Bukele: el riesgo de conseguir lo que se quiere

No cabe duda: Bukele 1, maras 0. Tras ensayar una tregua con los capos de las bandas en El Salvador, su gobierno golpeó la mesa y declaró el estado de excepción en marzo de 2022.

Once meses después, hasta el más escéptico admite que las fuerzas del Estado van ganando: las maras están desarticuladas, ya no controlan el territorio y están en franca retirada. La población respira tranquila y —el logro más claro— Bukele va camino de su reelección sin contratiempo.

Pero todos los comentaristas hacen la misma pregunta: ¿qué viene después? Bukele está satisfecho con su propia respuesta: «Esta será su nueva casa, donde vivirán por décadas, mezclados, sin poder hacerle más daño a la población», tuiteó el 24 de febrero, refiriéndose a la gente apresada, al publicitar la entrada en operación de la mega-cárcel CECOT, la más grande del continente.

Pero Bukele solo podrá concretar lo que dice si cuenta con los recursos y toma acción al respecto. Empecemos por poner escala a la tarea. Según el gobierno de El Salvador, en 10 meses de régimen de excepción durante 2022 fueron apresadas 62,972 personas. Dejemos de lado si se trata de detenciones ilegales, como no duda en llamarlas en El Faro Oscar Rosales, de la entidad Socorro Jurídico Humanitario. A ritmo continuo serían más de 8 personas apresadas por hora, una cada 7.5  minutos, durante 10 meses seguidos, día y noche. Se trata de casi 1% de la población de ese país, más de 5% de su población masculina entre 20 y 39 años de edad.

Le ruego no condenarme por usar el argumento ad hitlerum, pero valga comparar. En 1945, punto máximo de encarcerlamiento y último año del régimen nazi en Alemania, este país tenía 714,000 prisioneros en campos de concentración. Con una población de 65.1 millones en el censo de 1946, era también alrededor de 1% de la población total.

El guarismo sirve para alertarnos sobre los cuernos del dilema que enfrenta El Salvador. Porque nadie duda —los ciudadanos de a pie son los primeros en afirmarlo— que la contundencia de las medidas ha traído una paz largamente añorada. Pero a un costo alto, que apenas avizora. Por un lado está el evidente costo económico de mantener a los presos. Hoy el régimen parece querer cargarlo sobre sus familiares, característicamente madres. Eso, sin considerar las implicaciones de corrupción que ya se barruntan al respecto. Se trata de una sangría financiera que, si Bukele se sale con las suyas, podría extenderse por décadas, aún considerando la probable mortandad prematura que acompañará a quienes están internados y a la cual, mucho me temo, quizá también apueste el régimen como medida de ahorro.

Pero es de otro lado que viene la cornada mortífera, el costo que hace pertinente la referencia al brutal régimen nazi. Solo los más disparatados ultraderechistas niegan que Hitler haya liderado un injustísimo exterminio, mientras aquí muchos encarcelados suscitan menos simpatía por sus propios actos. Pero la coincidencia, hoy en El Salvador como entonces en Europa, está en otra parte.

Mucho antes de muerta la primera persona en una cámara de gas ya había comenzado la pérdida de garantías civiles, la deshumanización de categorías completas de gente (judíos, homosexuales y personas con discapacidad, entre otros) y —aquí la conducta clave que debe alertarnos— el entusiasta respaldo a tales medidas por muchísima gente que quería ver en ellas una salvación añorada. En aquel caso era el rescate de la dignidad germana y la recuperación de su economía tras la catastrófica Primera Guerra Mundial. Hoy respaldan a Bukele por la paz civil que obtiene.

Es una pendiente resbalosa, en la que ni siquiera hace falta con tremendismo referirnos a los nazis. Basta recordar el ciclo, repetido una y otra vez en nuestra región: primero el caudillo aborda los problemas ingentes y surge sobre la espuma del entusiasmo ciudadano, solo para transmutarlo en permanencia perpetua, arbitrariedad y miseria continuada para la población. Con signo político opuesto pero igual dinámica, alcanza con voltear la vista a Managua para entender dónde terminan estas historias.

Los salvadoreños se merecen algo mejor, así que espero que deba comerme mis palabras. Pero la conducta humana —particularmente la que con abrumadora regularidad se expresa en el liderazgo masculino— y también la historia de nuestra región dan muy pocas razones para el optimismo. A los que hoy fervorosos aplauden las medidas del presidente Bukele los invito: lean la historia y moderen su entusiasmo. Me corrijo: teman, teman mucho.


La imagen que ilustra esta nota representa aproximadamente 1,800 personas. Necesitaría una imagen 35 veces más grande para mostrar el equivalente a la población que dice el gobierno de El Salvador haber encarcelado en 2022 en nombre de la persecución a las maras.

Ilustración: Tejido social (2023, con elementos cortesía del gobierno de la República de El Salvador).

Original en Plaza Pública

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