Author: felixalvarado99

  • Reglas simples

    Las ovejas también siguen reglas simples, y los pastores hacen buen uso de ello.
    Seguramente, habrá visto volar una bandada de pájaros. La fluidez con que se desplaza y cambia de dirección un conjunto numeroso de aves, hace pensar en una danza coordinada.

    Quizá se haya preguntado quién es el coreógrafo: ¿en qué momento el ave mayor da la orden de giro? Lo sorprendente del asunto es que nadie da la orden. No hay jefe, sólo seguidores.

    Hace 25 años Craig Reynolds, un especialista en imágenes digitales para el cine, se interesó en simular el comportamiento de de las aves en el computador. Esto resultaba muy atractivo para el séptimo arte, pues es difícil hacer películas que involucren aves de verdad. A diferencia de un caballo o un perro amaestrados, las aves tienen la mala costumbre de no hacer caso. Una bandada digital que se comportara según la voluntad del director podía resultar muy conveniente. El reto era hacerlo de forma que pareciera natural. Al programar aves que obedecen órdenes directas se consigue un ejército de robots emplumados, pero no el dinámico movimiento del vuelo.

    La salida resultó más sencilla de lo esperado. En vez de dar a cada individuo instrucciones detalladas sobre cada giro, ascenso o descenso, bastó con dar a todos tres reglas sencillas: “no te choques con tus vecinos”, “quédate cerca de tus vecinos” y “sigue la dirección de tus vecinos más cercanos”. El resultado fue un comportamiento indistinguible del natural. Cualquiera que haya visto Parque Jurásico lo ha experimentado de primera mano: bandadas de dinosaurios que corren, saltan o vuelan con naturalidad.

    La discusión viene al caso porque, aunque parezca sorprendente, los humanos nos portamos de forma similar. Baste con pensar en el caso de una “ola” en un estadio. Nadie se para a media gramilla a gritar, “¡okey, a la cuenta de tres, la fila cinco, levanten sus brazos!”. Más allá del inicio, basta con que todos sigan una única y sencilla indicación interna: “Levanta tus brazos cuando veas que tu vecino de la izquierda lo hace”. La conducta social masiva, propia de un gigantesco organismo-estadio, surge sin liderazgo, producto de una simple instrucción inserta en cada individuo.

    Comprender la naturaleza extraordinaria de los procesos que emergen de reglas simples es más importante de lo que parece. Muchas veces son tales reglas simples las que sostienen y reproducen el orden social. Basta pensar en el bíblico “honrarás a tu padre y a tu madre”: al convertirse en la regla simple de “hacele caso a tu tata en todo” garantiza la reproducción, tanto de lo bueno como de lo malo. Aunque podamos imaginar un padre que dé a sus hijos instrucciones para ser distintos, lo usual es esperar que les instruya en cosas a la medida de lo que él mismo conoce. El resultado: la siguiente generación es poco distinta de la anterior.

    No es sino cuando se disemina extensamente una instrucción diferente que cambia el conjunto de la sociedad. En la década de 1960 la regla simple de “haz el amor, no la guerra”, desempeñó este papel. Como en las aves, el resultado fue espectacular, orgánico y fluido.

    Este fenómeno también sirve para explicar la relativa ineficacia de medidas “demasiado pensadas”: a la larga, la planificación centralizada que practicó el socialismo soviético, donde cada movimiento de la economía debía preverse con anticipación, no pudo competir con el fluido mercado que parte de una regla muy simple y que siguen todos sus actores: “compra barato y vende caro”.

    Las ovejas también siguen reglas simples, y los pastores hacen buen uso de ello. Cada una busca evitar el borde de la manada (donde ancestralmente podría ser tomada por un lobo), de modo que basta un par de perros ovejeros para conducir a todo un hato hacia el corral. En esta patria hay una regla simple que de forma similar ha fungido como persistente organizadora de la sociedad. El “no a los impuestos”, que encierra un más insidioso “sálvate como puedas”, programado en las cabezas de muchos por décadas de prensa, boicot y pobreza, no requiere de instrucciones específicas para surtir efecto, menos aún de líderes visibles para conducir a la sociedad entera y de forma fluida por un cauce de conservadurismo marcado. Cuando una regla simple como esta se ha extendido suficientemente, ya no hacen falta teorías conspirativas para entender la conducta social.

    Para aquellos que buscamos el cambio, la implicación es crítica. No basta el plan perfecto y la estrategia detallada. Más allá de la urgencia, lo que se necesita es la descolonización de la mente de muchos respecto de las “reglas simples” que definen desde dentro las pulsiones que seguimos como guatemaltecos: “mula el que no aprovecha”, “de esta salgo yo solito”, son apenas ejemplos. Más aún, requiere su sustitución por otras reglas, igual de simples pero mejor encauzadas: “toma turno”, “todos somos dignos”, “no te quedes callada”. ¿Cómo se hace esto? La respuesta obvia, pero de largo plazo, es la educación. En el corto y mediano plazos debemos buscar también otras formas. Así que le dejo un encargo: piense cómo usted puede comenzar a cambiar las reglas simples heredadas de tres décadas de guerra, y que nos han servido tan mal hasta aquí.

    Original en Plaza Pública

  • Los trabajos de doña Sandra: lo que podemos aprender

    El recambio ordenado y en estricto apego a la ley es la opción más barata y eficaz para llegar al poder
    En las últimas semanas la carrera política de Sandra Torres se ha tornado bastante más complicada de lo que ella y sus colaboradores esperaban.

    Hasta aquí el camino había sido difícil, pero exitoso. Años de preparación como operadora política llegaron a fruición con la elección de Álvaro Colom a la Presidencia de la República, hace ya casi cuatro años (¡qué rápido se le han pasado!). El triunfo abrió la puerta de los recursos y el poder. Diseñar y comandar el programa de Mi Familia Progresa desde la tercera puerta de la Casa Presidencial significó beneficiar a miles de familias, y tocar sus voluntades de una forma sostenida.

    No debe sorprender que este eficaz programa se tornara en plataforma para buscar, sin solución de continuidad, la primera magistratura. Pasar de “primera dama” a “mera, mera dama” sería un canto de sirena difícil de resistir para cualquiera, más aún si se tiene ambición política y capacidad gerencial, como Torres. Sin embargo, la arrogancia voluntarista es mala consejera, y el afán por llegar a presidenta este año, sí o sí, se le está agriando cada vez más. Más allá de las descalificaciones del Registrador de Ciudadanos, el Tribunal Supremo Electoral y la Corte de Constitucionalidad, las encuestas sugieren que las percepciones de la ciudadanía sobre ella también se están deteriorando (no sin ayuda de la prensa, hay que agregar).

