¿Dónde está el problema?

El problema, el gravísimo problema está en la cortapisa a la libertad de expresión.
No solo es de los pocos chapines visibles a escala mundial, y habiendo una legión de músicos de pop –todos igualmente banales– es justamente a él a quien otros chapines deciden criticar.

Le cayó palo a la Pepsi. El lúcido análisis de Mario Roberto Morales explicó con ciencia cómo la propaganda nos endilga a los ciudadanos la responsabilidad de arreglar las cosas, la resignación de aceptar que lo malo es bueno, y que la culpa de todo es nuestra. Y de paso, vendernos más de sus inservibles pero sabrosas aguas negras.

Le cayó a la agencia de publicidad, por presionar a la estación de radio para retirar el programa de Grupo Intergeneracional. Sin embargo, los mercadólogos estarán tranquilos en sus conciencias, pues su responsabilidad es mantener y mejorar la imagen de sus clientes. Siendo este un mercado libre –alegarán– es asunto suyo decidir en qué estaciones de radio pautar.

¡Le cayó hasta al Grupo Intergeneracional! Que por qué tanta mala sangre, con lo que cuesta que los guatemaltecos nos sintamos orgullosos, y que la gente haga esfuerzos para movilizar a la ciudadanía, ¿por qué tomarse el trabajo de criticar la campaña de la Pepsi y Arjona?

Ser un excelente promotor del propio arte, aunque no sea grande, no parece razón para tanta crítica. Al fin, yo no soy un García Márquez e igual escribo aquí. Combinar implicaciones inverosímiles con productos de consumo diario tampoco lo inventó la Pepsi. Hace rato que las comadronas dicen que hay que usar rojo para evitar el mal de ojo, y ante semejante disparate no las crucificamos con análisis sociológicos. Hace rato que la mercadología enseña a engañar en las aulas académicas, y no hemos salido a boicotear a las universidades.

Entonces, ¿dónde está el problema? Porque si hasta aquí le he dado la impresión que no hay un problema, lo estoy confundiendo. Sí, hay un problema y es grave.

El problema clave no es de ética profesional, semiología del mercadeo o estética musical. Claro que quisiéramos que el artista fuera un alma pura. Sin embargo, basta considerar a Mozart y Michael Jackson, por citar apenas dos, como muestras que arte y calidad personal no necesariamente caminan juntas, y no por eso dejamos que se nos enreden los calzoncillos. Por supuesto que es condenable que una empresa de gaseosas y su agencia de publicidad se porten como malandros callejeros, amenazando a los débiles para salirse con las suyas, pero ya mucho se ha dicho acerca de sus motivos: son pinches vendedores de agua azucarada. ¿Y qué decir de la validez del argumento de Grupo Intergeneracional? La creciente evidencia científica en materia de sistemas emergentes complejos también da razones para cuestionar su análisis y afirmar que es la gente, un individuo a la vez, que llevan al cambio. Así que estos temas apenas debieran quitarnos el sueño y el tiempo.

El problema, el gravísimo problema está en la cortapisa a la libertad de expresión. Cuando una voz se ve callada a la fuerza, no importa cuán estúpidos o álgidos sus argumentos, nos quedamos sin forma de operar la conciencia de nuestra sociedad. Segar el diálogo nacional que se realiza por los medios de comunicación es quitarle una pata al trípode Estado-ciudadanía-medios que sostiene y permite crecer a la democracia.

En este caso, defender o atacar el voluntarismo cursi y señalar el arte mediocre o las conspiraciones empresariales es entretenido, pero es mear fuera del balde. Mientras tanto, el consentimiento de la radio ante la presión de los publicistas pasa relativamente desapercibido, y es grave. El silencio cómplice de las entidades gremiales de prensa es una vergüenza mayor que la de una radio cobarde. La inmovilidad de diputados, ministros y agentes del interés público, como la Procuraduría de Derechos Humanos, da señas claras que ante este Estado, los ciudadanos valemos poco, y nuestra voz, menos.

Original en Plaza Pública

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