El pacto que faltó (III): ¿qué significa calidad educativa?

Cuando una ministra dice “daremos una educación de calidad”, se plantea un reto: enseñaremos a nuestros maestros y maestras a enseñar.

Los que fuimos a la escuela tenemos experiencia directa de la calidad educativa. Recordamos con admiración a algunos que cambiaron nuestra vida.

El profesor de sociales que nos ayudó a entender la historia; la maestra de idioma que nos enamoró de los libros; el de deporte que nos llevó a lograr metas no soñadas. Pero, ¿qué fue lo que hicieron para conseguir tales resultados? ¿Cómo lograron meterse en nuestra cabeza y cambiar eficazmente nuestra conducta, actitudes y valores?

Entender esto es esencial para la política educativa, pues no basta con la intención. No alcanza con decir que haremos una intervención “de calidad” para cambiar la vida de los estudiantes.(1)  El reto es establecer una cadena directa entre un Ministro de Educación, cuando proclama que “daremos una educación de calidad”, y la niña en una escuela rural que descubre al final del año que sabe leer y entiende lo que lee. Cada eslabón debe estar intacto, de lo contrario habrá gasto, Ministerio, escuelas, maestras y alumnos, pero no resultados.

Para explicar esto, hagamos un juego de palabras con dos términos clave: enseñar y aprender. Al combinarlas se hará evidente lo que necesitamos. Empecemos con el eslabón más importante: los niños y niñas en la escuela.

Aprender a aprender

Una maestra no puede darse por satisfecha con que sus alumnos sepan cosas. Los ríos de África, los viajes de Colón, ítems que con frecuencia rellenan la cabeza del estudiante y el tiempo en la escuela, son apenas insumos para el aprendizaje, nunca su resultado. Una educación de calidad produce chicos que han aprendido a pensar.

Esto implica capacidades instrumentales. La lectura fluida con comprensión es una habilidad urgente, pues abre las puertas al conocimiento. Igual es el uso de fuentes de información: saber cómo encontrar la lista de los ríos de África es más útil que consignarlos a la memoria. Implica también capacidades operativas: saber procesar información para conseguir resultados, por ejemplo al interpretar una nota de prensa, o hacer las cuentas de un vuelto. Sobre todo, implica capacidades de pensamiento crítico: cuestionar una situación o resultado es esencial para construir nuevo conocimiento. Reconocer las limitaciones del propio pensamiento es fundamental para buscar mejores ideas.

Enseñar a aprender

La clave del buen maestro se define en la eficacia para generar “aprendedores”, no en el simple depósito de datos en la cabeza del estudiante. Un docente necesita competencias que reflejen las necesidades del estudiante. Debe poder enseñar capacidades instrumentales, empezando por las más básicas: la lectura, la escritura y las matemáticas. Debe poder crear oportunidades para la práctica operativa, vinculando el conocimiento nuevo al conocimiento viejo, creando ejercicios y llevando el aula al mundo cotidiano (de allí la importancia de jugar a la tienda, organizar debates o hacer visitas a negocios en la comunidad). Sobre todo, debe retar al pensamiento crítico. Lo que busca no son niños sentaditos y callados, sino mentes curiosas que en un ambiente seguro cuestionen lo que se les dice.

Aprender a enseñar

Los eslabones anteriores son la parcela de los maestros en la escuela. Este tercer eslabón remite a las instituciones. El debate sobre las Escuelas Normales empieza aquí. ¿Dónde aprenden los maestros a enseñar? ¿Cómo aprenden a enseñar? Responder estas preguntas es la esencia de la política de formación docente. Al igual que con los estudiantes en las escuelas, lo que el docente en formación necesita no es simple conocimiento. Poco ayuda una maestra que conoce las bases del constructivismo si no sabe aplicarlas en el aula. Es esencial una abundante práctica supervisada que no termine con la graduación. La formación en servicio y la asesoría pedagógica continua no son opcionales.

Enseñar a enseñar

Finalmente está el nivel que compromete a los funcionarios. Cuando una ministra dice “daremos una educación de calidad”, se plantea un reto: enseñaremos a nuestros maestros y maestras a enseñar. Lo que debe discutirse no son simples proclamas ideológicas, sino la bondad de la formación docente, universitaria o normalista, pública o privada.

Ni las normales ni las universidades producirán buenos maestros simplemente por definición. ¿Cuáles son las calificaciones y experiencia de sus formadores? ¿Cuántas oportunidades tendrán los estudiantes de profesorado para practicar la enseñanza y recibir supervisión? ¿Tendrán acceso a lecturas y teorías predicadas sobre la ciencia más avanzada acerca del conocimiento en los niños? Las decisiones sobre el lugar y la manera de formar docentes deben responder a estas preguntas.

Original en Plaza Pública

Notas

(1) Hay una versión en español, que desafortunadamente no he podido encontrar en línea.

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