Para mejorar la educación: reconocer los éxitos y cómo se consiguieron

Encontrar soluciones eficaces exige aprender de lo que ya funcionó, y el pasado habla con elocuencia: concentrarnos obsesivamente en la secundaria, ampliar explosivamente los servicios públicos educativos en este nivel, hacerlos más eficientes.

Para aprender importa más una buena pregunta que desvelarse buscando la mejor respuesta. Nunca más cierto que al enfrentar los retos del sector educativo.

Vista por sus resultados, sin duda la educación tiene problemas. Ni 6 de cada 10 estudiantes completan los nueve grados que manda la Constitución. Pocos van a la preprimaria o al diversificado. Peor aún, entre los que van a la escuela, pocos aprenden algo. Menos aún aprenden a pensar.

Es fácil desesperarse y querer empezar de nuevo. Pero abordar con éxito los problemas exige primero reconocer lo que funciona y entender por qué ha funcionado. Es indispensable para no seguir dando vueltas sobre asuntos que son simples mitos nacidos de nuestros prejuicios.

Hoy más de 4 de cada 5 chicos y chicas (86.6 %) completan la primaria. No es suficiente, pero, apenas en 1999, solo 1 de cada 2 (51.2 %) lo lograba. Aumentó el número, aunque el presupuesto en educación, comparado con la población y con el presupuesto total del Estado (2.8 %), apenas ha variado. Incluso, ha disminuido. ¿Cómo se hizo?

La respuesta puede resumirse en cuatro puntos: primero, el Ministerio de Educación (Mineduc) se concentró en una sola cosa, el acceso a la primaria. Segundo, con el Programa Nacional de Autogestión para el Desarrollo Educativo (Pronade), el sector público amplió explosivamente el volumen de servicios en primaria. Tercero, el Mineduc se hizo más eficiente aprovechando las evaluaciones nacionales para aprender qué funcionaba y qué no. Y cuarto, sacrificó todo lo demás. Como un globo aerostático urgido de alzar vuelo, el Mineduc tiró por la borda los otros niveles, la infraestructura, los textos, la capacidad de rectoría, todo.

Hoy el reto está en secundaria. Menos de la mitad de los jóvenes que debieran estar se inscriben. Nos apremia que los estudiantes se queden y persistan hasta completar el diversificado. Sobre todo, que aprendan para la vida y el trabajo.

Encontrar soluciones eficaces exige aprender de lo que ya funcionó, y el pasado habla con elocuencia: concentrarnos obsesivamente en la secundaria, ampliar explosivamente los servicios públicos educativos en este nivel, hacerlos más eficientes. Proponer algo distinto es torturarnos con prejuicios sin fundamento.

Sin embargo —y he aquí la importancia de entender lo que ya funciona y por qué—, así encontramos por saldo el problema, el gigante a derrotar. El cuarto elemento de la fórmula ganadora de la primaria, sacrificar todo lo demás, ya no es opción, pues sacrificaría lo ya conseguido, ¡que es la misma primaria!

Sería maravilloso ampliar la secundaria sin poner más recursos. También era una hermosa idea para los antiguos encontrar la piedra filosofal, que convertiría plomo en oro. Pero nunca la encontraron, pues no existe. Concentrados en la pregunta equivocada (¿cómo convertir plomo en oro?), solo conseguían terminar con saturnismo, envenenados de tanto jugar con ese metal. Desechada la pregunta, pudieron atender lo que sí funcionaba: la razón y la ciencia. No quedaba sino trabajar duro.

Con poco dinero, ocasionalmente puede hacerse algo bien. Pero no se puede hacerlo todo, ni siquiera mediocremente. Baste un ejemplo. En la aldea Tzununá, la Fundación Castillo Córdova ha conseguido resultados positivos. ¿Lo hizo sin invertir en infraestructura y en formación de maestros, sin invertir en nutrición y salud de los estudiantes, sin gastar en materiales y textos? Por supuesto que no. Es precisamente porque todo el poderío económico de la empresa cervecera se concentra en un punto. Porque invierte en una gestión cuidadosa, que consigue resultados. Lo bueno cuesta dinero, más aún cuando se debe atender a toda la población escolar, no simplemente a una comunidad. Cuando el poco dinero que se tiene se ha gastado ya en obtener resultados —la ampliación de cobertura primaria descrita arriba—, conseguir más resultados, otros resultados, ¿adivine qué? ¡Costará más dinero, otro dinero!

Lo entienden (aun sin admitirlo) quienes hoy corren por asegurarse de que no queden desfinanciadas las evaluaciones nacionales de desempeño estudiantil. No basta distraerse con maliciosos militares armando escritorios. Debemos abandonar la alquimia de resolver problemas sin sector público, la vanidad de un mercado mágico que, dicen, resolverá el problema de la secundaria. La evidencia no nos excusa: sin dinero nada funciona.

Con dinero y empeño, el sector público es nuestra mejor apuesta de ampliación masiva y equitativa de la secundaria. Pero esto, querido lector, nos guste o no, nos enfrenta a un monstruo aún mayor, al pavor de la élite, a la carga sobre la clase media: los impuestos. Cambiar la educación para bien y de forma sostenible exige ponerle más recursos públicos. Lo demás es magia, cábalas que no cuadran, alquimia.

Original en Plaza Pública

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