Guatemala ha tenido un infarto agudo a su corazón social. Veintisiete jornaleros muertos, mujeres y niños incluso, son el dolor de ese infarto. Entre todos nos preguntamos: ¿cómo pudo pasar? Las iniciativas no se han hecho esperar: el electroshock del Ejército, para poner coto al narcotráfico, el intensivo del Estado de Sitio en Petén. Las medidas de urgencia no son opcionales cuando el paciente agoniza.
Sin embargo, ni el problema, ni las soluciones terminan allí. Treinta años de no pagar las primas del seguro que son los impuestos, 40 años de comer los chicharrones de la corrupción, 50 años de postergar el ejercicio de la participación, cien años del estrés de la injusticia… de allí vino este infarto.
Por supuesto, quisiéramos que la historia fuera otra. El enfermo en el intensivo añora las oportunidades perdidas para salir a correr, pero eso es agua bajo el puente. El galeno de cara sombría y bata blanca le dirá: “De hoy en adelante, se acabaron los chicharrones”. ¿Hará caso el paciente?
Dejemos la metáfora y vayamos a lo concreto. En el corto plazo toca el combate de la violencia “con inteligencia”, esa que no pasó de oferta con el Gobierno actual. Focalizar en los territorios más peligrosos, fortalecer la Policía, combinarla con buena investigación y con el enlace con la comunidad. Depurar el sistema de justicia de los malos jueces; llevar ante la justicia, procesar y condenar eficazmente a las cabezas del narco y sus viles protectores, donde quiera que estén.
Usted y yo podemos hacer poco en esto, pues es materia de expertos. Pero lo nuestro es hacer presión: exigir hoy, cada día, al presidente, al ministerio de Gobernación, al Poder Judicial, a la Contraloría de Cuentas, a los diputados, alcaldes y concejos municipales, que expliquen en detalle qué están haciendo en esta materia y cómo lo está haciendo. Decida cómo va a hacer presión: una carta al editor, aunque sea.
Sin embargo, en el largo plazo el asunto está completamente en manos suyas y mías. Usted y yo somos el enfermo al que le toca hacer ejercicio, cambiar de hábitos, dejar la comida grasosa. Volvamos a lo concreto.
Para empezar, el largo plazo está en la educación, para que entendamos por qué estamos como estamos. Para que no haya una sola persona que tenga que buscar empleo con un narco, que no vea las señas del riesgo, porque no sabe leer. Para que los empleados públicos sean eficaces, no analfabetas funcionales. El largo plazo está en la equidad: mientras haya guatemaltecos que no gocen de un mínimo de salud y nutrición, y muy pocos de vivienda digna, la casa del narco seguirá siendo una aspiración legítima. El largo plazo está en la productividad, la creación de puestos de trabajo y la diversificación de la economía: para que ningún guatemalteco tenga que ver el menudeo de drogas como negocio, para que a ningún joven le quede la vagancia como único futuro.
Entendamos de una vez: el largo plazo se tiene que construir con el Gobierno, pero no hay Gobierno que lo pueda hacer solo y sin recursos. Así que dejemos de destruir el Estado guatemalteco en nombre de combatir al enemigo político, de sostener ideologías egoístas o de pensar que mandatario es sinónimo de mandamás. Es una vergüenza que, mientras se ampliaba el programa más exitoso que tenemos de reducción a la inequidad social —sí, Mi Familia Progresa, aunque no le guste— muchos denunciaran que era fomento a la mendicidad. Es una vergüenza que, mientras el aparato público hace agua por todos lados, el Cacif cierra más el puño y saca a bailar el fantoche de los valores del pasado. ¿Para qué queremos esos supuestos valores, si nos trajeron a donde estamos? Es una vergüenza también que mientras dos diputadas pedían transparencia en Mi Familia Progresa, cada vez más las autoridades no electas se negaba a dar la información pública. Les debería dar vergüenza, nos debería dar vergüenza.
Así que a hacer reforma. Como diría Ghandi: debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo. Reforma civil, que significa involucrarnos con nuestra comunidad. Significa exigir que aquellos que dicen representarnos como sociedad civil —desde la oligarquía del Cacif, pasando por los petit comités de los sindicatos, las ONG y hasta el comité de barrio, la asociación parroquial y la junta directiva del condominio— rindan cuentas a sus representados.
Reforma política, que significa cambiar la Ley Electoral y de Partidos Políticos para quebrarle el lomo a la élite endogámica de las organizaciones partidarias. Esos que cambian de silla cada cuatro años, pero todo sigue igual. Sobre todo, reforma política que significa que usted y yo nos mojemos el trasero en el activismo político, no para juntar cuatro gatos y meter un partido/empresa electoral en estas elecciones, sino para los siguientes 20 años.
Reforma de la administración pública, en primera instancia de la Ley de Servicio Civil, para contratar empleados públicos con salarios dignos y calificaciones apropiadas. Reforma del empleo de los maestros y maestras, para tener a los mejores, reconocer su dignidad y exigirles resultados. Reforma para que usted y yo dejemos de espantar a nuestros hijos que pudieran aspirar a ser empleados o funcionarios públicos. Reforma para que toda la información pública esté disponible sin excusas, sin razones de Estado, que no las hay.
Reforma social, que significa sobre todo educación y salud para todos y todas. Educación con la que todos los niños y niñas no simplemente vayan a la escuela, sino que aprendan a leer, escribir y contar bien en su propio idioma. Salud en que los ingresos personales no determinen la oportunidad de recibir una atención digna y eficaz. Reforma que empieza con los más necesitados, pero que llega y compromete a todos.
Reforma económica, que reconoce que la inversión grande, de infraestructura, solo la puede hacer el Estado y que la debe hacer para todos, no sólo para sus amigos y para los más ricos. Reforma económica que incentiva la creatividad y la innovación, y castiga severamente al monopolista y al tramposo.
Finalmente, la tapa del pomo: reforma fiscal, que es reconocer que alguien tiene que pagar la cuenta, que el buen gobierno no se hace con cascaritas de huevo huero. Reforma fiscal que cobra más a los que más tenemos —así es, no mire para otro lado— y da más a los que más necesitan.
Usted decide: taparse la boca en señal de horror, arquear las cejas y golpearse el pecho ante lo que ha pasado en Petén o reconocer que para que Guatemala mejore muchas cosas van a tener que cambiar. Y cambiar ya, empezando con usted y conmigo.