La educación crea riqueza. Pero no es la riqueza usual, de oro y plata, dólares y dinero. La riqueza que crea la educación va por dentro.
Sin embargo, esta riqueza también interesa al inversionista que busca mejores réditos. No me refiero a bienes intangibles, a la riqueza de una estética refinada, al valor dado a la sabiduría o al aprecio que tenemos por el buen juicio, aunque sean cosas buenas en sí mismas. Escribo aquí de cosas que se ven y miden en el mercado y la economía.
Primero debemos entender que, al completarse la educación, su valor es apenas potencia. Cuando el niño termina la primaria, su familia no descubre repentinamente cien mil quetzales bajo el colchón. Cuando el joven completa la educación secundaria, no recibe una chequera con medio millón. Y si va a la universidad, tampoco. Igual para la sociedad en conjunto. El valor económico de la educación solo se realiza en la práctica.
Cuando alguien aplica lo aprendido en un empleo o en el emprendimiento, cuando se relaciona con los demás en sociedad y practica su pensamiento crítico en una empresa o ejercita su imaginación en la política, allí se realiza el valor de la educación. Cuando un joven despliega habilidades blandas adquiridas en la escuela criando a sus hijos como padre de familia cariñoso y eficaz, cuando practica valores ciudadanos, allí también se realiza el valor de la educación.
Esto tiene dos implicaciones. La primera es que no se educa a la gente para hacer plata, sino para ser más gente. Para potenciar quien es. La segunda es que, en lo económico, esa humanidad potenciada solo se realiza si la propia economía da oportunidades. Cuando una persona educada es puesta en un entorno sin oportunidades se neutraliza su potencial. Por eso resulta tan sensato Justin Trudeau, primer ministro de Canadá. Hace apenas una semana les destacó a sus congéneres del Norte global, en Naciones Unidas, que recibir refugiados sirios dentro de la clase media de un país agrega mucho valor a su sociedad. Esto sucede porque pueden aplicar casi de inmediato la educación que ya tienen. Una educación que en el campo de refugiados es estéril, agrego para explicar.
La educación es una apuesta social antes que una inversión de negocios. Pero para que esa apuesta social se concrete como realidad económica es indispensable crear oportunidades de trabajo.
Lo mismo vale para nosotros. Nos urge llevar más y mejor educación a más ciudadanos y ciudadanas. Porque la educación es una apuesta social antes que una inversión de negocios. Pero para que esa apuesta social se concrete como realidad económica es indispensable crear oportunidades de trabajo: crear empleo, espacio para el emprendimiento, puestos de trabajo en que los jóvenes educados puedan aplicar lo aprendido.
Y si piensa que la cosa llega allí apenas, le tengo noticias: es aún más retadora. Cuando se tiene más gente con más educación, pero no se crean más oportunidades de empleo, sucede algo peor: los nuevos educados desplazan del empleo a los menos educados. Piénselo: ante dos candidatos, si usted es un empleador con una única plaza, escogerá a la persona con más escolaridad. El mejor educado aceptará el trabajo si no hay otra cosa y aceptará un salario menor al que podría necesitar ¡porque es el único empleo que hay! Mientras tanto, el menos educado se quedará sin el empleo que le pagaría lo mínimo. La perversa consecuencia de la educación sin ampliación de oportunidades de trabajo es crear empleo mal pagado y nuevos desempleados, cuando no pobres.
La cosa no necesita ser así. Un empleado mejor educado puede ser más productivo —si el empleador invierte en una producción más eficiente— y puede pagar más tributos que sirvan al resto de la sociedad —si el Estado logra cobrar y usar bien esos tributos—. Pero esto exige entender con urgencia que transformar la educación en riqueza depende de organizar una danza delicada, que combina más conocimiento con más empleo, más oportunidades de emprendimiento con más inversiones en innovación y mejores sistemas fiscales para pagarlas.
Hay una asociación, Empresarios por la Educación, que tiene años recordando a los empresarios que tienen que apostar por la educación. Pero realmente ellos son Ciudadanos que son Empresarios por la Educación, y hoy eso ya no alcanza. Hoy debemos entender que aquí necesitamos Inversionistas por la Educación, Educadores por las Oportunidades, Impuestos por el Trabajo o, mejor, todas las anteriores. Hoy necesitamos estar claros acerca del problema que enfrentamos. Educación y trabajo —ya sean como sectores de política, como ministerios o como causas ciudadanas— deben apretar el paso y no pueden caminar separados.