El migrante: ¿se cuela o secuela?

La caravana de centroamericanos sigue su camino azaroso por tierra mexicana. Como serpiente multicolor, la plétora de migrantes huye de la pobreza y la violencia. Sobre todo huye de la desesperanza. La apuesta por un camino sin garantías nace de reconocer que en su país de origen podrá pasar cualquier cosa en el futuro, pero que ningún escenario parece incluir mejores opciones para ellos. Nada pierden con lanzarse a los brazos del repulsivo Donald Trump.

Mientras tanto, esta semana Estados Unidos celebra elecciones. Además de senadores y representantes, están en juego 36 de los 50 gobernadores de estado. Muchos ven estos comicios como plebiscito sobre la retórica y las políticas de Trump, que ha tomado la caravana como excusa para hacer aún más truculento su discurso antiinmigrante. Para cuando usted lea este comentario, probablemente ya conozcamos el resultado.

Pero, más allá de la coyuntura —el encuentro de pobreza y desesperanza con racismo y nativismo—, retomemos la pregunta de la semana pasada: ¿qué significa la migración? De las interpretaciones saldrán las respuestas. Estas importan porque la consecuencia puede ser indignación para algunos y sacrificio para muchos o un camino de esperanza y oportunidad.

Podemos leer al migrante como alguien que se cuela donde no le corresponde. Como raposa, encuentra un agujero en la cerca y se mete en tierra que no es suya. O podemos ver al migrante como secuela, alguien que enfrenta como puede la consecuencia de una injusticia más antigua. Porque sabemos que la movilidad humana es histórica y productiva, así que necesitamos entender por qué ahora es resistida con tanto ahínco.

Antes los Estados eran asuntos más cambiantes y las fronteras más porosas, pero el siglo XX endureció ambos. Los dos conflictos mundiales del siglo pasado mostraron que era inviable la guerra de conquista imperial. La tecnología bélica moderna hizo que el enfrentamiento entre grandes poderes fuera igual de destructivo para agresores y agredidos. Dejó de tener sentido pelear a escala global para ampliar el propio territorio.

Junto con ese reconocimiento político-militar —bueno porque redujo la violencia mundial— surgió una oportunidad económica. Hacer fijos los Estados y sus fronteras exigía facilitar el comercio sin barreras. Apenas dos años tras la guerra, en 1947, se firmó el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), que desembocó en la Organización Mundial del Comercio en 1993. Luego se desregularon las finanzas. Para que los bienes comerciales transitaran con facilidad, también debía fluir el dinero sin estorbo.

Mientras las fronteras se tornan transparentes para el comercio y las finanzas, para la gente se vuelven cada vez más impenetrables.

Sin embargo, esto tiene un reverso oscuro: mientras las fronteras se tornan transparentes para el comercio y las finanzas, para la gente se vuelven cada vez más impenetrables. La globalización comercial y financiera aniquila las oportunidades de ganancia entre mercados distintos. Limitar la movilidad humana las recupera. Los pobres en un sitio producen barato los bienes que quiero vender caro. Pero, como esos pobres no pueden consumir mercancías caras, debo moverlas con facilidad adonde haya gente con plata. Luego el comerciante y el banquero cosechan la diferencia.

De ahí que sea en la segunda posguerra cuando nacen ideas tan macabras como el muro de Berlín y ahora la muralla de Trump. La religión y las ideologías políticas producen los símbolos, pero algo más banal está en marcha y no necesita conspiración. Basta con que el capital procure lo que prefiere: lucrar. Se consolida la maquinaria de documentación y radicación, de prevención de la movilidad humana con cualquier excusa. Esa racionalidad justifica transmutar el ataque de 20 terroristas islámicos en 2001 en un solo país en un filtro permanente y universal a la movilidad de millones de viajeros en todos los aeropuertos del mundo, algo tan desproporcionado como inconexo.

Paradójicamente, explica también una de las principales reivindicaciones de integraciones regionales como la europea. Europa ilustra en el interior lo que desdibuja en el exterior: que la movilidad expande la prosperidad. Comunidad, mercado y moneda europeas son ficciones, pero europeo, persona europea, es todo aquel y solo aquel que puede moverse por la región sin estorbo. Aquí está la clave.

Y así volvemos a nuestro triste terruño. Porque, a escala histórica y regional, resulta que gente como Morales, Degenhart y Jovel, como los militares y empresarios ímprobos a los que sirven, hacen más daño por miopes que por violentos. Preocupados por rascar un par de centavos del erario de un país enano, no ven ni les importa que la migración sea un juego mucho más grande. Ante la historia que los rebasa, se les aplica de forma inmejorable el lema adoptado por el periódico satírico The Onion: «Tu stultus es».

Ilustración: Bienvenidos (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública

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