Es de idiotas rechazar políticas que funcionan.
La primera es buscar culpables. Mientras gana velocidad, puede perder tiempo culpando a sus pasajeros por distraerle en el camino. Pero usted es la única persona que tiene el pie en el acelerador y las manos en el timón.
También puede quitar las manos del timón para tirar duro del freno y detenerse de una vez, pero el riesgo de perder control es muy alto. Finalmente, puede mantener las manos en el timón, dirigir el auto por la carretera y disminuir la velocidad mientras busca un lugar seguro para detenerse.
Guatemala enfrenta un dilema similar. En el viaje del desarrollo hemos estado distraídos, rodando cada vez más rápido por una ladera de violencia, acelerando irresponsablemente la extracción de recursos naturales y descuidando los frenos a la pobreza y la desigualdad. Ahora que comienza un año nuevo, antes que perder tiempo buscando culpables, pensemos en nuestras opciones.
Lo primero será reconocer que el desarrollo es cambio, y siempre planteará nuevos problemas. Así como no sirve hundir el freno en plena empinada, no bastará contener las nuevas situaciones: ante la necesidad de energía no alcanzará rechazar las hidroeléctricas; ante la urgente necesidad de seguridad alimentaria no basta con resistir cualquier reclamo de reforma en el agro.
Resolver nuevos problemas es posible, pero exige pensar distinto. Hace falta enfrentar activamente los obstáculos para superarlos. Esto requiere imaginación, crítica, prueba, y seleccionar lo que funciona. La imaginación es necesaria para definir opciones nuevas. ¿Qué pasaría si en vez de una universidad tuviéramos cinco regionales públicas? ¿O si decidiéramos que todos los niños ladinos deben aprender al menos un idioma indígena? ¿Quizá establecer corporaciones mixtas entre inversionistas privados, comunidades rurales y Estado para financiar y usufructuar las hidroeléctricas? Si no nos atrevemos a imaginar, no encontraremos salidas.
La crítica es la partera de las soluciones, que permite examinar las opciones y superar nuestros prejuicios. Por ejemplo, mientras el CACIF no admita crítica a su desfasado pavor a la reforma agraria, serán los mismos hijos de la élite quienes no podrán encontrar salidas para el agro. Mientras los jóvenes indígenas callen las debilidades en el pensamiento de los ancianos, simplemente porque estos llegaron primero, costará descifrar cómo ser maya, urbano y moderno, todo a la vez.
La prueba es donde se practica lo que predicamos. Las ideas deben ensayarse, para descifrar cuáles funcionan. ¿Sirve dar pequeñas cantidades de dinero a las familias por mandar a sus hijos a la escuela y a la clínica? ¿Es efectivo dar incentivos a las municipalidades para que contraten localmente la producción y distribución de alimentos y evitar el hambre? ¿Es viable una reforma agraria? Nunca tendremos respuestas si no ensayamos.
Finalmente, la selección es donde nos quedamos con lo que funciona. No se selecciona lo que nos gusta, ni lo que propone nuestra ideología. Se selecciona lo que funcione. Esto es lo que llevó a quedarnos con los Hogares Comunitarios, aunque vinieran del anti-constitucional Serrano Elías; con el Pronade, aunque no le gustara al magisterio; o Mi Familia Progresa, aunque Sandra Torres fuera populista. Es de idiotas rechazar políticas que funcionan.
Para dar un viraje mínimo -resolver los problemas de nuestra empinada caída-, tendremos que empezar por las formas de pensar y escoger. Esto es distinto del “porque lo digo yo” que usan muchos, desde sindicalistas y empresarios, hasta el Presidente, que ha hecho del autoritarismo una profesión, quizá hasta una institución. Adoptar soluciones funcionales no empieza ni termina con sentencias, sino con preguntas.
En este año nuevo, desconfíe entonces del CACIF cuando se atrinchere en el “no a todo” porque le faltan soluciones diferentes para problemas nuevos. Desconfíe de quien rechace las hidroeléctricas sin resolver el reto de la energía. Desconfíe cuando sin probar le digan que la reforma agraria es mala, que la educación bilingüe nos retrasa, o que las mujeres no pueden mandar. Sabemos que el acceso a la tierra mejora la productividad y reduce el hambre. Sabemos que las primeras letras en el idioma materno mejoran el aprendizaje, y que las mujeres toman mejores decisiones que los hombres en favor de sus hijos.
Desconfíe de quien tenga “la solución”: así se lo diga en la iglesia, en la radio o lo pinte en las paredes. Empresario, maestra, campesino, estudiante o Presidente, en este 2013 apueste a la imaginación, al pensamiento crítico, y atrévase a adoptar las cosas que funcionan.