Alfredo Romero es un abogado que defiende prisioneros del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela.
Romero preside Foro Penal, una ONG con 15 años de dar asistencia jurídica y apoyo a familiares y víctimas de detención arbitraria por los gobiernos de Maduro y de Hugo Chávez. Así que conoce de cerca la represión política y ha enfrentado muchas veces a un Estado que perfecciona la detención ilegal como instrumento de control político.
Fruto de esa experiencia y tras una temporada de reflexión en el centro Wilson de Washington es su publicación The Repression Clock: A Strategy Behind Autocratic Regimes (El reloj de la represión: una estrategia detrás de los regímenes autocráticos). Para Romero la guerra chavista contra los ciudadanos que disienten ha tenido 7 oleadas (hasta aquí): un estira y afloja entre poder y gente que estabiliza al régimen con legitimación ante quienes se creen el cuento, cooptación de quienes se dejan comprar y represión que excluye a quienes no responden a esas dos estrategias. Esas oleadas hacen caminar el reloj de la represión, un ciclo de creciente y menguante violencia.
El día va de 3am a 9pm: clarea la esperanza entre los ciudadanos de quitarse el yugo, pero también aumenta la violencia del régimen para demostrar que nunca será así. La noche va de 9pm a 3am. Es el tiempo del temor, del pesimismo ante un poder aparentemente inquebrantable; pero crece también la frustración ante tanto abuso. Y a toda hora persiste la violencia: represión preventiva, represión proactiva, represión a mansalva, represión selectiva.
Guatemala no presenta los números de prisioneros políticos que presume Venezuela pero, ante las credenciales antichavistas que tiene Romero por lidiar a diario con el Estado policía venezolano, hasta los que gritan «Castrochavismo» en República.gt tendrán que reconocer el parecido familiar entre Estado guatemalteco y república bolivariana. La clave está en el subtítulo del estudio: no se trata de regímenes de derecha o de izquierda, sino de poderes autocráticos.
No se trata de regímenes de derecha o de izquierda, sino de poderes autocráticos.
Quizá la diferencia está en que los chavistas apenas rascan 2 décadas de ensayos, mientras que el poder en Guatemala ha tenido al menos desde que ahogó la democracia en 1954 (y, sin exagerar, quizá desde la Reforma Liberal en 1871) para perfeccionar sus métodos. Por esto su reloj camina a ritmo de década, no de trienio. Pero el repertorio es igual: cooptación empresarial —o te unes o te excluyen de toda oportunidad (para eso sirve el Cacif ante todo)—, espuria legitimación a través de legisladores y magistrados complacientes, masa votante comprada con prebendas municipales y de diputados distritales, criminalización de líderes rurales e indígenas no alineados, ataques personales a funcionarios eficaces (como el fiscal Sandoval), expulsión física (como con Thelma Aldana por buscar un papel político) y, como en estas semanas, detención masiva e indiscriminada cuando la protesta se sale de las manos. Y, por supuesto, desaparición, tortura y muerte cuando no queda otra opción, como en la oscura noche de la guerra. Tan sofisticada es la máquina que en esto Giammattei, como Morales, no es caudillo sino apenas gerente. Y si lo desentiende corre el riesgo de ser despedido por sus empleadores, que no somos ni usted ni yo.
Falta espacio para repasar las lecciones del estudio, pero algunas urgen por la coyuntura. Como que con el régimen no se negocia cuando está en modo reactivo ante la protesta masiva, pues su palabra no es de fiar y los supuestos diálogos apenas buscan mediatizar la crítica. O que cada prisionero es una vida por ayudar, pero que no puede perderse de vista que para el poder autoritario la represión no es herramienta, sino estrategia siempre disponible para procurar estabilidad. Por esto calcula los costos y beneficios de usarla, y toda resistencia ciudadana debe orientarse a que el costo de la represión sea demasiado alto para el régimen, no abaratárselo.
Es indispensable aprender que dentro del monstruo —ese concierto de poder, voracidad y violencia que late en el centro del Estado perverso— hay de todo: sádicos que disfrutan de hacer daño, fanáticos que nunca abandonarán la causa, agiotistas que están en ella por las ganancias y timoratos que ya no saben cómo salir de allí. Debemos entender que las alianzas amplias son indispensables para ganar la partida, pero que primero es necesario definir el resultado (que no es elevar un caudillo), insistir en ello y aliarse solo con quienes quieren lo mismo.
Al régimen no hay que darle tregua pero hay que entenderlo. Y hay que entender que su juego es muy largo.
Ilustración: Tres pares de zapatos (1886), de Vincent Van Gogh.