    Lo increíble es que aquí no hay nada nuevo. Dos veces ya el famoso artículo 186 hizo tropezar al general Ríos Montt, al punto de ver menguada su considerable y paradójica popularidad. Álvaro Arzú y Vinicio Cerezo, que en su momento escasamente ocultaron sus aspiraciones a la reelección, fueron más cautos y desistieron antes de toparse con la doble barrera de la ley y los ciudadanos. Ahora se suma Harold Caballeros a la lista de caídos.

    Sandra Torres no pudo esperar cuatro años muy cortos, y lanzarse en 2015 como Dios manda, a pesar de no tener sino un impedimento temporal. La razón es obvia: bajo las reglas actuales del cortoplacismo político, la mejor apuesta es poner todos los huevos en el canasto del continuismo, porque los partidos no sobreviven luego de hacer gobierno.

    ¿Será que los políticos guatemaltecos son incapaces de aprender? No quiero creer que son obtusos, sino que actúan por conveniencia. Sin embargo, por facilitar la tarea, pongo la lección en blanco y negro: a la larga, el recambio ordenado y en estricto apego a la ley es la opción más barata y eficaz para llegar al poder. La objeción podrá venir inmediata: eso tal vez valga para latitudes más civilizadas. Aquí, donde resolvemos las cosas a tiros, no se aplica.

    Sin embargo, más veces que no, se engaña quien crea que en otros países las instituciones democráticas fueron construidas por mansas palomas y gente de bien. La Carta Magna, pilar constitucional británico y temprano atisbo del reclamo por los derechos humanos en el mundo occidental, no fue negociada por almas blancas. Cuando Juan sin Tierra y sus barones se sentaron en 1215 a negociar ese tratado ya tenían —todos— las manos manchadas de sangre y la intención clara de aniquilarse mutuamente, si se presentaba la ocasión. Y la historia sigue.

    Las democracias europeas, desde la anárquica Italia hasta la metódica Alemania, prácticamente sin excepción son producto del equilibro entre enemigos mortales, más que un acuerdo racional entre amigos. Si los europeos, en sus diversas y belicosas manifestaciones, decidieron tomar el camino del respeto a la ley y las instituciones fue porque resulta, incluso en el corto plazo, mucho más rentable vivir bajo un sistema predecible que sobrevivir bajo la ley del más fuerte. Igual de rentable para los contrincantes resultaron el fin de la era colonial, y el de la Guerra Fría.

    Quizá Guatemala, en medio de sus muchas tribulaciones, esté llegando al punto donde hasta el político más lerdo pueda reconocer que la mejor opción es jugar según las reglas y afanarse por ganar sin tener que arrebatar. Esto no debiera sorprender. Ya hace bastantes años que Robert Axelrod descubrió que al jugar repetidas veces el juego del “dilema del prisionero”  —al que se parece tanto la política entre contrincantes tramposos— se puede ganar la guerra incluso sin ganar una sola batalla.

    Si doña Sandra hubiera reconocido hace cuatro años lo tortuoso del camino en estas elecciones, acaso hubiera invertido sus esfuerzos en desarrollar un lugarteniente para estas elecciones, con vistas a correr para la presidencia en otros cuatro años. Aunque no hubiera ganado su ad latere, se habría ahorrado los sobresaltos. Influir en la política pública por varios períodos consecutivos, dejar más líderes en el país y fortalecer las instituciones, quizá valdría más que salirse con las suyas de inmediato.

    Así que tal vez, cuando se haya despejado el polvo de las elecciones, se puedan sentar juntas gente como Sandra Torres, Zury Ríos y Nineth Montenegro. Las tres han sido despechadas por un sistema político inmediatista, construido por hombres cavernarios. No tienen que quererse mutuamente, y tampoco simplemente promover la derogatoria de las prohibiciones del artículo 186 de la Constitución. Basta con que quieran tramar un mejor sistema político, y reconocer que jugar dentro de las reglas es una mejor forma de hacer patria, y también de salirse con las suyas.

    Original en Plaza Pública

  • No vaya a ser que mejoremos

    Pareciera que en mi patria tenemos un agudísimo sentido de la mejora: apenas detectamos algo que puede servir, nos apuramos a destruirlo.
    Acción Ciudadana acaba de publicar un estudio acerca del programa de Transferencias Condicionadas en Efectivo, mejor conocido como “Mi Familia Progresa” (Mifapro).

    La enorme trayectoria de esa institución en materia de rendición de cuentas y transparencia hace indispensable escucharla con atención. Igualmente, la participación de un equipo de investigadores con la credibilidad de Ronalth Ochaeta a la cabeza da confianza que la metodología se siguió con cuidado y que los resultados se han descrito escrupulosamente. Por sus hallazgos, y otros que hemos visto a lo largo de los años que tiene de operación Mifapro, podemos afirmar que este programa tiene problemas. Problemas graves de falta de diseño (al faltar una línea de base creíble), de transparencia, de arbitrariedad en la gestión, de irresponsabilidad fiscal por el lado de los ingresos y de irresponsabilidad institucional en las distorsiones que ha causado sobre los ministerios de línea, en particular el de Educación. Todos son problemas críticos, que deben ser solventados. Las recomendaciones de Ochaeta y sus colaboradores son igualmente encomiables. Sí, la implementación del programa requiere rediseño y mejora: desde la selección de los beneficiarios, hasta el escalonamiento de los beneficios en función de las características de los hogares y beneficiaros específicos.

    Sin embargo, igualmente en serio debemos tomar las precauciones de los investigadores. De estas se destaca que los resultados se refieren a un departamento, y no pueden ni deben generalizarse. Además de las que señalan los propios autores, hay al menos dos limitaciones importantes que yo quiero remarcar. La primera, es el supuesto de que los recursos destinados a los beneficiarios (entre Q150 y Q300) buscan cerrar la brecha entre la condición de pobre y no-pobre. Este es un supuesto impreciso, pues en programas como ese el pago busca únicamente cubrir el costo de oportunidad que se incurre con enviar a los hijos a la escuela o al servicio de salud. En otras palabras, quien diseña una política de transferencias condicionadas no se pregunta “¿cuánto dinero tengo que dar a una familia para sacarla de pobre?”, sino “¿cuánto es lo menos que tengo que pagar para que las familias prefieran enviar a los chicos a la escuela, en vez de ponerlos a trabajar en la milpa?” El efecto consumo —el incremento en el consumo debido al dinero que entra a la economía local por vía de las transferencias— no es sino turrón del pastel.

