Author: felixalvarado99

  • No, no alcanza con la voluntad

    Con voluntad o sin ella, son las conductas prácticas las que producen cambios.

    ¿Alguna vez ha querido perder peso? Esta experiencia, común en vidas sedentarias, es buen modelo para entender por qué el voluntarismo nunca alcanzará para cambiar una sociedad.

    Recientemente tuve un sparring amistoso por Twitter. La materia del debate era la ausencia de mujeres en política. Yo apostaba por usar cuotas para las mujeres como forma de aumentar las oportunidades de participación femenina en un espacio dominado casi exclusivamente por los hombres (si lo duda, baste un vistazo al Congreso, la ANAM o las cámaras empresariales). Mi interlocutor no creía en las cuotas, prefiriendo la voluntad y la capacidad como mecanismos para ampliar la proporción de mujeres que activan en política.

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  • Un empresariado inevitable

    Pensar que el mercado lo resuelve todo, o que del capitalismo saldremos como quien se quita una camisa sucia, es tan ingenuo como querer verle los pies al divino rostro.

    Al capitalismo del siglo XXI le urgen reformas profundas. Caducó el balance entre trabajadores, empresarios y Estado, construido desde las primeras huelgas decimonónicas hasta la segunda posguerra mundial.

    El conflicto en dos siglos parió un Estado vigilante, un capitalismo regulado y una ciudadanía industrial con derechos. Pero en nombre de la globalización se desdibujaron los bordes del Estado, se olvidaron los pactos y creció la necesidad de revisar el contrato. Vinieron los primeros reclamos a final de la década de 1990, pero fueron sofocados astutamente en nombre del antiterrorismo después de 2001. La catástrofe financiera de 2008 volvió a poner el tema sobre el tapete. Por más que los bancos se afanan en decirnos que agregan un valor descomunal a las economías, ya no les creemos. Pero no sabemos quién se sentará a la mesa a renegociar el pacto (¿cuál mesa, cuál pacto?, agregaríamos). De allí los desvelos, tanto de empresarios en Davos como de activistas del Occupy Wall Street.

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  • Oligarquía, élites, empresariado

    Élites somos todos los que tenemos ventaja. Mientras más desigual la sociedad, más notable la distancia que guardamos con el grueso de la población.

    Oligarquía, élites y empresariado son términos que con frecuencia se usan de forma indiscriminada. Pero ello confunde el pensamiento y la conversación, y sobre todo la política. Conviene hilar más fino para no perdernos, condenando donde no toca o excusando cuando hay más responsabilidad.

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  • Sin oportunidades para aprender

    Siguiendo este camino de los que nunca aprenden, terminamos con una sociedad donde nadie escucha y, sobre todo, donde la evidencia no cuenta.

    El pequeño se apura y la madre advierte: “no corras que te vas a caer”. El niño no hace caso y sigue a toda velocidad, con resultado previsible: termina de bruces en el suelo.

    De pequeños aprendemos a base de errores. Ensayos que terminan mal y los mayores que ayudan a sacar la lección (¿viste por qué te decía que no corrieras?); sacudimos el polvo de nuestras rodillas y empezamos de nuevo. Sin embargo, de adultos con facilidad olvidamos que aprender es equivocarse en la dirección correcta.

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  • De censos y encuestas educativas

    ¿Cuántos graduados de la élite aspiran a ser maestros de escuela, y cuántos de sus padres los alientan a serlo?

    Las encuestas empresariales ayudan a explicar la economía. Contar número de empleados, volumen de ventas y otras variables ayuda a entender cómo varía la producción nacional.

    Tales encuestas no interrogan a todas las empresas, sólo a una muestra pequeña. Muy eventualmente se hacen censos, siempre caros, pues aunque pudiera interrogarse a más entidades, una muestra bien seleccionada consigue la información necesaria. Lo importante es saber cómo usarla. Una encuesta toma el pulso del sistema, pero no juzga individuos. Sería absurdo que tras una encuesta el Ministro de Economía “regañara” a los encuestados, si encontrara que sus negocios no producen las ganancias deseadas.

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  • Guatemala indígena

    El poder, usted y yo también, ingenuos, maliciosos o indiferentes, hacemos como que Guatemala es blanca. Pero esta ciudad, fea y nuestra, es indígena.

