Recientemente un periodista de opinión se quejaba de que la pobreza en Guatemala persiste y se agrava nomás porque las agencias que la miden continuamente cambian lo que cuenta como pobreza.
Examinemos la evidencia, que siempre es importante evitar el razonamiento desordenado. No sea que se nos tache de insolentes. Empecemos con lo obvio: el periodista tiene razón. La definición de pobreza ha cambiado en el tiempo. Antes bastaba definirla como categoría o en función de un umbral de ingresos. Hoy, por el contrario, los expertos se debaten entre conceptos basados en ingreso, consumo y percepción de bienestar, y en el caso de la pobreza multidimensional no solo buscan quién es pobre, sino también de qué forma es pobre.
Pero, para más inri del comentarista susodicho, no solo cambia la definición de pobreza, sino que ha cambiado también el umbral de lo que se considera como tal. Nomás al definirla en función del ingreso, mientras tempranamente las discusiones de los especialistas se conformaban con especificar que es pobre quien vive con «dos dólares al día» (más estrictamente hoy, $1.90), luego han detallado nuevos y mayores límites: $3.20 y hasta $5.50 al día. En otras palabras, sí, nos mueven la meta.
Eso en cuanto al instrumento de medición. ¿Qué decir del objeto medido? Para el caso de Guatemala, si definimos la pobreza como vivir con menos de $1.90 al día, en 2021 solo 8.7% de la población de este país la padece y el país ocupa el puesto 107 (de menos pobres a más pobres) de 164 países que reportan datos. Si ponemos el umbral en $3.20 al día, la proporción de pobres sube a 24%. Finalmente, con el umbral puesto en un ingreso menor de $5.50 al día resulta que casi la mitad (48.8%) de la población vive en pobreza. ¡Así no se vale, muchá! Casi oímos la queja.
Compliquemos el escenario. ¿Cómo nos ha ido en el tiempo? Con la palabra que encanta a los economistas, porque siempre da salida: depende. Según el Banco Mundial hoy tenemos menos gente sobreviviendo con $1.90 al día. Pero mientras entre 1985 y 2000 el número de guatemaltecos que vivían en pobreza fue cayendo, luego comenzó a crecer de nuevo. Lo que más creció fue el número de gente que vive con menos de $5.50 al día. Aún en 2014, 1.3 millones de personas debían sobrevivir con menos de $1.90 al día. Sin moverle las señas al periodista: no costará reconocer que esto aún es un montón de gente, y que eso es muy poca plata para vivir todo un día (para más precisión, Q8.35 PPA de 2011).
Y aquí meto otro tema (cuesta dejar de ser insolente y desordenado de pensamiento). Hace 6 meses mi pareja me introdujo al uso de una aplicación en el celular para empujarme a hacer ejercicio. Una vocecita metálica me va indicando qué ejercicio hacer y cuánto tiempo. Entre jadeos y pujidos voy haciendo caso. Pero eso no es lo peor: empezó haciéndome brincar por 15 segundos hace medio año, pero estos días insiste en que haga 30 abdominales y más. Escándalo: ¡me está cambiando las señas! Por supuesto, ahora ya tengo más resistencia y me alienta a seguir mejorando mi condición física.
Muy a pesar de lo que pudiera decir el Evangelio sobre la perpetuidad de los pobres entre nosotros, es perfectamente factible acabar con la miseria material de las personas.
Pues bien, igual con medir la pobreza. Muy a pesar de lo que pudiera decir el Evangelio sobre la perpetuidad de los pobres entre nosotros, es perfectamente factible acabar con la miseria material de las personas. Pero requiere que como sociedad nos exijamos cada día más para conseguirlo. Dejar un umbral fijo sería como con el ejercicio: apenas un refugio para la complacencia.
Más aún, debemos hacer lo indispensable y orientarlo a la gente que lo necesita: sacar a esos 1.3 millones ya sería un buen comienzo y no particularmente oneroso para quienes en sociedad ya lo tenemos todo resuelto. Tendríamos que emprender las medidas que funcionan y que resulta son bien conocidas: intervenciones multifacéticas a nivel del hogar, complejas pero efectivas; transferencias monetarias condicionadas, muy eficientes a pesar de la resistencia del Cacif y que, quíteselo de la cabeza, no hacen que la gente sea perezosa; y la dotación de oportunidades de trabajo, mientras no sean de mala calidad y peligrosos. Para rematar —Jesús nació en un pesebre, donde menos se espera, salta la liebre— resulta que una medida eficacísima para romper las cadenas de las llamadas «trampas de pobreza” es… ¡la migración!
Ilustración: Llaga (2020, imagen propia).
Original en Plaza Pública