Ceder o conceder: el Enade y un dilema para la élite

No es igual reconocer la enfermedad que animarse a tomar la amarga medicina, como hoy les exige la historia.

Puesto a escoger entre los destinos de Luis XVI de Francia y Guillermo III de Inglaterra, ¿qué preferir? Entre el poder absoluto, siempre amenazado, y el poder compartido, ¿qué será mejor?

Al enfrentarse monarquía y oposición, Luis optó por ceñirse a la tradición absolutista de sus antepasados homónimos Luis XIV (“después de mí, el diluvio”) y Luis XV (“el Estado soy yo”). Acabó con la monarquía y cosechó como premio un guillotinazo. Mientras tanto, Guillermo reconoció el poder compartido que le exigían los líderes de la Revolución Gloriosa, y a cambio agregó Inglaterra, Irlanda y Escocia a sus ya valiosos dominios holandeses. El balance inclusivo de poder que generó, a la larga lanzó a Gran Bretaña a la Revolución Industrial y le dio una prosperidad como nunca antes había visto la humanidad. Buen negocio, ¿no?

Como Luis, se puede apostar al privilegio siempre y sólo porque sí. Mugabe, el autócrata, quizá morirá de viejo, capturando hasta el último momento su injusta cuota de riqueza de la maltrecha Zimbabue. Pero si la cosa revienta, podría terminar empalado como Gadafi, o como Saddam Hussein, colgado cual jamón en carnicería. Eternamente precarias son las delicias de quien escoge una vida rapaz, siempre sostenida con violencia.

En una sociedad más democrática igualmente se puede ganar mucho, pero sólo a cambio de demostrar constantemente el valor que se devuelve a los demás. Hasta Bill Gates ve caer el precio de sus acciones a medida que otros resultan más ingeniosos que Microsoft en sus inventos. Pero vive tranquilo, sabiendo con certeza que su fortuna va para largo.

Hoy, la élite en Guatemala se debate en el mismo dilema: actuar como Luis XVI, o emular a Guillermo III. Ceder espacios a quienes discrepan con ella y construir un Estado para todos, o insistir en ser el único poder, la única razón. Hasta que le arranquen uno a uno sus privilegios. Siempre disciplinados, sus líderes procuran hablar con una voz, pero las diferencias se notan. Mientras algunos mal llaman “revolución” a querer dar vuelta atrás al reloj de la historia, otros más esclarecidos arguyen que necesitamos salud y educación.

Esto no es ocurrencia mía. Mañana arranca la edición 2013 del Encuentro Nacional de Empresarios (Enade). 1 Sus organizadores han planteado “… llegar a acuerdos mínimos sobre las acciones que como sociedad debemos trabajar para reducir la desigualdad de oportunidades, especialmente debido a los efectos negativos que causa la desnutrición crónica que afecta al 49% de los niños menores de 5 años y una baja calidad educativa” (sic). Seña quizá que entre la élite va ganando la facción progresista, y esto es bueno, muy bueno.

Pero no es igual reconocer la enfermedad que animarse a tomar la amarga medicina, como hoy les exige la historia. El lema del encuentro ilustra bien el reto: “Sin divisiones, multiplicamos”. Bonito, pero fácil de allí degenerar en paráfrasis de Henry Ford: haremos lo convenido, siempre que sea lo que yo quiero. En contraste, las divisiones son la esencia de la democracia; su riesgo es el precio de la innovación. Sin divisiones, multiplicamos unidades, y el resultado es siempre el mismo: uno. Sin divisiones prevalece el poderoso.

Sí, necesitamos más salud y más educación, pero por razones de justicia, reproducción social y democracia que incluyen, pero exceden, la agenda productiva. Conseguir resultados exigirá cambios amenazantes: una educación efectiva pone el contenido en manos de los propios sujetos. ¿Estarán listos los líderes de la élite para abrazar la educación en idiomas indígenas, o para apoyar textos escolares que cuenten una versión de la historia que quizá no quieran oír? ¿Incorporarán en sus propuestas las reformas a la tenencia del agro, quitándoles al fin la tacha satánica, sin las cuales los esfuerzos de seguridad alimentaria serán siempre precarios?

Al menos algunos en la élite reconocen el destino, y se atreven a nombrar el camino: “como sociedad debemos trabajar para reducir la desigualdad de oportunidades”. Su valía se probará al enrumbarse por esa senda. Para los titulares de prensa y las fotos bastan las expresiones de buena intención. Pero cambiar es mucho más difícil. No nos engañemos: para el poderoso, reducir la desigualdad de oportunidades es perder poder. ¿Serán capaces de ceder ese poder para construir una democracia más perfecta y en paz, o buscarán nomás conceder paliativos a una población hambrienta e ignorante? En sus manos estará demostrar si son herederos de Luis, o como espero, de Guillermo. Que el Enade sea todo un éxito, y que sus líderes demuestren estar a la altura del reto.

Original en Plaza Pública

————

1 Dicho sea de paso, ¿no sería más preciso, quizá más transparente, llamarle Encuentro Nacional de Élites?

Verified by MonsterInsights