Estados Unidos y su contraparte empresarial en Guatemala

Los Estados Unidos comienzan una nueva ronda de relaciones con Centroamérica y todo mundo —quien escribe aquí incluido— se apura a decirles qué hacer. Por supuesto, una cosa es hablar, otra muy distinta es ser escuchados.

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Antes de Trump tres cosas destacaban en los medios sobre la agenda de Washington para Guatemala: perseguir al narcotráfico, perseguir a la corrupción y perseguir a los migrantes indocumentados (léase: a los migrantes pobres). Como con un sistema de sonido, Trump simplemente jugó con los botones que ya estaban allí. Dejó el combate al narcotráfico más o menos donde lo encontró; giró la lucha anticorrupción tan bruscamente al cero que rompió el control, con lo que consiguió que el insufrible Morales expulsara a la Cicig. Y subió el volumen de la persecución contra los migrantes hasta niveles de estridencia enfermiza.

Hoy Biden gira los botones con más cuidado. Pero tengamos claro que no es una negociación. Nadie está preguntando si nos gusta la música. Nomás ajusta las instrucciones que nos da según considera que le conviene a su país. Así, con las críticas explícitas del Departamento de Estado y las declaraciones de Juan González sobre la elección de Mynor Moto quedó claro que la anticorrupción vuelve a subir de volumen. Y la cancelación del ignominioso «acuerdo de tercer país seguro» baja el volumen antimigratorio. Y en el tema antinarco… veremos. En el Norte aún no tienen estómago para hacer lo que allí tanto como aquí se necesita —echar marcha atrás con la tan contraproducente «guerra contra las drogas»—así que  el asunto sigue esperando.

Sin embargo, hay al menos dos problemas mayores con todo esto. El primero es que una vez rotas las cosas ya no basta con ajustarlas. La torpeza de Trump dejó que se rompiera la Cicig, a pesar de que en el último cuarto de siglo fue la única apuesta demostradamente eficaz para perseguir la narco-corrupción de élite. Tenía tanto una base institucional nacional, como soporte multilateral. La miopía de los políticos y legisladores en los EEUU al dejar que colapsara significa que hoy cualquier cosa que se intente —así sea una comisión regional o una oficina en lo más profundo de la Embajada de los Estados Unidos— igual tendrá que trabajar con un Estado guatemalteco más capturado, más resistente a la reforma y con instituciones de justicia aún menos eficaces.

Si lo duda, considere nomás la diferencia para la justicia norteamericana si hoy busca una alianza con el Ministerio Público liderado por Consuelo Porras, comparado con lo que antes era trabajar con Thelma Aldana apoyada por la Cicig. Cualquier cosa que ensaye la administración de Biden tendrá que diseñarse a partir de operar con una socia embustera. Pero bueno, quizá ya se irá acostumbrando, pues es algo así como trabajar con el partido republicano de Mitch McConnell: cosa de agarrarle el gusto a dormir con un nido de alacranes en la cama.

El segundo problema es que una cosa es ajustar el volumen de la radio y otra muy distinta es de qué se trata la programación transmitida. Y no lo dude: la preocupación de los Estados Unidos para con la justicia en Guatemala es asunto de volumen, pero no de contenido. Jugando con las palabras, digamos que el contenido que importa es el que se importa y también el que se exporta. La clave está en la inversión y en los negocios.

Ciertamente la potencia del norte prefiere comerciar con una Guatemala cuyo Estado es justo y respetuoso de los derechos humanos. Pero como en tantos casos a lo largo de su historia y en todo el globo, está perfectamente dispuesta a pincharse la nariz y aguantar el mal olor, si el negocio es suficientemente bueno. Y en Guatemala los negocios grandes se siguen haciendo con el Cacif y la maliciosa élite empresarial que representa.

No nos engañemos: cambiar para siempre y para bien la relación de los Estados Unidos con Guatemala exige hablar de negocios y de inversiones. 

No nos engañemos: cambiar para siempre y para bien la relación de los Estados Unidos con Guatemala exige hablar de negocios y de inversiones. No basta hablar de justicia o de derechos humanos, de educación y de salud, de identidad y culturas indígenas. Cambiar para siempre y para bien la relación de los Estados Unidos con Guatemala requiere que Washington reconozca la necesidad de hablar con otros interlocutores comerciales en Guatemala. Pero eso exige que en Guatemala encuentre efectivamente otros empresarios —hasta aquí conspicuamente ausentes— con quienes pueda hablar: modernos, visibles y organizados. Sobre todo, audaces.

Ilustración: «Pilares del Capitolio» (2020, imagen propia).

Léelo en inglés

Original en Plaza Pública (modificado aquí 4 de noviembre de 2023)

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