    La segunda limitación es el supuesto francamente erróneo de que las transferencias en efectivo puedan mejorar la calidad educativa. Hace rato ya que Fernando Reimers, de la universidad de Harvard, cuestionó esa atribución, y con razón: para mejorar la calidad educativa hay que tener mejores maestros, mejores textos, mejor currículum, más evaluación, no simplemente más dinero en casa. Es casi de perogrullo. Entonces, no pidamos peras al olmo. Ya desde temprano en el diseño de Mifapro un investigador internacional dio la voz de alarma: si los servicios de salud y educación no se mejoran a la par de la entrega de las transferencias, por supuesto que no habrá mejor calidad en la educación y la salud. Por ello es tan grave que la implementación desordenada de Mifapro haya distorsionado —con la connivencia de sus autoridades— a los ministerios de línea. Sin embargo, no puede atribuirse la falta de mejora en la calidad al programa en sí mismo. Esto es un error lógico y metodológico.

    ¿Qué importancia tiene todo esto? Pues que ahora que la estrella de Sandra Torres parece ir en franco descenso, todos se apuran a destruir su logro más importante. Bien lo recoge el refrán popular: del árbol caído, todos hacen leña. Apenas Acción Ciudadana publica sus resultados y con estrépito los medios  —algunos más que otros, ciertamente— se apuran a decir que Mifapro ha sido un fracaso. Publican el titular dramático, y obvian siquiera el más mínimo análisis del estudio, no digamos de las condiciones que describe. Más allá de las reales torpezas políticas del actual régimen, la línea de ataque es clara, y vemos cobrar velocidad a un proceso largamente desarrollado y bien aceitado. Tras años de minar la capacidad de ejecución del Estado por la vía fiscal, y de cuestionar las intenciones del actor político, cuando este admite que ya no puede más sin la plata, se le invita a cortar aquellas actividades que podrían servir de algo y cambiar la historia. Y de paso, se le fuerza la mano con evidencia seleccionada.

    El resultado neto: en vez de corregir y mejorar sobre lo que ya se ha caminado, se matan las iniciativas, una tras otra, sin madurar o, cuando dan señas de madurez, sin aprovechar el ciclo anterior para construir el siguiente. Como consecuencia, nunca aprendemos, y siempre, siempre estamos construyendo desde cero. La profecía se cumple a sí misma: el dinero gastado primero en montar una iniciativa completamente nueva, luego se gasta en desmontarla, para más tarde volver a gastarlo en montar otra iniciativa desde cero. Como una Penélope maldita, tejemos y destejemos, siempre quedándonos en la inversión inicial, en vez de poner la base, cometer errores, aprender de ellos y mejorar.

    Apenas hace tres años le pasó a Pronade, un programa exitosísimo que amplió el acceso a la educación a la población rural más pobre, pero que estaba llegando a los límites de su funcionalidad. En vez de revisar, corregir y mejorar, esta administración lo canceló de tajo sin decir “agua va”, como pago de apoyos políticos. Ahora la perversa historia se vuelve a repetir, solo que “buenos” y “malos” han cambiado de lado. Los hallazgos limitados de un estudio interesante, pero insuficiente, se tornan en sentencias de muerte institucional. Todos aplauden, excepto las beneficiarias —esas que nunca han recibido nada del estado y ahora lo tienen—, ahora que se tiene la oportunidad de darle su merecido a Torres: “¡crucifícale, crucifícale!” ¿Le suena conocido? “Me agrediste, así que ahora yo te agredo también”. Como se le atribuye a Ghandi: “Ojo por ojo, todo mundo terminará ciego.”

    Para que no todo sea diatriba, le dejo un par de sencillas lecciones: a) algo es mejor que nada, y b) aprender es equivocarse en la dirección correcta.

  • Noticias de un mundo posible

    Si los horrores de una patria capturada por indígenas le quita la paz, examine despacio la fuente de su racismo.
    Boda Sanjay-Arzú

    En la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias (Yurrita), el sábado 9 contrajeron matrimonio el ingeniero Samuel Sanjay y la licenciada Anaisabel Arzú Pirir. El ingeniero Sanjay es hijo de Yesenia Sanjay, conocida comerciante y expresidente del Cacif. La Lic. Arzú es hija de Mateo Arzú y la doctora Yennifer Pirir. El lector quizá recuerde que la doctora Pirir fue primera rectora de la Universidad Nacional del Altiplano.

    Fallece Isabel Ixcot Botrán

    Tras 72 años bien vividos, el sábado 9 falleció Isabel Ixcot Botrán. Le sobreviven su esposo, Santos Ayau Pérez, y sus hijos Joel, Yesenia y Marta.

    Redada en zona 18

    En instalaciones del complejo empresarial de la zona 18 fueron capturados cinco personas que se dedicaban a la estafa por Internet. El comisario a cargo, Otoniel Widmann, presentó la nómina de los capturados, siendo estos: Edson Aycinena, Masani Bahame, Wuilman Brown, Mónica Maegli y Francisca Xet.

    Alcalde inaugura programa de escuelas vocacionales

    El día de ayer en rueda de prensa, el alcalde del Distrito Central de Guatemala, Luis Ramiro Xicará, inauguró el nuevo programa de escuelas vocacionales municipales. Explicó Luisa Kim, secretaria de educación del Distrito Central, que las escuelas ofrecen, a todos los jóvenes del distrito comprendidos entre los 14 y los 18 años de edad, una opción de formación técnica y profesional ligada a la industria y el comercio modernos.

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    Es increíble: lo usual se torna invisible a nuestros ojos. No es sino hasta que se hace el ejercicio de preguntarse qué pasaría si las cosas fueran distintas, que nos damos cuenta cuán imbricados están en nuestra mente los supuestos acerca de quién hace qué.

    Sorprende ver apellidos “criollos” asociados a nombres o apellidos indígenas. Igual destantea encontrar un apellido alemán en un funcionario público de baja categoría, pero me pregunto, ¿por qué no?

    ¿Por qué nunca vemos apellidos coreanos vinculados al quehacer nacional fuera de la actividad comercial? He de suponer que hay también ciudadanos guatemaltecos de origen coreano, aspirantes a la cosa pública, líderes potenciales que pueden y quieren aportar. Pero no los veo.

    En estos tiempos la participación de las mujeres en la política ha cobrado especial visibilidad. Sin embargo, salvo una excepción, quizá dos, no veo mujeres entre los más altos líderes empresariales.

    Tanto malos como buenos pueden salir de cualquier parte, tener cualquier nombre y cualquier apellido. Sin embargo, en una sociedad con poca movilidad social y con una economía que no ejerce atracción sobre los ciudadanos de otras tierras, es raro encontrar una mezcla de nombres que reflejen orígenes diversos. Vivimos en una parcela provincial, al margen de los grandes flujos globales. No lo reconocemos, aunque lo tenemos frente a nosotros.

