Día de San Guivin, Pavo y Mártir

Cuando la fiesta haya terminado seguiremos aún buscando respuestas: ¿por qué ha venido a quedarse entre nosotros este ángel de pecho redondo y acento extraño?

El santoral quedó con un espacio desde que en 1969 Paulo VI le quitara el 25 de julio a San Cristóbal. Por fortuna, un nuevo santo se apura a ocupar el espacio, aunque ha pedido que se le traslade a noviembre.

Al ser consumido, San Guivin, poderoso intercesor de las contradicciones del Norte, deja a los vencedores entrar en comunión con los vencidos. Ustedes ponen los elotes, las calabazas, los frijoles, las papas, los tomates, la carne…, y también la tierra, los ríos y los bosques, y nosotros pondremos los comensales. Un equilibrio perfecto, una pieza más en el procesador cultural que ha permitido por más de dos siglos crear e pluribus unum, de muchos, uno.

Es Lincoln, el Gran Emancipador, quien con la misma contradicción creativa, reconoce razones para dar gracias aún en medio de una guerra crudelísima. Manda en 1863 elevar al santo a los altares de la patria. Bueno, la verdad es que la fiesta vino primero, el santo llegó luego.

Hoy la fiesta se extiende al sur y la contradicción no ceja. Él, que tiene perfecto sentido para los norteamericanos, se presenta a nuestro convivio de fin de año sin invitación. Algunos de buena gana lo dejan pasar, y al rato tienen la casa llena de calabazas y calorías. Otros refunfuñan y preguntan: ¿quién invitó al gordo?

Pero San Guivin es generoso y no se ofusca. Sabe que sus dones alcanzan para todos. El supermercado y la avícola agradecen las ventas, anticipo del frenesí navideño. El columnista aprecia la inspiración y el descanso en la hilera de malas noticias. El chovinista se regodea en una razón más para despotricar contra los gringos, el parrandero aprovecha la excusa para hacer fiesta, y el chapín, fiel a su estilo, para autoflagelar su falta de identidad.

Sin embargo, en el fondo hay algo más, y el contraste acompaña aún al Santo Mártir Alado. Cuando la fiesta haya terminado, y no quede más que el huesito de la suerte, quizá la colita, seguiremos aún buscando respuestas: ¿por qué ha venido a quedarse entre nosotros este ángel de pecho redondo y acento extraño?

En el silencio posprandial nos ponemos reflexivos, y nos inunda la confusión. Mientras algunos se apuran a condenar la penetración de Hollywood y la alienación que provoca, San Guivin nos recuerda también que hay un par de millones de guatemaltecos radicados en los EEUU. Para ellos la fiesta del pavo y su gente ya no son cosa ajena. Hoy que el TPS vuelve a ponerse sobre el tapete a raíz del terremoto más reciente (“danos hoy nuestro desastre de cada año”), ellos y sus familias tienen razones para dar gracias.

Lo que el águila calva arrebata con sus agudos talones, su primo de corral quizá devuelva en seguridad, consumo y oportunidades. Habrán pasado treinta años desde que huyeron de la guerra, veinte desde que salieron buscando seguridad económica; pero en medio de la dura vida del destierro aún encuentran tiempo para pensar en la patria perdida, para mandar los dineros que apuntalan la precariedad. En el Sur, como en el Norte, tienen aún razones para dar gracias por los agridulces dones de la cosecha.

Y tú, desterrado:
Estar de paso, siempre de paso,
no tener sombra, sino equipaje,
brindar en fiestas que no son nuestras
compartir lecho que no es el nuestro,
lecho y “pan nuestro” que no es el nuestro,
contar historias que no son nuestras,
cambiar de casas que no son nuestras,
hacer trabajos que no son nuestros,
andar ciudades que no la nuestra
y en hospitales que no son nuestros
cura de males que tienen cura,
alivio al menos, que no del nuestro,
que sólo sana con el regreso…

Miguel Ángel Asturias, Letanías del Desterrado

Original en Plaza Pública

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