Los que sí deben poner barbas en remojo son sus elitistas promotores, que antes apostaban con éxito a lo que ahora apenas funciona.
Ha llegado el momento en el ciclo político, cuando vemos que lo no hecho ya nunca pasará. Lejos ha quedado el triunfalismo del discurso inaugural, y algunas promesas demostraron ser simples ilusiones infundadas.
En una nota brillante, Gustavo Berganza recién detalló cómo el gobierno ha dejado sin cumplir hasta sus más visibles ofertas, y se desmorona como una espumilla. Los ciudadanos, curtidos en el cinismo, podríamos preguntar, ¿y esto qué tiene de novedad? En dos décadas hemos visto instalarse la falsedad como norma de campaña, con candidatos que ofrecen cualquier cosa sin la mínima intención de cumplir.
Si usted es de mi generación, recordará al gordo que bailaba en el Parque Central invitando a votar por Serrano. Pues bien, en la selección nacional que Manuel Baldizón ofreció llevar al Mundial en la última campaña, seguramente jugaría el hijo del gordo del parque. Años tallando el palo mentiroso han dado abundantes astillas embusteras.
Lo irónico es que los sucesivos gobiernos hacen algunas cosas buenas. Hogares Comunitarios, la medida más persistente de asistencia social a mujeres y niños, surgió precisamente del gobierno auto-golpista de Serrano. En medio del conservadurismo profundo, fue la administración de Portillo y Ríos Montt, la que ahora llamamos corrupta por antonomasia, que nos dio ¡al fin! una ley de acceso universal a la planificación familiar. La débil administración de Colom resultó eficacísima implementando las transferencias condicionadas. Este deslucido régimen patriotista puso sobre el tapete la genial iniciativa de despenalizar las drogas. Sin embargo, tales logros no son sino la otra cara de la misma moneda: ninguna era oferta de campaña. Accidentes que salieron bien, en vez de mal.
Aprendamos la lección, para apuntar a los cambios esenciales del sistema político: bajo las reglas actuales nada que los candidatos ofrezcan tiene relación con lo que pretenden. Nada. Ya electos, sus promesas no serán sino papel mojado. El triunfador no siente compulsión interna y no está sujeto a rendir cuentas. Como hemos visto, puede blindarse de los reclamos indignados de la ciudadanía. Escasamente pondremos números a sus promesas, ni haremos cuentas de porcentajes logrados. Y aunque lo hiciéramos, ¿a quién se las cobraríamos, si los partidos no sobreviven y menos repiten en gobierno?
Ello por supuesto no significa que los candidatos no tengan compromisos reales y vinculantes. Pero son con sus financistas, nunca con el electorado. Y es aquí que la cosa se pone interesante con Pérez Molina.
Apenas tras dos años y medio de gobierno, con un apoyo de la élite con que habría soñado Colom, y con el ejército tras de sí, igual le está costando una inmensidad hacer valer esos compromisos con financistas. A plena vista de todos tropieza: la cola de los negocios de Puerto Quetzal y el Renap espera apenas que se agote la inmunidad de los funcionarios. No bastó la maquinaria partidaria, igual se cayeron los bonos. Persiste la persecución penal contra Ríos Montt a pesar del esfuerzo por satanizar a sus acusadoras.
Un gobierno de derecha, un Congreso de allegados y comprables, el ejército como garante, y sin embargo, teniendo que salir una y otra vez a la palestra los pesos pesados, esos que preferirían operar a la sombra. Arenales Forno cerrando pesadamente los Archivos de la Paz; el penoso engendro de notables y CACIF llorando por la “paz rota”. Y lo más reciente: todo un Julio Ligorría armando sofismas para excluir la injerencia internacional. No les está quedando más remedio que defender sus privilegios en público y a nombre propio, porque la cosa se les sale cada vez más del control.
Otto Pérez ya está más allá del bien y del mal en esto, probablemente marcando palitos en la pared del despacho presidencial: 482 días, 481 días… Sólo toca aguantar y tapar los agujeros legales, para que cuando pierda la inmunidad no le pase como a Ríos Montt.
Los que sí deben poner barbas en remojo son sus elitistas promotores, que antes apostaban con éxito a lo que ahora apenas funciona. El modelo no cruje. ¡Ya reventó! Lo que pasa es que, como cualquier estructura grande, tarda mucho en caer, aun cuando el colapso sea inevitable. Tacharán de terroristas a los campesinos. Le dirán a Arnold Chacón que no se meta en “nuestros” asuntos (léase, en los privilegios del poder). Pero la verdad es que esos dorados tiempos, cuando hacían lo que se les venía en gana sin que nadie reparara en ello, esos días se han ido para siempre.