    Si los ejemplos que le di le retan y le entusiasman, ponga manos a la obra. Procure todo aquello que haga de Guatemala un país de premisas distintas: donde el nombre o el apellido no pongan a los ciudadanos un sello de inclusión o exclusión aun antes de nacidos; un país que reconozca su diversidad, la recompense, y atraiga a otros todavía más diversos.

    Por el contrario, si la amenaza de una patria capturada por indígenas le quita la paz, si la noción de mezclar sangres le molesta, examine despacio la fuente de su racismo —sí, racismo— y procure tratarlo, o al menos controlarlo, para que sus hijos no lo aprendan.

    Original en Plaza Pública

  • Somos los marginales

    “Somos guatemaltecos. Aquí nacimos, aquí vivimos”.

    En ese espacio, ¿qué le dicen sus contactos, los “likes” de sus “likes” en el Facebook y la endogámica nubecilla de relaciones que pueblan la universidad, el correo electrónico, la oficina y la prensa? Que Eduardo Suger es el preferido de sus colegas, seguido de Manuel Baldizón.

    Sin embargo, hoy por hoy en las encuestas nacionales Otto Pérez Molina lleva la delantera. Sandra Torres le sigue. Atrás, muy atrás, vienen Eduardo Suger y Manuel Baldizón. Después de ellos, el diluvio.

    Así que reconózcalo: usted, los suyos, los contactos de sus contactos, y en la colada voy yo, no somos sino marginales en esta sociedad guatemalteca. La vida suya, sus experiencias, tienen poco que ver con la de la inmensa mayoría de chapines. Más aún, casi podría decirse que la suya no es vida de chapín.

    Pero no se sienta mal. Tener acceso a Internet, trabajo seguro, oportunidad de estudiar, leer un libro, jugar un videojuego, no son “aspiraciones burguesas” ni “privilegios”. Más bien son los artefactos de la vida civilizada de principios del siglo 21. Esa que se les niega con saña a tantos guatemaltecos.

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    En medio del duelo a garrotazos que llevan azucareros y campesinos en el Polochic, nos han hecho creer que las únicas opciones para la gente q’eqchi’ deben ser labrar una tierra pobre con tecnología precolombina, o la servidumbre como cortadores de caña en un ingenio. ¿Acaso los hijos e hijas del finado Antonio Beb Ac no tienen también derecho a ser ingenieros, poetas, inventores, periodistas, bailarinas o matemáticos?

    Si no lo ha visto aún, dele un vistazo al reportaje de Caracol Producciones sobre los desalojos en el valle del Polochic. Véalo un par de veces. No sólo por la narrativa de sus editores, sino porque tiene algunas interesantes lecciones sobre los guatemaltecos.

    Para ilustrar: en sus declaraciones a Caracol, Walter Widmann (Reportaje Desalojos en el Polochic – 1a parte, minuto 8:35) reclama como base para su derecho a trabajar las tierras del Polochic los años desde que sus antepasados vinieron de Alemania, un centenar quizá, y al sacrificio que les permitió amasar fortuna, aun frente a expropiaciones durante las dos guerras mundiales. Con el mismo argumento los campesinos pueden reclamar casi dos mil años de estirpe y presencia, y el sacrificio de 500 años de ocupación colonial, no digamos ya de labrar la tierra.

    Lamentablemente, el argumento es espurio, no importa para dónde se jale. Por Dios, con esas razones yo debiera tener derecho a ocupar los puertos. Al fin, mi madre vino de una ciudad lejana, donde los británicos construían barcos, que conectaban al imperio albión, ese donde no se ponía nunca el Sol, ¡y les aseguro que trabajó duro!

    La cosa va enteramente por otro lado. En el mismo reportaje, un anónimo líder de la Comunidad 8 de Agosto pone el dedo en la llaga: “Somos guatemaltecos. Aquí nacimos, aquí vivimos” (Reportaje Desalojos en el Polochic – 2a parte, minuto 4:44). Poco importa de dónde vinieron nuestros antepasados, qué hicieron. Los que importan somos los de hoy. Los que resuelven o arruinan somos nosotros. Los que nacimos y vivimos aquí, los guatemaltecos, somos usted y yo, el difunto Beb Ac, su esposa, el líder de la 8 de Agosto y Walter Widmann. Todos igualitos en derechos, aunque a unos se les niegue la oportunidad. Todos igualitos.

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    Si queremos construir Guatemala tendremos que entender esto todos y todas. De lo contrario, seguirá habiendo dos, tres, mil guatemalas, una para cada uno: la miserable para los pobres, la mediocre para los indiferentes, la útil para los ricos. De lo contrario, todos seguiremos siendo marginales de un Estado inexistente. Así que reconózcalo: todos sujetos de los mismos derechos, todos sujetos a la misma ley, todos contribuyendo al mismo poder. Eso sí, los que más tengan y no pongan más, ¡qué vergüenza les deberá dar!

    Original en Plaza Pública

  • Empatía: lo que siento por el otro

    El Widmann y el Beb podrán verse como distintos, pero apenas lo son.

    Es extraordinaria la empatía, esa capacidad que tenemos los humanos de descifrar los sentimientos y el afecto de otros con solo ver su conducta. Las sutiles señas que dan las facciones y la postura bastan para que evaluemos el estado de ánimo de una persona. Más aún, bastan para que entendamos lo que sienten, e incluso para que lo sintamos en nuestra propia carne. Un dejo apenas visible es suficiente para saber que la pareja ha pasado un mal día en el trabajo.

    Sin embargo, esta extraordinaria capacidad no es igual para todos ni en todo. Para algunos, el dolor simulado de un actor en el cine hace saltar las lágrimas. Otros, más duros, apenas se inmutan ante una expresión sentimental. Simon Baron-Cohen, psicopatólogo de la Universidad de Cambridge, ha estudiado el asunto extensamente, en especial entre aquellos que carecen de capacidad empática. Por una parte, señala, están los autistas: personas que, entre otros retos, manifiestan una incapacidad profunda para interpretar los sentimientos de otros. “Ceguera de la mente”, le ha llamado Baron-Cohen, por la dificultad que enfrentan para ver los sentimientos que a otros nos parecen tan evidentes.

    Más allá están los sociópatas, los asesinos en serie, los sádicos, que no solo no pueden leer los sentimientos de otros, sino que se benefician o, terriblemente, disfrutan de los “cero grados de empatía”. ¿Qué peculiar circunstancia les lleva a desentenderse de los sentimientos de sus víctimas? Al igual que entre los autistas, una buena cuota de tal insensibilidad parece tener una raíz biológica. Sin embargo, un hallazgo sorprendente es que la distancia emotiva también se construye.

