Empieza un proverbio chino diciendo que el mejor momento para sembrar un árbol es hace veinte años. Nunca más apropiado el adagio que en nuestro caso, con las elecciones generales ya a la vista. Todos despotricamos acerca de la mala calidad de los candidatos, la poca acción cívica de los ciudadanos y la debilidad de las instituciones.
Sin embargo, estas no son cosas que aparecieron repentinamente en los últimos cinco minutos. Tomó mucho tiempo, bastante desidia y algo de mala fe llegar a donde estamos.
Vale la pena preguntarnos qué hacíamos hace 20 años. En 1991 algunos, los menos, ya soñaban con tomar el poder, y para ello sembraron su arbolito: trabajaban como funcionarios nacionales o locales, aprendían el manejo de la cosa pública. Amasaban, quizá, los recursos y las relaciones que les servirían para impulsar una campaña, ejercitaban en pequeña escala sus artes de oratoria o desinformación, según fuera el caso. Unos pocos, incluso, ya gozaban del poder, y siguen en él: árboles viejos que en dos décadas no han hecho sino torcer más la rama.
Los demás, si ya existíamos, andábamos con las narices en los asuntos de siempre: trabajar, estudiar, hacer negocios, criar hijos y, por supuesto, ¡quejarnos del gobierno de turno, de la mala calidad de los candidatos, de la poca acción cívica de los ciudadanos y de la debilidad de las instituciones!
El juicio de la historia es terrible y severo. Nos exige una explicación sobre qué, específicamente, hicimos o dejamos de hacer en las dos décadas que ahora terminan, para que hoy la política en Guatemala no tuviera el matiz que trae. Pocos son los que pueden dar una buena respuesta. A la mayoría nos ha alcanzado con quejarnos, desembarazarnos del Estado y sus costos, y culpar a los mañosos que sí estuvieron activos en el ínterin.
Si no nos gusta lo que vemos, hoy es un buen momento para comenzar a hacer algo al respecto.
Sin embargo, no todo es malo. Sigue el proverbio con que el segundo mejor momento para sembrar un árbol es hoy. Así que, si no nos gusta lo que vemos, hoy es buena hora para comenzar a hacer algo al respecto. Pero tiene sus condiciones. No me refiero aquí a un árbol para dentro de un año, mata urgente que crece como esas candidaturas veleta que surgen en el año electoral: personas con más ambición que sensatez, dispuestas a gastarse la hacienda propia o ajena en perseguir un sueño y conseguir cuatro votos.
Tampoco es un árbol para dentro de 10 años. Este fue el tiempo que le tomó a Alfonso Portillo, desde que regresó de México, para hacerse presidente. Suficientes años para pulir el currículo, insertarse en las redes del poder, hacer tratos con el diablo y llegar a la presidencia en hombros de un caudillo inhabilitado. El contraste no podría ser mayor. Mientras Portillo paga con creces la ilusión de un boleto exprés a la fama y la fortuna, ese mismo caudillo paciente lleva cuatro períodos legislativos, su partido se consolida, y él resiste toda embestida de quienes quisieran verlo tras las rejas por genocidio y crímenes de lesa humanidad. El que va lento va lejos, dirían los italianos.
Entonces, si piensa que los candidatos son una partida de malandros y que la burocracia es inservible, empiece a cambiar usted hoy. Nos toca a usted, como a mí, empeñarnos en una tarea que tomará dos décadas: 7300 días amanecidos, cada cual más y más involucrado. No basta su voto de castigo al partido oficial ni el voto espuma por las diversas opciones, todas débiles. Tome en cuenta que 20 años implican lo que hagan cinco administraciones gubernamentales sucesivas. Los buenos chapines y chapinas para poblar esas cinco administraciones sólo podrán salir de un sitio: nosotros y nuestros hijos e hijas.
Así que dejémonos de quejas. Al contrario, asegúrese que usted, sus hijos, familiares, amigos y vecinas estén empadronados, listas y capaces para votar, ¡y voten! Busque la oportunidad para involucrarse: Cocodes, juntas de vecinos, comités de padres, todos le necesitan como actor y decisor en los asuntos que le afectan. Hágase escuchar: comente en periódicos, foros, blogs y listas de correo. Si nosotros no cambiamos y actuamos, Guatemala seguramente tampoco lo hará.