Hay un momento para vivir la exaltación, la fiesta de la democracia que celebra la salida de los corruptos. Pero también hay un momento para revisar las cuentas y pagar esa misma fiesta.
Bien sugirió Lewis Carroll que, para el que no sabe adónde va, cualquier camino le es bueno. Morales está como Alicia, perdido de maravilla, creciendo y menguando a base de pócimas misteriosas. Mientras los conejos se afligen por la puntualidad y las reinas quieren volar cabezas sin contemplación, él no sale del asombro y los lectores con dificultad seguimos la trama.
El Ejecutivo ha vuelto a titubear y ha retirado del Legislativo su propuesta para recuperar las finanzas públicas. Una propuesta limitada, pero que haría boyar un Estado tan dilapidado que en el corto plazo ni con la persecución de los grandes evasores alcanza el mínimo necesario. El comediante que en la TV hacía reír a base de estereotipos hoy da carne y hueso a estereotipos más añejos: mañanaabordaremos la reforma fiscal. Si no se puede hoy, ya veremos qué será, será. Siempre en otro momento, en 2017, otro día, algún día, nunca. Pero necesitamos entender algo: aquí una propuesta fiscal se introduce a pesar de las condiciones políticas, no por ellas. Jamás habrá condiciones propicias para una reforma fiscal. Nunca.
Quizá fueron los diputados, desleales y taimados, quienes se rehusaron a apoyar la iniciativa. No sería la primera vez. No será la última. La ironía es que alguno de ellos podría cosechar el fruto de su traición cuando quiera lanzar una candidatura presidencial. Peor aún si le tocara ponerse la banda presidencial del mismo Estado, vuelto a dejar en la miseria.
Mientras tanto, la ciudadanía de la plaza, muy poética, se empeñó en celebrar el aniversario del 27A repitiendo consignas antifiscales. Con lamentable miopía táctica hace el juego de los más maliciosos. El Ejecutivo ¡al fin! puso alguna distancia con el Cacif y descartó de entrada el IVA. Hasta la timorata Fundesa habló de aumentar el ISR. Pero quienes hace un año salieron a la plaza y le señalaron a la patronal su cobardía hoy le hacen el favor de pelear sus batallas sin que se lo pidan. Eso sí, los selfis no quedarán nada mal en la cuenta de Facebook y que alguien más pague la cuenta de la democracia.
Así de afanados, ayudando a cavar este pozo, no saldremos. Primero despreciamos al servidor público —¿qué clasemediero quiere un hijo burócrata?— y seguimos sin entrar en la política. Para rematar, no queremos poner lo nuestro en impuestos del país más pordiosero del mundo. Que paguen primero los ricos, decimos, pero no es eso. Es una mezcla de mezquindad —no entender la necesidad y el precio de un Estado eficaz— y desesperación confusa: afligidos por pagar el colegio privado, caro y de mala calidad, ahorramos lo que se necesita para sostener un sistema educativo público, por ejemplo. Vaya forma de pegarse el tiro en el pie.
El resultado está a la vista: los servidores públicos son pobres (los más), sacrificados (algunos) o malos (los menos). Y nosotros conseguimos lo que estamos dispuestos a pagar: una administración pública débil, ineficiente, corruptible y dilapidada. Los funcionarios más mañosos entran en contubernio con los proveedores para hacer tratos vendepatrias. Y los funcionarios decentes apenas tienen con qué perseguirlos. En salud, la logística no da para repartir medicamentos. En educación, nadie vigila que en las escuelas se den las clases, que estén abiertas, ¡que existan! Los policías sin balas siguen empujando autopatrullas descompuestas. Hasta al rico le toca aguantar que no haya aire acondicionado en el aeropuerto. No hay gasolina, no hay gente, no hay ganas, no importa, venga mañana. ¿Le sorprenden los resultados?
Para que las cosas cambien, no basta mover una varita mágica, una baqueta de tambor en la plaza. Es hora de recordar lo dicho por el comisionado Velásquez a los periodistas justo hace un año: «Agradecemos los apoyos, pero lo que necesitamos son compromisos». Hay un momento para vivir la exaltación, la fiesta de la democracia que celebra la salida de los corruptos. Pero también hay un momento para revisar las cuentas y pagar esa misma fiesta. Para reconocer que tomará mucho, muchísimo dinero y mucho tiempo llegar al punto donde podríamos estar, si no hubiéramos construido Guatemala a base de mezquindad y racanería. En algún momento debemos admitir que para cambiar el rumbo de la historia hay que pagar. Hoy era uno de esos momentos, y el gobierno de Morales no hizo lo necesario. Hoy es uno de esos momentos, y la ciudadanía de la plaza tendría que hacer lo necesario.