A veces la insolencia rebasa los límites de lo creíble.
Malas noticias para la locutora rubia que por años ha despotricado contra los peligros del populismo. Tanto gastar saliva y galillo que igual le ganaron la partida. Mientras ella denunciaba, vino el populismo, se instaló y ahora se enseñorea desde lo más alto.
Temía que desde Venezuela o Bolivia llegaría la ponzoña a impulsar una turba vulgar. Prevenía contra el sentimentalismo de las falsas soluciones, contra la irresponsabilidad que malbarata el dinero público. Pero no sirvió. Mientras ella miraba al Sur, un populismo tóxico nacía en casa, echaba raíces, enredaba sus ramas para sofocar la democracia.
Preocupada por hombres de voz estentórea y discurso prolongado que enfrentan facciones en la sociedad, no reparó en el actor que visita mercados, jura banderas y aplaude generales. Temía una milicia popular, mientras aquí ya salen los soldados mal preparados a jugar de policías. Prevenía contra la camarilla de un politburó tropical, mientras aquí militares y empresarios vuelven a apretar sus eslabones. Censuraba el aislacionismo que resiste los mercados globales, mientras aquí bastó subir un nuncio al escenario para denunciar injerencias externas (y yo no puedo sino pensar que el comal le dijo a la olla).
Tanta denuncia solo para que le quedara la gloria al revés.
Pues bien, ese populismo a la Tortrix ya está produciendo sus primeras flores. Grandes y vistosas, carecen de aroma y, peor aún, de fruto. Mientras en el Sur produjeron eficazmente redistribución y, sí, también problemas, aquí se instala un populismo piadoso, profundamente ineficaz, cínico y dañino.
No me crea a mí. Mejor lea la prensa. Hace unos días el ministro de Educación se sinceró con el catálogo de estrecheces que ahogan al sistema escolar porque no queremos pagar impuestos. Luego sale el presidente con una receta que la locutora rubia no habría podido soñar en su peor pesadilla populista: pedirá a cada maestro que done un pupitre para las escuelas. Como ya harán, dice, los oficiales del Ejército.
A veces la insolencia rebasa los límites de lo creíble.
¿Sabe usted que el presupuesto del Ministerio de Educación no incluye ni un centavo para mantenimiento de infraestructura, tampoco para comprar un solo libro de texto para toda la secundaria?[1] ¿Es usted consciente de que los docentes ya deben comprar con su propio dinero materiales y útiles para preparar las clases?
Ya que estamos haciendo propuestas cínicas, aquí van algunas: ahorremos plata en el presupuesto militar y pidamos a los oficiales que compren sus armas y municiones. Podrían empezar devolviendo las granadas robadas, agrego. Maltratemos aún más el presupuesto de salud y pidamos a los médicos que compren los bisturíes y las jeringas. Pidamos que el ministro de Finanzas aporte de su billetera el dinero para saldar las cuentas en rojo. ¿Qué tal?
Parece que desde enero estamos sentados en las gradas de un grande y cínico circo. Populista en el sentido más peyorativo del término. En la arena central bailan los chimpancés y los osos en bicicleta. ¡Mire! ¡Solo «cuesta 122 quetzales cada escritorio»! Y hay más: de aquel lado los malabaristas montan una parodia de oración por la patria. En lo alto, el trapecista de la pena de muerte se lanza al vacío y sin red. ¡Oh! ¡Ah! Más arriba, más álgido, más sangriento. Aplaudimos como focas.
Pero, mientras usted y yo abrimos la boca por el espectáculo, en la arena menor y fuera de la luz los legisladores se ayuntan con los dueños del circo. Otra vez —siempre otra vez— estos se excusan de aportar al sostenimiento del Estado. Piden y consiguen exenciones de impuestos a la maquila y a los call centers.
Esta vez, al menos han sido los mismos docentes los primeros en reaccionar y se han apropiado del hashtag #UnMaestroUnEscritorio para señalar el absurdo. ¿Los líderes sindicalistas magisteriales? No tanto. Ojalá los docentes sepan pedir cuentas a sus cuestionables líderes.
Mientras tanto, querido lector, usted y yo tenemos otra tarea: no pecar de bobos. Dejemos de ver alelados el trapecio. Fijémonos en lo que está pasando en la sombra y consideremos que quizá es hora de exigir una mejor función. No sea que luego toque pedir que nos devuelvan la choca de este circo vulgar.
- Salvo en Telesecundaria, con dinero de injerencia externa, perdón, de cooperación internacional, agrego.