoy los excluye y olvida aunque sean quienes sostienen su exigua economía. Hoy Guatemala incluso deja fuera a la mayoría de gente que vive dentro de su territorio formal. Los pobres escasamente tienen ciudadanía.
Finalmente, está el poder. Quién manda, a quiénes y acerca de qué cosas: este es el elemento más sutil. El poder existe exclusivamente dentro de nuestras cabezas y en nuestros discursos: el que manda lo hace solamente porque los demás le hacen caso, así sea por las buenas o por las malas. Y en el poder está la esencia de lo que llamamos Estado, de lo que ordinariamente pensamos como país. Es el poder lo que hoy representa Giammattei. Su tarea principal es gobernar la ficción que llamamos Guatemala: producir y reproducir las creencias y acciones que la concretan.
Y allí está el reto mayor. Si gobierna el territorio, pero no resuelve que en mucho de ese territorio no hay ni siquiera presencia de las instituciones públicas, seguirá gobernando a la Guatemala enana. Si gobierna con una definición de población que deja fuera a los migrantes y donde no caben los pobres como ciudadanos, seguirá gobernando a la Guatemala enana, esa que jamás será grande. Si ejerce el poder en favor de los que ya son poderosos, en contra de quienes no lo son, sobre los mismos de siempre y para hacer las cosas de siempre, no será sino el más reciente caporal de la Guatemala enana.
Presidente tanto como ciudadano, rico tanto como pobre, ¿quiere, como yo, una Guatemala grande? Primero tendrá que poner distancia respecto a la que ya tenemos, a la que puebla nuestras mentes, conforma nuestros valores y, sobre todo, define nuestros actos. Porque esa es la Guatemala enana, la Guate mala. No se engañe. Sobre todo, no se deje engañar. Porque miente quien diga que por donde caminamos los últimos 65 años se llega a ser grande. Abra los ojos: vea adónde nos trajo este camino.