El perro se orina en la alfombra de la sala. No es la primera vez. Enojado, usted decide poner alto al asunto. Lo único que tiene a mano es un martillo.
Luego de darle múltiples martillazos a la cabeza del perro, efectivamente el animal no vuelve a ensuciar la alfombra. Mientras cava un foso en el jardín con la uña del martillo —la única herramienta que tiene a mano— para enterrarlo, reflexiona que se ha quedado sin perro. Y qué decir de la sangre regada por toda la sala.
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