    El personal de salud —médicos, enfermeras— aprende a vivir la distancia emotiva por razones profesionales. Tratar niños quemados o desnutridos sería angustioso, y quizá imposible, si quienes hacen clínica tuvieran que sentir en primera persona cada zarpazo del dolor de sus pacientes.

    Peor aún, la crueldad se vuelve posible cuando aprendemos a ver a los demás, no como sujetos, sino como objetos. “El otro” se torna en “lo otro.” Quienes aprenden la violencia en un ejército genocida no matan a sus amigos o a sus iguales. Matan a “otros”. A fuerza de oírlo y repetirlo, aprenden a ver a sus víctimas como inferiores, como objetos. El mensaje nazi de repudio a los judíos no era simple juego de palabras. Era poner la distancia necesaria, tornar la víctima en cosa, y así hacer psicológicamente posible su destrucción. Para ponerlo en un plano más cotidiano: solo puedo comer tranquilo el bistec si considero a la vaca como ser inferior, como cosa.

    Pues bien, en esta Guatemala de violencia y dolor, no es casual que la muerte de Rodrigo Rosenberg se tradujera por excepción en una marejada de playeras blancas en la ciudad capital. “Es uno de los nuestros”, podría haber sido el lema de las manifestaciones. Por identidad o por adscripción, los que se quejaban lo veían como propio.

    Mientras tanto, la foto con el cuerpo sangrante y sin vida de un Antonio Beb, primera víctima de los desalojos campesinos en el valle del Polochic habrá, si acaso, causado entre muchos la curiosidad pruriginosa de quien se acerca a ver un atropellado en la carretera: es un “otro”. No fuimos juntos a la escuela o el colegio privado (es poco probable que el campesino haya siquiera asistido a la escuela), vestimos distinto, hablamos distinto. Más aún, la vida entera de unos y otros se ha construido en torno a verse mutuamente como “otros.”

    Antes que esta constatación terrible se torne en excusa para juzgar (“ya ven, los ricos de la ciudad son malos”), reconozcamos que el mismo policía que desaloja a los campesinos, el juez clasemediero que autoriza la operación, incluso el acaudalado criollo que dirige tras bambalinas (o no tanto) la iniciativa, todos ellos serán por igual víctimas de un ladronzuelo marero, que les matará de un tiro en un callejón oscuro, tan solo para robarles el celular, si la ocasión se presenta. Todo ello apenas porque son “otros”, no iguales del marero.

    De todo esto debemos aprender. Salir de la violencia que nos anega no será tan solo asunto de Cicig, policía y juzgados. Desde ya y a la par tendremos que comenzar a hablar de igualdad. Porque el Widmann y el Beb podrán verse como distintos, pero apenas lo son. Los mismos dos ojos, dos brazos, las mismas dos piernas les impulsan, el mismo corazón les mueve la misma sangre roja. Mas en la superficie, la misma tierra pobre los vio nacer y los verá morir (al menos al que sobrevivió el desalojo, que no fue Beb), si no hacen algo distinto. Inescapablemente guatemaltecos y chambones, aunque sea en inglés, con Hummer y helicóptero. Si en vez de escoger las diferencias optamos por escoger las igualdades, ya es un primer paso. No se trata de cambiarte a ti, se trata de cambiarnos a nosotros.

    Más importante es reducir las diferencias en la práctica. Para empezar: la escuela pública, esa donde debiéramos ir todos, no es una simple obcecación socialista, ni sólo oportunidad para formar recursos humanos competentes. Y si esto ofende sus sensibilidades conservadoras, pues que sea al revés: becas para que los chicos pobres vayan a los colegios privados. Como bien saben los egresados de los más esclarecidos colegios religiosos, la educación compartida es un igualador incomparable.

    Original en Plaza Pública

  • Mano dura: alguien me lo tiene que explicar

    La famosa “mano dura” ha sido un espléndido fracaso donde se ha ensayado.

    No sé a usted, pero a mí esa cuenta no me cuadra. No me cuadra por la entrada (más violencia, más poder arbitrario), no me cuadra por la salida (paz social sin justicia).

    Yo seré el primero en admitir que las arbitrariedades y anticonstitucionalismos de la (¿ex?) esposa del presidente pueden ser razones para un voto de castigo. Pero, ¿de eso a abrazar una propuesta irracional y, para más fastidio, ineficaz?

    Resulta que la famosa “mano dura” ha sido un espléndido fracaso donde se ha ensayado. El Salvador, Honduras, Colombia, Argentina, todos han tenido que dar marcha atrás, reconociendo que los costos de tal política son mayores, y sus beneficios mucho menores, de lo ofrecido.

    Bajo las políticas de “mano dura”, el incremento de autoridad ha degenerado en arbitrariedad y los más castigados han sido los más pobres, no los más culpables. Además, sin medidas que ofrezcan opciones de empleo y ocupación, particularmente a los jóvenes en riesgo de caer en delincuencia, las medidas represivas han resultado tener muy poco efecto disuasivo. Estados Unidos, madre patria de la mano dura, justo ahora vive una campaña de conciencia en su ciudad capital para reconocer esto: “5% de la población del mundo, pero 25% de las cárceles”, dice; y la cosa sigue igual.

    En Centroamérica estas políticas han priorizado la persecución de maras, que desafortunadamente sólo explican la parte menor del total de crímenes violentos en la región –no más del 13.4% de homicidios, según un reporte reciente (Crimen y Violencia en Centroamérica, página 16)–  y abren más la puerta a la arbitrariedad policial. En el peor de los casos, dan excusa para que el Ejército se inmiscuya de nuevo en asuntos de orden público, que para nada le corresponden. Este es un papel que cualquier militar digno debe rechazar.

    Así que no basta la persecución del crimen, si no se acompaña de medidas de fomento a la solidaridad, para que entre todos nos cuidemos; oportunidades educativas y de trabajo para que los jóvenes no vean la delincuencia como su única opción; y sobre todo la mejora del sistema judicial, para que la ley se aplique con justicia, eficazmente y con prontitud, en todos los casos en que se amerite.

    Si ha de haber mano, pues que sea justa. Mano justa que alcance a los narcos y a los asesinos, pero que alcance también a los grandes evasores de impuestos que dejan al Estado sin plata para contratar buenos policías, formarlos bien y pagarles salarios dignos. Mano justa también para los funcionarios que desfinancian la educación y no establecen políticas de fomento al empleo. Mano justa contra los candidatos –prácticamente todos– que se lanzaron a la campaña anticipada como si aquí no hubiera Ley Electoral, y sin ningún sentido de ejemplo cívico. Mano justa contra los jueces que dejan libre a tanto narco y dan pase de salida a criminales de cuello blanco en nombre de la falta de pruebas o los “quebrantos de salud”. Esto de los “quebrantos de salud” ya debiera estar tipificado en el Código Penal, de tanto que se cita.

