En el crisol se prueba el oro

Imagine: en el encierro de estos días usted prepara la cena. Las rodajas de plátano chisporrotean en la sartén.

Ir a descargar

El aroma despierta el apetito. Pero ha cometido un error: el fuego está demasiado alto y el aceite se incendia. Las llamas surgen de súbito. Sin tiempo para pensar actúa por reflejo. De golpe pone la tapa sobre la sartén y ahoga el fuego. Apaga la hornilla y respira ondo. Ha pasado la crisis.

Nuestra primera respuesta ante una emergencia no es distinta que en tiempos ordinarios. Lo que cambia es la velocidad con que debemos actuar. La decisión de poner la tapa estaba en su cabeza antes del incendio. En algún momento aprendió que quitar el oxígeno mata al fuego y que así se hace en la cocina.

Sin esa información habría ensayado otras opciones, todas predicadas sobre su acervo culinario y cultural. Podría usar un extinguidor, si lo tuviera instalado. O —Dios guarde— echar agua en la sartén con la ilusión de apagar el fuego, nomás para descubrir que el aceite salpica y alcanza a quemarlo.

Para enfrentar una catástrofe contamos con los mismos recursos —valores, políticas e instituciones— que para el día a día. Pero la presión de tiempo los hace más visibles. Solo lentamente modificamos lo que no funciona. La crisis del covid-19 no nos cambia en el corto plazo, apenas nos revela.

Con demasiada frecuencia se alaba que aquí somos innovadores y solidarios. Ante una erupción o un deslave, juntos apoyamos a las víctimas y con ingenio resolvemos sus problemas urgentes mientras las autoridades responden lentamente.

Sin demeritar la intención de los actores, reflexione: esas conductas ya están entre nosotros antes de las crisis. Lo nuestro es improvisar (que eso es la innovación cotidiana) porque no hay soluciones claras y tampoco reglas estables: ¡todo vale! Somos solidarios porque, faltando medios de ahorro, aquí nadie saldría solo.

Con la epidemia es igual. Lo que funciona en salud, funciona porque hace rato se ensaya. Y lo que no funciona hunde sus raíces en limitaciones antiguas.

Hay otra dimensión importante por invisible. Ante la crisis no solo lo bueno tiene raíces profundas. También las tiene lo malo que algunos emprenden. La crisis revela lo que somos y lo que tenemos. Mientras para algunos hace evidente su buena intención y su capacidad de siempre, para otros hace visible la materia indigna con que siempre fueron hechos.

Ante la crisis no solo lo bueno tiene raíces profundas. También las tiene lo malo que algunos emprenden.

Así entendemos lo que pasó la semana pasada. Porque mientras ante el covid-19 muchos extraen de su acervo la pericia y la voluntad para ayudar, demasiados diputados y sus promotores solo sacan de su acervo excrementicio lo que siempre los impulsa.

Por eso circula un vídeo que, más que dividirnos en buenos y malos, fuerza una equivalencia ruin: que la critica es mala. Porque siempre nos han querido callados y la crisis da ocasión para insistir en ello. Por eso vemos una y otra convocatoria religiosa desde el gobierno de nuestro Estado laico. Porque siempre han manipulado la religión para distraer y la epidemia da otra razón para hacerlo. Y por eso vemos a algunos en el Congreso promover préstamos para gente corrupta y buscar 100 años de privilegio para sus amos empresariales. Lee bien: un siglo de exoneraciones. Porque nunca han querido contribuir al bien común y la crisis da otra ocasión para insistir en ello. Y en nombre de la emergencia aprobaron presupuestos donde la prevención y el tratamiento compiten en desventaja con asignaciones a negocios mañosos e instituciones inútiles. Porque lo suyo siempre es aprovecharse de la circunstancia; no para abordarla, sino porque pueden y porque hay dinero en hacerlo.

Por fortuna vemos algunas luces. Si las cosas no salen tan mal como podrían es porque algunos se oponen. Como Samuel Pérez, diputado que razonó su voto contra un dictamen sacado de la manga en la Comisión de Finanzas. No por la emergencia, sino porque suele actuar así. Y un conjunto diverso de parlamentarios denuncia la corrupción de la junta directiva del Congreso. No por la crisis, sino porque tienen rato de señalar su venalidad.

Entendamos: en agudo es tarde, tanto para aprender lo bueno como para evitar lo malo. Debemos excluir a los mafiosos siempre, para que no puedan aprovecharse de las crisis. Debemos escoger bien siempre, para que en la crisis podamos escoger bien. Debemos hacer bien siempre, para que en las crisis hagamos bien.

Imagen: Bodegón con botella, dos vasos, queso y pan (1886). De Vincent Van Gogh.

Original en Plaza Pública

Verified by MonsterInsights