Carril reversible

Ir a descargar

Imagine este cuadro. El tráfico crece y los pilotos se exasperan. La calle heredada del trazo colonial no da para tanto vehículo.

El planificador se rasca la cabeza. No puede ensanchar la calle, pues no quedan aceras y las edificaciones tapizan el trayecto entero. Y el número de autos sigue creciendo. Al fin da con la solución: ¡pongamos un carril reversible!

Hasta aquí la fábula tiene sentido. Tanto, que miles de pilotos experimentan esa solución cada día en la Calzada Roosevelt. Es pensar con creatividad: ¿para qué dejar un carril desocupado en una dirección cuando puede desahogar en la otra? Pero compliquemos el cuadro: la calle que quiere desatorar el planificador es de una sola vía.

Ahora ve usted el problema. No servirá cambiar la dirección de la vía, así haya un carril o cinco, un auto o mil, si todos necesitamos caminar en la misma dirección. Lo que es una excelente solución para algunos casos aquí es inservible. Incluso es contraproducente.

Pasando del mundo figurado al real, eso es exactamente lo que algunos intentan hacer en asuntos de desarrollo nacional. Quieren poner un carril reversible en una calle de una sola vía.

Hace ratos que quedaron desacreditadas las propuestas de W. W. Rostow, que asumía que al bienestar todos debíamos llegar por el mismo camino y atravesando las mismas etapas. Sin embargo, no importa cuál sea la propuesta para detonar el progreso, juntos convienen en una cosa: la intención es que hoy estemos mejor que ayer y mañana mejor que hoy. Es por esto que aprovecho el símil de la calle de una vía: porque lo que necesitamos juntos es el mismo destino.

Enfrentamos un reto común: todos necesitamos progresar. Sin embargo, mientras la mayoría ve claro el interés común —bienestar, salud, educación, pan, convivencia y oportunidades— unos pocos ponen sus mejores esfuerzos en caminar en dirección opuesta. Peor aún, en hacer que otros retrocedan. Son como el piloto despistado del chiste: mientras el parte policial avisa por la radio que hay un loco manejando contra la vía en plena autopista, él exclama exaltado: «no es uno, ¡son todos excepto yo!»

Ellos probablemente no abandonarán su ruta suicida, pero sus acciones nos afectan también a usted y a mí.

Y como el piloto despistado, son una auténtica amenaza para sí mismos y para los demás. Aquí apenas identifico algunos de estos locos al volante, usted seguramente conoce otros.

  • La mayoría procuramos una educación que empodere, sea eficaz y para todos. Pero hay quienes insisten en confundir. La evidencia abunda: usar la lengua materna –un idioma indígena para una inmensidad de niñas y niños guatemaltecos– es mejor que insistir en que aquí solo aprenderemos a leer en español.
  • Necesitamos quitar las barreras de sexismo y desempoderamiento que por ya demasiado tiempo han maniatado a las mujeres. Pero hay quienes prefieren encontrar la excepción –una conversa antifeminista– para cargar a sus hijas en los colegios con aún más culpas y decirles que hacerse dueñas responsables de su vida y de su cuerpo está mal.
  • Necesitamos rescatar nuestro maltrecho Estado laico y mejorar la calidad de nuestros legisladores. Pero en cambio hay quien gasta dinero, tiempo y atención en repartir Biblias en el Congreso, en vez de apercibir a los congresistas a que lean y entiendan la Constitución.
  • Es indispensable potenciar la capacidad y creatividad de la ciudadanía para encontrar soluciones a los problemas que nos abruman. Necesitamos reconocer que lo político, lo social y lo económico van juntos. Pero una camarilla desde el Congreso se concentra en ahogar a las ONG con más trámites y control, en impedir que puedan encontrar fuera del país los recursos que aquí tacañamente les negamos.
  • Necesitamos más transparencia, más vigilancia del quehacer de los funcionarios, más denuncia cuando fallan. Pero en cambio hay quien se ceba contra los periodistas y los activistas, dejándonos a usted y a mí también sin esos ojos y oídos que necesitamos sobre el quehacer público.
  • Y, mientras nos urgen el imperio de la ley y un régimen de derecho fundamentado sobre nuestra Constitución y para todos, aquí hay quien desde la autoridad misma desoye la instrucción explícita de la Corte de Constitucionalidad. Hay incluso quien sin desparpajo pide neutralizar a la máxima corte. Así como lo lee.

Reflexione: el progreso no está en repetir un pasado obsoleto y maltrecho. Ellos probablemente no abandonarán su ruta suicida, pero sus acciones nos afectan también a usted y a mí. No solo destruyen las oportunidades para sí mismos sino que, igual que en la carretera del cuento, nos ponen a todos en peligro.

Ilustración: Viaducto en Paris (1887), de Vincent Van Gogh.

Original en Plaza Pública.

Verified by MonsterInsights