    Yo también estoy harto de tanta violencia. Sin embargo, aunque aquí se haya demeritado aquello de combatir la violencia con inteligencia, hay que actuar con la cabeza, no dando coces. Desquitarse violentamente con algunos no es justicia, y un abuso no quita otro. Quisiera que algún candidato ofreciera una respuesta bien razonada a la violencia: con justicia, policía, educación, organización vecinal y oportunidades de trabajo. Siempre me queda la opción del voto nulo o el voto en blanco. Sin embargo, no votaré por el candidato con el martillo más grande, nomás porque es más grande, cuando lo que necesito es que me reparen el reloj.

    Original en Plaza Pública

  • El infarto

    Guatemala ha tenido un infarto agudo a su corazón social.
    Es un clásico: el padre de familia, 50 y pico años, exitoso. Un buen día llega la crisis. El dolor agudo de pecho, se desploma repentinamente. Sobrevive solo por gracia de la atención intensiva. Los gastos de hospital resultan una catástrofe familiar. ¿Cómo pudo pasar?, se pregunta acongojada la familia. Sin embargo, tomó años llegar allí. Años de comer chicharrones, años sin ejercicio, años de estrés.

    Guatemala ha tenido un infarto agudo a su corazón social. Veintisiete jornaleros muertos, mujeres y niños incluso, son el dolor de ese infarto. Entre todos nos preguntamos: ¿cómo pudo pasar? Las iniciativas no se han hecho esperar: el electroshock del Ejército, para poner coto al narcotráfico, el intensivo del Estado de Sitio en Petén. Las medidas de urgencia no son opcionales cuando el paciente agoniza.

    Sin embargo, ni el problema, ni las soluciones terminan allí. Treinta años de no pagar las primas del seguro que son los impuestos, 40 años de comer los chicharrones de la corrupción, 50 años de postergar el ejercicio de la participación, cien años del estrés de la injusticia… de allí vino este infarto.

    Por supuesto, quisiéramos que la historia fuera otra. El enfermo en el intensivo añora las oportunidades perdidas para salir a correr, pero eso es agua bajo el puente. El galeno de cara sombría y bata blanca le dirá: “De hoy en adelante, se acabaron los chicharrones”. ¿Hará caso el paciente?

    Dejemos la metáfora y vayamos a lo concreto. En el corto plazo toca el combate de la violencia “con inteligencia”, esa que no pasó de oferta con el Gobierno actual. Focalizar en los territorios más peligrosos, fortalecer la Policía, combinarla con buena investigación y con el enlace con la comunidad. Depurar el sistema de justicia de los malos jueces; llevar ante la justicia, procesar y condenar eficazmente a las cabezas del narco y sus viles protectores, donde quiera que estén.

    Usted y yo podemos hacer poco en esto, pues es materia de expertos. Pero lo nuestro es hacer presión: exigir hoy, cada día, al presidente, al ministerio de Gobernación, al Poder Judicial, a la Contraloría de Cuentas, a los diputados, alcaldes y concejos municipales, que expliquen en detalle qué están haciendo en esta materia y cómo lo está haciendo. Decida cómo va a hacer presión: una carta al editor, aunque sea.

    Sin embargo, en el largo plazo el asunto está completamente en manos suyas y mías. Usted y yo somos el enfermo al que le toca hacer ejercicio, cambiar de hábitos, dejar la comida grasosa. Volvamos a lo concreto.

    Para empezar, el largo plazo está en la educación, para que entendamos por qué estamos como estamos. Para que no haya una sola persona que tenga que buscar empleo con un narco, que no vea las señas del riesgo, porque no sabe leer. Para que los empleados públicos sean eficaces, no analfabetas funcionales. El largo plazo está en la equidad: mientras haya guatemaltecos que no gocen de un mínimo de salud y nutrición, y muy pocos de vivienda digna, la casa del narco seguirá siendo una aspiración legítima. El largo plazo está en la productividad, la creación de puestos de trabajo y la diversificación de la economía: para que ningún guatemalteco tenga que ver el menudeo de drogas como negocio, para que a ningún joven le quede la vagancia como único futuro.

    Entendamos de una vez: el largo plazo se tiene que construir con el Gobierno, pero no hay Gobierno que lo pueda hacer solo y sin recursos. Así que dejemos de destruir el Estado guatemalteco en nombre de combatir al enemigo político, de sostener ideologías egoístas o de pensar que mandatario es sinónimo de mandamás. Es una vergüenza que, mientras se ampliaba el programa más exitoso que tenemos de reducción a la inequidad social —sí, Mi Familia Progresa, aunque no le guste— muchos denunciaran que era fomento a la mendicidad. Es una vergüenza que, mientras el aparato público hace agua por todos lados, el Cacif cierra más el puño y saca a bailar el fantoche de los valores del pasado. ¿Para qué queremos esos supuestos valores, si nos trajeron a donde estamos? Es una vergüenza también que mientras dos diputadas pedían transparencia en Mi Familia Progresa, cada vez más las autoridades no electas se negaba a dar la información pública. Les debería dar vergüenza, nos debería dar vergüenza.

    Así que a hacer reforma. Como diría Ghandi: debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo. Reforma civil, que significa involucrarnos con nuestra comunidad. Significa exigir que aquellos que dicen representarnos como sociedad civil —desde la oligarquía del Cacif, pasando por los petit comités de los sindicatos, las ONG y hasta el comité de barrio, la asociación parroquial y la junta directiva del condominio— rindan cuentas a sus representados.

    Reforma política, que significa cambiar la Ley Electoral y de Partidos Políticos para quebrarle el lomo a la élite endogámica de las organizaciones partidarias. Esos que cambian de silla cada cuatro años, pero todo sigue igual. Sobre todo, reforma política que significa que usted y yo nos mojemos el trasero en el activismo político, no para juntar cuatro gatos y meter un partido/empresa electoral en estas elecciones, sino para los siguientes 20 años.

    Reforma de la administración pública, en primera instancia de la Ley de Servicio Civil, para contratar empleados públicos con salarios dignos y calificaciones apropiadas. Reforma del empleo de los maestros y maestras, para tener a los mejores, reconocer su dignidad y exigirles resultados. Reforma para que usted y yo dejemos de espantar a nuestros hijos que pudieran aspirar a ser empleados o funcionarios públicos. Reforma para que toda la información pública esté disponible sin excusas, sin razones de Estado, que no las hay.

