El diputado

Hoy, ahora, aquí, piense lector o lectora en ese tramposo que conoce en la universidad, el trabajo, la familia o el vecindario.

Hace década y media me estrenaba como profesor de postgrado en una universidad privada. Como no es inusual en esas circunstancias, detecté un caso de plagio entre estudiantes. El asunto era más que obvio. Dos trabajos eran prácticamente idénticos. El copión no se había tomado siquiera la molestia de modificar el texto del colega que, a sabiendas o bajo engaño le había dado su original.

Recién regresado de formarme en una universidad gringa, donde esto del plagio es pecado mortal, no me costó tomar la decisión: un cero en la tarea para ambos involucrados. Como el copión no tenía un desempeño notable en el resto de tareas, esto significó que perdiera el curso que yo dictaba. Del que dio copia ya no recuerdo mayor cosa.

El asunto no terminó allí. Un año más tarde el plagiario se graduaba del programa, a pesar de no haber tomado de nuevo el curso obligatorio, y que yo seguía impartiendo. ¿Corrupción de bajo nivel o connivencia de las autoridades del programa académico? No lo sé, pero el hecho es que al plagio se agregó la trampa en el camino a la graduación del fulano. En conversaciones con sus compañeros de clase me enteré que desde su ingreso al programa había ofrecido dinero a cambio de que otros le hicieran sus trabajos.

El episodio regresó a mi  mente al ver la imagen que recientemente ha circulado en las redes sociales, denunciando a seis diputados que votaron contra la aprobación urgente de la ley contra la corrupción. En ella me sonreía ufano el rostro de mi ex-alumno copión, ahora Padre de la Patria.

Resulta irónico que la imagen es promovida por el Movimiento Cívico Nacional, el mismo que hace tres años y a base de playeras blancas atropelladamente pedía la renuncia del presidente Colom por la denuncia de un suicida enamorado, y que ahora parece haber olvidado su desatinado origen. Sin embargo, a mí me sirve para sacar algunas lecciones. La primera: si va a plagiar, por lo menos tómese la molestia de cambiar el original. La segunda: si no quiere tomarse la molestia, hágalo en Guatemala: siempre hay otra salida.

Más en serio, la lección es que el éxito de los mañosos y mafiosos depende de manera importante de la inacción de los “buenos” que les rodean: el tonto útil que le dio copia; el profesor (yo) que se conformó con dar el cero, pero no persiguió el caso cuando se enteró de la trampa mayor; los colegas de estudios que refunfuñaban en privado pero nunca denunciaron la conducta de su colega tramposo, menos aún su graduación, que devaluó el título que ellos también obtuvieron; el empleado o directivo universitario que abrió la puerta para que se graduara sin los debidos créditos.

Así que hoy, ahora, aquí, piense lector o lectora en ese tramposo que conoce en la universidad, el trabajo, la familia o el vecindario. Usted tiene la opción de callar y consentir, o señalar, denunciar y perseguir. Que no le pase como a una, dos, tantas generaciones de cómplices silenciosos. Si no actúa ya, cuando el mañoso llegue a diputado y vea usted con frustración que la patria no progresa, no le quedará más remedio que buscar al responsable en el espejo.

Original en Plaza Pública

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