¿Dónde están los empresarios de izquierda?

¿No será que los últimos reprimidos, los más reprimidos, resultaron ser los ricos?
En 1821, año de la independencia de Guatemala, un grupo de prósperos textileros de Mánchester fundó el periódico Manchester Guardian. De persuasión no-conformista, cuestionaban por igual el privilegio de la nobleza y la ascendencia de la iglesia oficial. Con el tiempo ese periódico se transformaría en el Guardian, prestigioso diario británico que a la fecha se decanta por el centroizquierda.
George Peabody, comerciante de algodón y banquero estadounidense, es el padre decimonónico de la filantropía moderna. Tanto en Londres como en su tierra natal, dedicó una fortuna considerable a la educación, a dar oportunidades de trabajo y vivienda digna para los “pobres meritorios”.

Dos siglos antes, sir John Cass, mercader y político, estableció un colegio y dejó en su testamento dineros que luego financiarían la poderosa fundación Sir John Cass, que en el Reino Unido sostiene aún hoy extensos programas educativos para niños y jóvenes en algunos de los barrios más pobres de Londres.

George Owen, empresario y gerente textilero, fundó y lideró el movimiento socialista y también el movimiento cooperativista. Ya mayor se internaría cada vez más en el espiritismo, pero poseía una saludable sospecha de las religiones, atribuyéndoles responsabilidades por la hipocresía y fanatismo en que vivían muchos de sus contemporáneos.

Friedrich Engels es el más clásico ejemplar de empresario de izquierda. Alemán de origen, pasó una parte considerable de su tiempo en Mánchester, cuidando los negocios familiares —eran fabricantes de hilos— pero a la vez financiando las investigaciones de Karl Marx. Incluso, editó los volúmenes 2 y 3 de El Capital luego de la muerte del padre del comunismo.

Más recientemente Bill Gates y Warren Buffet, ambos capitanes de empresa y dueños de fortunas descomunales, han dirigido su dinero y energías al interés social, a los pobres y las causas progresivas, cuando no utópicas. Sobre todo Buffet, al igual que el financista George Soros, no teme en mostrar claramente sus simpatías con los demócratas en Estados Unidos, que pasan por izquierda en ese país.

Pongo todos estos ejemplos a modo de contraste, para preguntar: ¿dónde están los casos visibles de empresarios de izquierda en Guatemala? Aunque con plata, ¿anarquistas, comunistas, socialistas, liberales de viejo cuño? Vaya pues, aunque sea, “progresivos” o socialcristianos. ¿Por qué no hay un solo empresario, un solo miembro de la élite económica del país, que se anime a romper filas en público y con una propuesta concreta, ante la línea dura de derecha que representa el Cacif?

Cuando converso con gente pobre, encuentro algunos que sostienen ideas que calificaría de neofascistas, así como otros que tienen muy claras sus categorías marxistas. Igual en la clase media y entre la “intelectualidad urbana”: algunos denotan sus persuasiones de derecha y critican lo que ven como políticas de izquierda en el gobierno de la UNE; mientras tanto, 15 años después del fin de la guerra, otros ya con igual orgullo apuntan al bando rojo, solidarizándose con las manifestaciones magisteriales y en contra de los desalojos de campesinos.

Sin embargo, entre la élite, ni uno solo. O se pronuncian anti-Estado, antifiscales, pro laissez-faire, pro mercado, pro autoridad, o nada, ni una palabra. Me pregunto si los 36 años de guerra no sirvieron un propósito más perverso y más sutil que el de reprimir al “pueblo”. Al fin, la gente de abajo que le apuesta a la izquierda igual sigue saliendo a la calle, aunque sea para (mal)decorar la sexta avenida a punta de aerosol y a reclamar la tierra que nunca recibe. ¿No será que los últimos reprimidos, los más reprimidos, resultaron ser los ricos? Estos que, pudiendo desembarazarse de las penas que supone buscar el sustento diario, porque tienen con qué sobrevivir, no se atreven a pensar distinto.

El resultado neto es que, cuando un guatemalteco tira para la izquierda, sus ejemplos históricos están en la guerrilla, sus líderes intelectuales están muertos, y los únicos espacios de práctica que le quedan, o se realizan en la anarquía relativa de la calle o se reducen a iniciativas de inspiración eclesiástica.

¿Habrá entre los hijos del café, la cerveza, el cemento, los supermercados, quizá del azúcar, el ganado o la maquila, un heredero de Engels o de Owen que se atreva a decir: “Soy del capital, pero le apuesto al trabajo”? ¿Será que hay alguno, menos tímido, menos timorato, menos apocado, que no le preocupe poner en riesgo su acceso al club social, la junta de accionistas o la presidencia del Cacif? ¿Habrá alguno más atrevido y ocurrente, que no sienta que tiene que rendir pleitesía y repetir la doctrina de su clase, aunque sea nomás por molestar a sus congéneres y mostrar que me equivoco?

Original en Plaza Pública

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