Sacarnos de esta modorra sofocante no es un asunto de derechas o izquierdas. Es un reto de edades.
Solemos pensar que las personas mayores son conservadoras. Las últimas décadas de la vida son tiempos en que tendemos a ponemos más rígidos.
Las ideas que parecían atrevidas en nuestra juventud, se vuelven acogedoras. Buen ejemplo es la música. Para los que rozamos el medio siglo, el rock iconoclasta de los setenta hoy resulta reconfortante, ¡tocado al piano mientras hacemos las compras!
La mayoría entendemos que esto es parte inescapable del envejecer: suspiramos por nuestro pasado, pero sabemos que es tan solo memoria. Cuando ello no pasa, vienen las aberraciones: la hippie anciana y el hombre maduro con la gorra al revés dan pena, pero se reconocen como desesperados ensayos de juventud perpetua.
En contraste, cuesta comprender qué impulsa a un joven a pensar como su abuelo. Quizá el asunto empiece como táctica de sobrevivencia. Quizá copiar las conductas de padres represores sirva para evitar la pesada mano y conseguir un poco de paz. Más urgente resulta admitir el problema cuando la prematura senectud se da a escala social, y reconocer los procesos que nos hacen un pueblo tan pródigo en conservadurismos.
Obvio por visible es el caso de algún juvenil miembro del Cacif, que sin rubor expresa opiniones que hace rato no tienen curso global. Pero de ninguna forma es el único. Aquí abundan los jóvenes que abrazan la ortodoxia católica o el conservadurismo evangélico, tanto como la militancia de la “vieja izquierda” latinoamericana. No sorprende el anticomunismo estridente de un Humberto Preti sexagenario, así como a Alfonso Bauer le sentaba bien el ser un inclaudicable de la causa obrera. Pero aquí dan vergüenza ajena sus clones anacrónicos: madres de chicos de kindergarten que aún se alborotan ante la dignificación homosexual; anticomunistas imberbes; neo-revolucionarios cuya imaginación no pasa de reclamar “patria o muerte”, a pesar que no habían nacido cuando Berlín volvía a ser una.
En términos de cultura y política, aquí parecemos vivir en una especie de arruga cósmica “retro”, donde la revolución sexual está más allá del horizonte pero aún suena Donna Summer en la radio, y algunos temen que en algún momento vendrán los comunistas a quitarles la casa. Quizá sea como en familia, puro asunto de sobrevivencia. Evitar la pesada mano de la represión, la violencia y la exclusión de los mayores ha empujado a los jóvenes al mimetismo: “si les digo lo que quieren oír, quizá me dejen en paz”. Pero de tanto repetirlo, hemos llegado a creerlo.
Sacarnos de esta modorra sofocante no es un asunto de derechas o izquierdas. Es un reto de edades. El riesgo terrible es que primero construyamos una nueva generación conformista, que superar la asfixia de la guerra y la represión. Los principales interesados en conseguirlo son los dinosaurios, tan obvios en sus últimos estertores. Pero para los menores de 30 años, evitarlo tendría que ser cuestión de urgencia máxima, pues se les acaba el tiempo.
Así que, joven (de ánimo tanto como de años): ya deje de promulgar esa ortodoxia zopenca de Ayn Rand, estulticia que no tenía sentido incluso cuando los Mad Men aún ganaban dinero vendiendo cigarrillos. Revolucionario en ciernes, deje a Fidel descansar en su retiro, y al menos averigüe cómo hace Camila Vallejo para pegar comunismo con feminismo en el Chile del siglo 21. Pregúntese por qué seguimos oyendo Fox-Trot en marimba. Deje de atentar contra su propia inteligencia suponiendo que no hay homosexuales indígenas ni indígenas homosexuales, cuando los Pueblos y los gays debieran estar en la misma trinchera, peleando por la dignidad de todos. Pierda respeto, muéstrele el culo a ese montón de tiesos en gobierno, municipalidad, cámaras empresariales, partidos, columnas de opinión, comités de vecinos y asociaciones culturales; y salga a hacer algo distinto, con desparpajo y sin pedir disculpas.
El peligro no es el futuro, sino el miedo a enfrentarlo con imaginación y flexibilidad. Mientras la flecha de la historia avanza y su vuelo parece cada vez más alto, algunos quisieran tenernos dando vueltas en círculos, siempre en el mismo lugar, viendo el progreso solo de lejos. No dejemos que esos ingratos maten los sueños de los jóvenes.