El futuro del trabajo empezó hoy

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Mi amigo propone un negocio. Hagamos un webinario sobre las implicaciones del covid-19 para nuestro trabajo.

Bastaría describir lo que hacemos. Sobra decir que la reunión ocurre en línea. Hoy todos somos expertos acerca de los efectos de la pandemia sobre la vida laboral: los vivimos a diario. El encierro no solo rompió nuestras costumbres de trabajo. Incluso ha dado tiempo para construir nuevas rutinas.

Por la ventana volaron las excusas contra las videoconferencias: que la conexión es mala o que hace falta estar cara a cara. Los únicos que insistirán en que pasemos horas en el tránsito cada día para sacar las tareas cotidianas serán quienes se benefician con ello: fabricantes de autos y expendedores de gasolina.

Para mi la cosa es distinta. Como consultor tengo muchos años trabajando desde casa. El confinamiento estorba para escapar del lugar de trabajo, no para llegar a él. Peor aún, todos han descubierto el secreto de mi productividad: no pierdo cada día tiempo en el tránsito (2 horas), tampoco debo esperar porque el sanitario está ocupado (15 minutos), ir a la cafetería (45 minutos), sacar las fotocopias (15 minutos), arreglarme la corbata para la reunión de staff (5 minutos) o conversar con el pedante en el pasillo (20 minutos).

Más allá de la broma (quizá las bromas son lo serio), el confinamiento ha servido para distinguir lo esencial del trabajo de lo accidental. El amigo de la anécdota luce desgreñado: perdimos la vergüenza en las videoconferencias, afirma. Es el look de pandemia. Resultó que para la calidad del trabajo importa lo que hacemos, no si vamos con el cabello desordenado o en traje formal.

Vale preguntar qué ha pasado con quienes insistían en que cumpliéramos reglas de horario y vestimenta, interrogar si cuando termine la cuarentena volverán a hacer miserable la vida laboral de los demás. En resumen, preguntar qué harán en el futuro los ocupantes de los bullshit jobs — los «trabajos de mierda» que describió David Graeber—.

Al ver hoy la nueva rutina de mi pareja y conversar con amistades profesionales que trabajan en organizaciones grandes veo un patrón preocupante. ¡Descubieron el secreto de mi productividad! Sin bullshit el trabajo está completo antes de las 2pm y lo demás es paseo y cerveza; pero en vez de cosechar el tiempo libre ahora están más ocupados que nunca. Las videoconferencias se suceden frenéticas, sin interrupción, de sol a sol. Y eso que al menos les gusta lo que hacen. Encima, ponemos el papel higiénico y el café.

Hace 60 años Jane Jacobs subrayó la importancia de los vecindarios mixtos para la salud urbana. Superponer hogares, lugares de trabajo y áreas de esparcimiento asegura que el vecindario contemporáneo —donde no conocemos personalmente a la mayoría de gente— tenga una combinación beneficiosa de vecinos y visitantes. La cuarentena nos regresa a un lugar más antiguo: desde tiempos remotos e incluso hoy en el campo, la comunidad es una sola: la vivienda es lugar de trabajo y la fiesta se hace en casa. Amistades, co-laboradores y familia son la misma gente.

La organización laboral en los siglos XIX y XX devolvió la cuota de bienestar del trabajador que usted y yo heredamos.

Por supuesto, la cosa tiene matices. La happy hour hoy es virtual y el trabajo también: la comunidad tiene la inmediatez de la videoconferencia, aunque mi amigo de la anécdota viva a 2,000 kilómetros de distancia. Pero la historia nos recuerda: hace menos de 2 siglos Inglaterra completó el cercamiento. Esa expropiación —legalizada o no— de tierras comunales y de pequeños agricultores produjo la mano de obra desarraigada que pobló las grandes ciudades. Con la revolución industrial se tornaron en las masas de gente miserable que alimentaron las fábricas. La organización laboral en los siglos XIX y XX les devolvió la cuota de bienestar que usted y yo heredamos: horarios limitados, salario mínimo, seguro social, garantías contractuales —todas esas cositas que desde Reagan y Thatcher algunos se empeñan en aniquilar—.

La historia está por repetirse (o por rimar, más bien): la pandemia reinicia la relación entre persona, lugar y trabajo, asienta nuevas aldeas, esta vez digitales. Pero quienes buscan controlar la producción de los demás y extraer riqueza son bastante más expertos que cuando las élites se hicieron capitalistas. Hoy querrán iniciar una nueva expropiación, esta vez en la sala de nuestra casa. Los obreros devenidos en oficinistas también tienen —tenemos— una tarea política pendiente. Y no es ni siquiera por nosotros. El resultado —trabajo con sentido en una vida satisfactoria o explotación desde el seno doméstico— será la herencia que dejaremos a nuestras hijas y a nuestros nietos.

Ilustración: Recolectores de leña en la nieve (1884), de Vincent Van Gogh.

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