El precio del mal

Haber sido víctima en el pasado no da excusa para ser victimario en el presente.

«El que peca y reza, empata», dice el proverbio. Pero no es cierto. El que peca y reza, es un hipócrita.

Mérito y mal no son propiedades transitivas. No hay una contabilidad del dolor, que permita compensar el debe con el haber. Sobre todo, el mal sufrido nunca desquita el mal por cometer.

El que hace daño, hiere a su víctima, se hace menos digno, y abdica con sus actos de ser gente «de bien». La víctima padece, sí, pero no pierde dignidad. Tampoco la gana. Esto no le hace un sujeto pasivo, pues retiene siempre el poder de perdonar, o no, a su victimario. Pero no gana puntos para gastar en otra trifulca.

Lo dicho viene muy al caso en estos días en que, una vez más y de muchas maneras, los pueblos de Oriente Medio nos recuerdan que, con un poco de dedicación, siempre es posible causar más sufrimiento. Dejaré que otros hablen sobre los méritos relativos de una u otra causa, pues les asisten el conocimiento y la experiencia de las complejas historias de judíos y palestinos, Israel, Palestina, Irak o Siria.

Pero ello no me impide hablar sobre el mal –materia en la cual todos desde chicos nos hacemos bastante expertos– y particularmente sobre los juicios que hacen las personas a mi alrededor, ante los desmanes en el Levante.

En particular, me mueve a denunciar la mala costumbre de algunos, cuando insisten en un discurso que justifica un mal con otro. El caso más obvio por brutal, es la persistente referencia, explícita o implícita, al Holocausto para «explicar», que es forma bonita de decir justificar, el ensañamiento israelí sobre Palestina. Insisto en la inexistente contabilidad de males. El Holocausto es una mancha terrible sobre la historia de Alemania, que esta tardará mucho en purgar. Fue una desgracia inmensa desatada sobre los judíos en Europa. Judíos que retuvieron su dignidad, y el poder de perdonar o no a sus victimarios. Pero nada más. De ninguna forma justifica, ni minimiza, el ejercicio de visitar desgracias sobre los palestinos. Este, para fines prácticos, es asunto aparte, factura propia y actual del estado de Israel.

Antisemita, será la acusación fácil. Pero es que ¡apenas empiezo! Veo a un columnista empeñado en reclamar: ¿dónde están los que critican a Israel cuando se trata de denunciar las barbaridades del ISIS en el norte de Irak? Tiene razón, pero solo en parte. Tristemente, maldades alcanzan para todos. En el norte de Irak y también con el perverso Boko Haram en Nigeria, que secuestra y esclaviza niñas en castigo por el atrevimiento de querer educarse. Reclamemos ante la sangría persistente en Siria: un gobierno que mata a sus ciudadanos, y rebeldes que igual abusan de sus conciudadanos a la menor sospecha de alianza con un contrincante sectario.

Pero insisto: un mal no desquita otro. Las atrocidades del ISIS, de ninguna forma restan de la injusticia de las bombas en Gaza. Como el bombardeo en Gaza no excusa la violencia islamista. Cada uno, Israel para Palestina, Hamas para Israel, ISIS en Irak o Siria, tendrá que cargar con el peso y proporción de sus propios hechos ruines. Ni en el patio de la escuela se acepta justificar que se le pegó al otro porque él lo hizo primero. El mal es malo y, sobre todo, propio de quien lo hace. Haber sido víctima en el pasado no da excusa para ser victimario en el presente. Las víctimas grandes, como Gandhi y Mandela, nos han mostrado que su herencia más poderosa es la firmeza del perdón.

Y esto nos devuelve al papel de la víctima, a su luminosa oportunidad. Porque esta semana, junto con el pesar de ver correr tanta sangre, recibimos también consuelo y esperanza. Esperanza porque, tras cuatro décadas, al menos dos secuaces de Pol Pot en Camboya habrán de purgar en cadena perpetua las atrocidades que cometieron y condonaron hace tantos años, y las víctimas se abrazan aliviadas. Consuelo, porque un bienhumorado nieto se reunió al fin con su icónica Abuela de Plaza de Mayo, y todavía les dio tiempo de preguntar entre risas a sus victimarios qué se siente. Porque el mal no es de ellos, es de quienes los separaron.

Así que tomemos aliento y aprendamos. En esta tierra abundan las víctimas, y también los victimarios que no quieren hacerse cargo de su culpa. Pero el tiempo pasa, y de tanto empujar la puerta, se abre. Si tienen suerte, las víctimas habrán aprendido que el sufrimiento que llevan no es carta blanca para la venganza.

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Y ahora sí, ¡fiesta! Felicitaciones a Plaza Pública por sus dos premios de la Sociedad Interamericana de Prensa. Doce categorías y se llevaron dos. ¡Bien hecho!

Original en Plaza Pública

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