    Reforma social, que significa sobre todo educación y salud para todos y todas. Educación con la que todos los niños y niñas no simplemente vayan a la escuela, sino que aprendan a leer, escribir y contar bien en su propio idioma. Salud en que los ingresos personales no determinen la oportunidad de recibir una atención digna y eficaz. Reforma que empieza con los más necesitados, pero que llega y compromete a todos.

    Reforma económica, que reconoce que la inversión grande, de infraestructura, solo la puede hacer el Estado y que la debe hacer para todos, no sólo para sus amigos y para los más ricos. Reforma económica que incentiva la creatividad y la innovación, y castiga severamente al monopolista y al tramposo.

    Finalmente, la tapa del pomo: reforma fiscal, que es reconocer que alguien tiene que pagar la cuenta, que el buen gobierno no se hace con cascaritas de huevo huero. Reforma fiscal que cobra más a los que más tenemos —así es, no mire para otro lado— y da más a los que más necesitan.

    Usted decide: taparse la boca en señal de horror, arquear las cejas y golpearse el pecho ante lo que ha pasado en Petén o reconocer que para que Guatemala mejore muchas cosas van a tener que cambiar. Y cambiar ya, empezando con usted y conmigo.

    Original en Plaza Pública

  • ¿Dónde están los empresarios de izquierda?

    ¿No será que los últimos reprimidos, los más reprimidos, resultaron ser los ricos?
    En 1821, año de la independencia de Guatemala, un grupo de prósperos textileros de Mánchester fundó el periódico Manchester Guardian. De persuasión no-conformista, cuestionaban por igual el privilegio de la nobleza y la ascendencia de la iglesia oficial. Con el tiempo ese periódico se transformaría en el Guardian, prestigioso diario británico que a la fecha se decanta por el centroizquierda.
    George Peabody, comerciante de algodón y banquero estadounidense, es el padre decimonónico de la filantropía moderna. Tanto en Londres como en su tierra natal, dedicó una fortuna considerable a la educación, a dar oportunidades de trabajo y vivienda digna para los “pobres meritorios”.

    Dos siglos antes, sir John Cass, mercader y político, estableció un colegio y dejó en su testamento dineros que luego financiarían la poderosa fundación Sir John Cass, que en el Reino Unido sostiene aún hoy extensos programas educativos para niños y jóvenes en algunos de los barrios más pobres de Londres.

    George Owen, empresario y gerente textilero, fundó y lideró el movimiento socialista y también el movimiento cooperativista. Ya mayor se internaría cada vez más en el espiritismo, pero poseía una saludable sospecha de las religiones, atribuyéndoles responsabilidades por la hipocresía y fanatismo en que vivían muchos de sus contemporáneos.

    Friedrich Engels es el más clásico ejemplar de empresario de izquierda. Alemán de origen, pasó una parte considerable de su tiempo en Mánchester, cuidando los negocios familiares —eran fabricantes de hilos— pero a la vez financiando las investigaciones de Karl Marx. Incluso, editó los volúmenes 2 y 3 de El Capital luego de la muerte del padre del comunismo.

    Más recientemente Bill Gates y Warren Buffet, ambos capitanes de empresa y dueños de fortunas descomunales, han dirigido su dinero y energías al interés social, a los pobres y las causas progresivas, cuando no utópicas. Sobre todo Buffet, al igual que el financista George Soros, no teme en mostrar claramente sus simpatías con los demócratas en Estados Unidos, que pasan por izquierda en ese país.

    Pongo todos estos ejemplos a modo de contraste, para preguntar: ¿dónde están los casos visibles de empresarios de izquierda en Guatemala? Aunque con plata, ¿anarquistas, comunistas, socialistas, liberales de viejo cuño? Vaya pues, aunque sea, “progresivos” o socialcristianos. ¿Por qué no hay un solo empresario, un solo miembro de la élite económica del país, que se anime a romper filas en público y con una propuesta concreta, ante la línea dura de derecha que representa el Cacif?

    Cuando converso con gente pobre, encuentro algunos que sostienen ideas que calificaría de neofascistas, así como otros que tienen muy claras sus categorías marxistas. Igual en la clase media y entre la “intelectualidad urbana”: algunos denotan sus persuasiones de derecha y critican lo que ven como políticas de izquierda en el gobierno de la UNE; mientras tanto, 15 años después del fin de la guerra, otros ya con igual orgullo apuntan al bando rojo, solidarizándose con las manifestaciones magisteriales y en contra de los desalojos de campesinos.

    Sin embargo, entre la élite, ni uno solo. O se pronuncian anti-Estado, antifiscales, pro laissez-faire, pro mercado, pro autoridad, o nada, ni una palabra. Me pregunto si los 36 años de guerra no sirvieron un propósito más perverso y más sutil que el de reprimir al “pueblo”. Al fin, la gente de abajo que le apuesta a la izquierda igual sigue saliendo a la calle, aunque sea para (mal)decorar la sexta avenida a punta de aerosol y a reclamar la tierra que nunca recibe. ¿No será que los últimos reprimidos, los más reprimidos, resultaron ser los ricos? Estos que, pudiendo desembarazarse de las penas que supone buscar el sustento diario, porque tienen con qué sobrevivir, no se atreven a pensar distinto.

    El resultado neto es que, cuando un guatemalteco tira para la izquierda, sus ejemplos históricos están en la guerrilla, sus líderes intelectuales están muertos, y los únicos espacios de práctica que le quedan, o se realizan en la anarquía relativa de la calle o se reducen a iniciativas de inspiración eclesiástica.

    ¿Habrá entre los hijos del café, la cerveza, el cemento, los supermercados, quizá del azúcar, el ganado o la maquila, un heredero de Engels o de Owen que se atreva a decir: “Soy del capital, pero le apuesto al trabajo”? ¿Será que hay alguno, menos tímido, menos timorato, menos apocado, que no le preocupe poner en riesgo su acceso al club social, la junta de accionistas o la presidencia del Cacif? ¿Habrá alguno más atrevido y ocurrente, que no sienta que tiene que rendir pleitesía y repetir la doctrina de su clase, aunque sea nomás por molestar a sus congéneres y mostrar que me equivoco?

    Original en Plaza Pública

  • No hay que jugar al tonto

    No se puede construir una sociedad política, ni una economía moderna, sobre el principio de estrangular al Estado.
    A raíz del activismo fiscal del embajador alemán, que anda promoviendo que los guatemaltecos paguemos más impuestos, un autor publicó en Prensa Libre una nota quejándose de que “la ‘comunidad internacional’ ha de creer que ‘pagando la marimba tiene derecho a pedir las canciones’”.