    Pulsa la ciudad como corazón que mueve la riqueza del país. Abultada metrópoli, lleva el esfuerzo de los muchos a los bancos de los pocos.

    En la Avenida Reforma, una catequesis oficial en monumentos: próceres que abren como gastadores con un “obelisco” que quedó tan enano como sus intenciones. Montúfar, el patriarca liberal que acuerpa en su peana, inamovible como la intención de sus herederos en el poder. García Granados que cierra con la mano al pecho. En medio, el reparto: ministerios que huyeron del Palacio cuando Arzú lo destripó, la “Escuela Politécnica” que formaba los perros de presa del statu quo (¿a qué “técnicas” se refería?), una embajada cuya voracidad se desquita hasta con las aceras, y los bancos. Financiadores, aseguradores, urdidores.

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  • Martín

    No cualquiera toma la pluma como lanza y arremete contra los molinos tenebrosos, para que al nombrarlos se desvanezca su falsa estatura.

    Martín es un nombre de guerra. Es un nombre curioso para quien pone tanto empeño en hacernos una sociedad en paz, donde los militares estén en el cuartel y las mujeres se sientan seguras.

    Pero es un nombre bien puesto, habiendo tantas guerras que pelear. Guerras contra la injusticia, para que el pobre y el débil, que no piden venganza sino reconocimiento, encuentren la satisfacción tan largamente postergada. Guerras contra la discriminación, para que los varones entendamos cuán fácil lo hemos tenido hasta aquí, sin razón ni honor. Guerras contra el periodismo doloso, ese estupro que ayunta poderosos con editores y produce noticias bastardas.

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  • 2013: cuando al fin admitieron su incompetencia

    Sólo el tonto, o el malicioso al que le conviene el statu quo, insisten en hacer cosas que no funcionan sólo porque lo manda la ideología.

    Cuando estamos convencidos de lo que hacemos, actuamos sin pensarlo demasiado. Si los resultados se consiguen, repetimos las conductas.

    La historia de Guatemala ha sido la historia de una élite que se consideraba competente: sabía lo que quería, sabía cómo conseguirlo. Hacía lo que tocaba, obtenía resultados y repetía. Hasta que de tanto éxito llegó, como los burócratas, a su nivel de incompetencia.

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  • Abracemos nuestra modernidad

    Reconocer y abordar la modernidad es un asunto toral en Guatemala, porque dos grupos sociales que definen nuestra particularidad han hecho apuestas importantes por conservar el pasado.

    Resulta importante explicarnos la modernidad, porque podemos entenderla como una justificación de la historia. O como una actitud ante la vida.

    Empiezo marcando la diferencia entre modernidad, como cualidad de “aquello perteneciente o relativo al tiempo de quien habla o a una época reciente” y modernismo, como “afición a las cosas modernas con menosprecio de las antiguas”. Como justificación, modernismo es afirmar tras los hechos que triunfamos porque teníamos razón. Los conflictos son una constante humana, y los ganadores siempre se han apurado a reescribir la historia, llamando obvia su victoria. Es la excusa eterna de los colonialistas, que llaman salvajes a sus víctimas y evangelización a su destrucción. Pero también y por reflejo, una trampa para quienes les resisten.

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  • Valores valiosos

    Hablar de valores, así nomás, es como hablar de cacerolas en la cocina. Sin explicaciones, es mencionar los recipientes sin tratar sobre los ingredientes.

    Con regularidad escuchamos que los valores son necesarios para rescatar al país. “Educación en valores” o “gobernar con valores” son fórmulas ya usuales en los discursos.

    El Currículum Nacional Base, que rige en las escuelas, propone la educación en valores para “sentar las bases para el desarrollo de las formas de pensamiento, actitudes y comportamientos orientados a una convivencia armónica…”. Hace un año, el Cacif publicó un cuadernillo con una nota sobre “Saber vivir los valores de siempre”. Como ejemplo también, la Universidad del Istmo ofrece una Maestría en Valores, cuyo objetivo es “[p]rofundizar en la formación y aplicación de los valores con el debido fundamento ético, antropológico y axiológico”.

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