Tercera parte (final)
Tres grandes pactos
Tenemos razones para ser cínicos al respecto de los pactos.
Luego de establecer sus principales objetivos y sus principales retos, quiso el Presidente explicar cómo conseguirá el “profundo cambio estructural” que ofreció.
Planteó para eso tres pactos: un pacto por la paz, la seguridad y la justicia; un pacto contra el hambre; y un pacto por el desarrollo económico y el ordenamiento fiscal. El pacto de paz, seguridad y justicia, es un compendio exhaustivo de acciones ancladas en su más clara oferta de campaña: el combate a la delincuencia. Enfocado en una reforma policial y de inteligencia que ofrece imbricar más al ejército en la seguridad civil, sin embargo extendió el Presidente el concepto hasta comprender la seguridad contra el hambre -aunque volvería luego sobre el tema- y la prevención de desastres. Quizá la oferta más llamativa, aunque ambigua se dió cuando indicó estar dispuesto “a hacer cualquier sacrificio para defender la vida de todos los guatemaltecos y guatemaltecas” (cursivas mías).”
El pacto contra el hambre, que denominó hambre cero, se centró en una vaga, aunque correcta identificación de la necesidad del desarrollo rural como único protector permanente contra el hambre en el campo. El lenguaje fue impecable e incluyó frases hechas (“inclusión social”, “oportunidades de la niñez y juventud”, “actores de su propio desarrollo”) que han de haber sonado muy conocidas a algunas agencias de cooperación y ONG con años de experiencia en Guatemala. Lo más notable estuvo en la reiteración, a regañadientes, de la continuación del programa de transferencias monetarias condicionadas “pero en un marco de institucionalidad y transparencia”, que se traduce en la formación del Ministerio de Desarrollo. En medio de todo, una señal alentadora de continuidad de políticas.
El tercer pacto, por el desarrollo económico y ordenamiento fiscal, lo planteó partiendo del “respeto y garantía de los derechos económicos de las personas naturales y jurídicas en nuestro país.” Esta ominosa sentencia parece marcar, más que una ampliación del derecho a la propiedad productiva, la continuación del statu quo en la tenencia desigual de la tierra, y la reificación de la ficción jurídica de la empresa como sujeto de derechos. El tema de la injusticia en la tenencia de la tierra escasamente necesita más mención, siendo el núcleo duro y terrible en torno al que ha girado la historia de Guatemala. Sin embargo, la concesión de derechos a las empresas bajo las administraciones conservadoras del Ejecutivo y el Judicial en los EEUU ya comienzan a dar claras señas de sus efectos negativos, y quedará por ver si aquí esa lección se echará en saco roto.
En una u otra forma, la noción de pacto ha sido una constante desde que Vinicio Cerezo lanzara en 1986 su “concertación.” Dicen las culturas anglosajonas que la familiaridad engendra el desprecio, y la ciudadanía -este servidor incluido- tenemos razones para ser cínicos al respecto de los pactos. Las más de las veces, las “mesas”, “diálogos”, “gabinetes móviles”, “gobernando con la gente” y otros mecanismos de consulta han mostrado ser los ejes prácticos de las intenciones gubernamentales por asegurar un máximo de gobernabilidad con un mínimo de cambio. El mecanismo clásico ha sido el señalado por La Silla Vacía: “…el poder casi siempre pasa por una silla vacía, el que no va es el que casi siempre tiene más poder.” Pérez Molina ofreció hacer cualquier sacrificio por defender la vida de los guatemaltecos y guatemaltecas. Si la cosa va en serio, es probable que su más grande sacrificio tendrá que estar, no en la persecusión de malandros, sino en asegurar que esa silla esté llena, que a la mesa se sienten los poderosos, y que los acuerdos salgan de allí, no de alguna oficina en la zona 10.
Original: http://yahoraquemucha.com/resenas/356-el-discurso-ii.html recuperado de https://web.archive.org/web/20120122183301/http://yahoraquemucha.com/resenas/356-el-discurso-ii.html