    Alega que los ingresos fiscales de Guatemala se han quintuplicado de 1995 a la fecha, aunque concede que en términos reales solo han crecido al doble por la inflación. Descontando la necesidad de más recursos fiscales, subraya que lo importante es el derroche y la mala calidad del gasto público que hace el Gobierno.

    Continúa señalando que Alemania es desarrollada por la productividad de su gente, no por el tamaño del Gobierno. De nuevo, concede que un Gobierno que funciona “razonablemente bien” ayuda también. Remata el columnista señalando al embajador que comete un error si piensa que más impuestos son más desarrollo.

    Examinemos un poco más despacio los argumentos. Aunque la columna a la que me refiero es de “opinión”, esto difícilmente justifica decir cualquier cosa para llegar a una conclusión forzada.

    Tomemos en primer lugar el argumento del que paga la marimba. Sería muy lindo pensar que los alemanes nos dan asistencia nomás porque la plata se les cae de la bolsa y les sobra corazón. Sin embargo, lo hacen porque conviene a sus fines. Ellos no tienen ninguna obligación de dar cooperación a Guatemala, sobre todo cuando los que podemos pagar en el propio país nos negamos a asumir el compromiso. El que paga la marimba, de hecho, tiene el poder de pedir la canción. Si no nos gusta la canción que pide, lo que toca es poner la plata y pagarla nosotros, no simplemente quejarnos.

    Luego está el tema del tamaño y papel del Estado en el desarrollo alemán. Alemania tiene una larga historia, en su mayoría como un disperso conjunto de reinos y “ciudades-Estado”, cada uno haciendo lo propio. No es sino hasta 1871 que se concreta la unidad nacional. La revolución industrial, que llegó tarde a Alemania, el sorprendente desarrollo (crecimiento y también bienestar) y la misma unidad política se concretaron precisamente bajo el control del Estado pruso y su icónico canciller Bismark. Guste o no, el financiamiento y la dirección de la industrialización vino de arriba, como también lo hizo la expansión acelerada de la seguridad social en la segunda mitad del siglo 19. Otro tanto vale para el boom de la postguerra en los años 50: la “economía social de mercado” buscaba un Estado fuerte que evitara los monopolios, incluso los estatales. De forma más sucinta lo dice el reporte sobre estrategias para el crecimiento sostenido y el desarrollo inclusivo de la Comisión de Crecimiento y Desarrollo: “Ningún país ha sostenido el crecimiento rápido sin sostener también tasas impresionantes de inversión pública” (página 5).

    Por supuesto que la base del crecimiento era la riqueza y la productividad de las personas, que para entonces ya eran educadas, pero eso no permite ignorar que, además de buey y carreta, también había arriero. Baste un caso para ilustrarlo. En 1892 Hamburgo experimentó la última epidemia de cólera en Europa. Como una de las últimas ciudades libres imperiales, heredera de la Liga Hanseática, se regía a sí misma bajo normas mercantilistas. Los insignes capitanes de la empresa guatemalteca se habrían sentido más que a gusto allí. Los comerciantes que controlaban el ayuntamiento se negaban a clorar el agua bajo el argumento libertario de que ese era problema de cada persona en lo particular. Bismark, ni lerdo ni perezoso, aprovechó la crisis para quitarlos del poder e incorporar Hamburgo a la federación. Cloró el agua y se acabó la epidemia. Alemania tuvo, y continúa teniendo, un Estado fuerte. No se puede construir una sociedad política, ni una economía moderna, sobre el principio de estrangular al Estado. Solo para empezar, lo deja sin salarios para atraer y contratar personal capaz, no digamos ya sin recursos para invertir. ¿De dónde se supone que salga ese Gobierno “razonablemente” bueno?

    Volvamos, sin embargo, al tema de los “enormes” ingresos fiscales, porque este caballito, ya tan cansado, lo han puesto a dar otra vuelta más. Dice el autor que los ingresos se han duplicado desde 1995, tomando en cuenta la inflación. Convenientemente, olvida lo que cualquiera que ha tenido que mantener un hogar conoce de sobra: no basta saber los ingresos, si no se considera para cuántos tienen que alcanzar. En el mismo período (1995 a 2010), la población de Guatemala creció de 9.3 millones a 14.4 millones de personas. Ya nos fregamos. Esos ingresos, que en 1995 se recaudaban a razón de Q724.50 por persona (y obviamente debían alcanzar al mismo ritmo en promedio), ahora han subido, pero apenas a Q1,173.80 por persona (en los mismos quetzalitos constantes que usa el autor comentado). Pero esto es como las ventas por televisión: espere, aún hay más.

    Mientras el monto de los ingresos fiscales se duplicó, y la población creció por poco más de la mitad, la economía guatemalteca pasó de Q77 mil millones a Q334 mil millones, es decir, creció 4.3 veces. Ahora somos más, y juntos pagamos más. Sin embargo, como proporción de lo que producimos (el Producto Interno Bruto o PIB), la contribución al fisco apenas ha crecido un quinto: 8.7% a 10.4% del PIB. Es como un hombre que recibe un aumento de sueldo, pero sigue dando la misma magra mesada a la esposa para el gasto familiar. A esto agregue que el crecimiento de la economía nos lo comemos los de arriba, y la cosa comienza a dar vergüenza.

    Pero bueno, estas no son cosas para usted y para mí. Mejor las saben los economistas, especialmente aquellos que se dedican a las decanaturas académicas. En medio de todo, debo estar de acuerdo con el columnista en algo: “qué rico es” dice, “cuando no se tiene que vivir con las consecuencias de las equivocadas políticas públicas que irresponsablemente se promueven”. Exacto, qué rico es cuando se tiene suficiente dinero para pagar guardia privado, alambre espigado y talanquera, porque los policías nacionales viven en harapos. Qué rico es tener carro para no rifarse el físico en la camioneta. Qué rico es tener para pagar el colegio privado, para no tener que recibir una mala educación, y poner a los hijos en la empresa en vez de mandarlos de maestros de primaria rural. Me consta, y le consta a él también.

    Entonces, necesitamos que crezca la economía, por supuesto. Pero el problema no está en la crítica del embajador de los alemanes, que ponen plata para mantener nuestro Estado enclenque. La vergüenza real está en que quienes podemos vivir al margen de las ventajas y debilidades del Estado, asumamos que ello nos exime de asegurar las ventajas para todos y meter el hombro para resolver las debilidades que afectan a otros, ¡y encima queramos señalar a otros tratando de esconder el problema! El problema está en distraer con un petate de muerto transatlántico y con unos ingresos fiscales que no existen, cuando la culpa y la vergüenza están aquí nomás.

    (Un especial agradecimiento a Jonathan Menkos por facilitarme los números. La interpretación, por supuesto, es mía.)

    Original en Plaza Pública

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