Administramos miseria

No confundamos la infamia del ladrón con la miseria del pobre, con la miseria de nuestro Estado de pobres.

El clasemediero vive en el dilema. Puede tenerlo todo, pero no todo a la vez. Aprende a ser frugal, pero las opciones son buenas: ir al cine o salir a cenar, tomar vacaciones o ahorrar para el carro nuevo.

El dilema del pobre es malo. Tener algo, por poco que sea, siempre exige renunciar a otra necesidad básica. Si come, no tiene para vestir. Si consigue para el techo, sacrifica la comida y el vestido.

Ahora imagine que, dada esa diferencia, alguien le roba al pobre. No le alcanza y encima le quitan. Esto describe la situación del Estado guatemalteco. Ayuda a entender la indignación ante la corrupción, latente aun bajo la calma chicha que vivimos desde las elecciones. El que roba al pobre merece especial oprobio moral. Es despreciable quien roba a muchos y muy pobres.

Pero no confundamos la infamia del ladrón con la miseria del pobre, con la miseria de nuestro Estado de pobres. El pobre sobrevive sofocado en el dilema, obligado a prescindir de bienes indispensables. El Estado guatemalteco igualmente sobrevive administrando miseria.

Hoy algunos insisten en que nuestro problema mayor es la corrupción. Y vaya que es un problema enorme. Doce mil millones de quetzales robados de un presupuesto anual de 70 000 millones. Uno de cada seis quetzales del gasto público, 17 % que no llega a su destino. Pero, aunque cueste creerlo, esa corrupción es el problema menor porque es como robar al pobre: aunque agarre al ladrón y este devuelva lo robado, igual no saldrá el pobre de su pobreza. Apenas regresará a la plenitud de la miseria en que ya vivía.

Pongo de ejemplo mi tema favorito: la educación. El Mineduc no tiene el volumen de obra pública que tanto atrae a los contratistas mafiosos. La mayoría de su presupuesto se gasta en salarios, y allí el problema es el desempeño. Así hasta los conservadores se esmeran en reconocer la gestión ministerial. Encima, aunque grande, es un ministerio pobre. Hemos visto que, de un estimado del 6 % del PIB necesario para hacer bien el trabajo de educar, Guatemala apenas invierte el 3 %, la mitad. Con una estrechez así no hacemos sino administrar miseria.

Veamos los números reportados a la Unesco. A precios constantes para comparar entre años, en 2006 y 2007, cuando la ministra Aceña puso todo el empeño en fortalecer la primaria, se gastaron entre US$719 y 733 anuales por estudiante de primaria. Para cada estudiante de básico o diversificado quedaron solo entre $321 y 442 al año. Luego vino Ana de Molina y le dio un urgente empujón al diversificado en 2009 y 2010, que llegó hasta $571 por estudiante por año. Pero el presupuesto total seguía rascando el 3% del PIB y el dinero tendría que salir de alguna parte: el gasto por estudiante de primaria se desplomó, bajó a $586 por año.

Entra Cynthia del Águila en 2012. Les apuesta a la primaria y al ciclo básico. ¿Adivine qué pasó con el diversificado? Otra vez al sótano, con apenas $287 por estudiante por año.

¿Aceña era buena y De Molina mala? ¿O De Molina buena y Del Águila no? La pregunta importa porque queremos buenas ministras, pero en términos del presupuesto es casi irrelevante. Cualquier prioridad destruye la capacidad de mantener los logros en otros temas.

Suponga que la corrupción del sector fuera igual a la del total de la administración pública, el 17 % que apunté arriba, un 0.5 % del PIB. Suponga que controla la corrupción y que no se lo roban. ¿Dónde queda su presupuesto educativo? ¡En el mismo 3 % del PIB, la mitad de lo que le hace falta! Imagine que encima se lo agregan y llega a tener el 3.5 % del PIB. Gran victoria. ¿Llegó al 6 % necesario? Por supuesto que no.

A las tres ministras les tocó administrar miseria, y otro tanto hace hoy Rubén Alfonso Ramírez. Entendamos: en educación ponemos recursos muy inferiores a lo necesario por bien o mal que se administren. Es tentador decir corrupción para oír que exclaman: «¡Así se contesta!». Pero, como siempre, para aprender importa más una buena pregunta: ¿cuánto cuesta una educación con calidad?

Sí, denunciemos la corrupción, persigámosla con ahínco, pues robar al Estado es quitarle pan al pobre. Pero no se engañe buscando excusas, especialmente si usted es parte de la élite económica. Corregir la corrupción ni a leguas resolverá el problema de no invertir suficiente teniendo la riqueza para hacerlo. Mejorar la educación exige sacrificarnos, empezando por los que más tenemos.

Original en Plaza Pública.

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