Lo único que determinará dónde se coloque quien gane la elección, si en el extremo de la caricatura obscena o hacia el fulcro ideal, será la presión ciudadana.
Imagine un continuo. En el centro se balancea el candidato ideal. En cada extremo están, respectivamente, las caricaturas de Sandra Torres y Jimmy Morales.
La ciudadanía aspira al ideal, y los candidatos buscan convencernos de que lo son. Hoy, por la corrupción, pedimos sobre todo gente honesta. Anclado en buenas políticas, un liderazgo que haga crecer la economía, la inversión y el empleo. Que no esté sujeto a los grandes capitales o al narco. Con ministros competentes, queremos un líder que se lance a dividir las aguas del mar de problemas que nos ahoga: superar la pobreza, acabar con la violencia, educar a todos, dotar de medicinas los hospitales, construir carreteras, ganar credibilidad internacional, cobrar impuestos con justicia. En fin, una maravilla inexistente, pero que sirve para medir a los candidatos de verdad.
Luego están las caricaturas en los extremos. Entre prejuicios, ofertas electorales descabelladas, algunas verdades y mucha desinformación creamos una ficción que representa a cada aspirante. Como buenas parodias, exageran las facciones.
Para Torres, la caricatura se llama Sandrofobia, una distorsión que, en este país sin izquierda funcional, consigue el prodigio de llamar comunista a una candidata de centroderecha. Sandrofobia incluye la crítica a las transferencias condicionadas no por su administración opaca o su falta de evaluación seria, sino por la manida queja de que no hay que dar el pescado, sino enseñar a pescar. Aun siendo la innovación social más eficaz de la década, y a pesar de que la élite, los militares e incluso la clase media urbana somos una auténtica multitud de mantenidos, Sandrofobia es el doble rasero que juzga a Torres por ser mujer con una severidad que no se aplicaría si fuera hombre. Pero Sandrofobia incluye también la ambición sin límites, el financiamiento cuestionable.
Con Morales, aún estamos construyendo la caricatura. La llamaré OPM Versión 2.0. Paradójicamente, los primeros trazos los puso el mismo candidato. Como comediante, creó personajes que ahora se confunden con el actor. Como un moco pegajoso, cuesta separar del candidato el humor racista de nuestra pésima televisión. Haciendo gala de su inexperiencia, agregó otro trazo queriendo convertir su debilidad en virtud. Aceptarlo por esto es como escoger al curandero chambón luego de sufrir a manos de un médico inescrupuloso. OPM Versión 2.0 incluye las sombras tras el personaje: nexos con militares impresentables, componendas con la oligarquía más contumaz. Es el temor de que será más de lo mismo o peor.
En alguna parte entre esos extremos caricaturescos y el balance ideal están los candidatos de carne y hueso. Con bondades y puntos flacos están Sandra Torres —la gerente eficaz— y Jimmy Morales —el bienintencionado independiente—. El problema, por supuesto, es que usted y yo no sabemos dónde. En este país de campañas opacas y prensa incompleta, escasamente podremos determinarlo.
¿Está Torres más cerca de la bruja asesina que pintan los pasquines en Facebook o de ser nuestra mejor oportunidad para recortar el poder militar, cuadrar el círculo con el Cacif y ganar tiempo para una reforma del Estado? ¿Se sitúa Jimmy Morales en el extremo, como pelele militar que descarrilará los logros del MP, la Cicig y algunos jueces justos? ¿O reconocerá sus limitaciones, escuchará a la ciudadanía y creará un balance entre Ejecutivo débil, Legislativo fragmentado y Judicial urgido de mejora?
No piense que por dejar de votar evitará ese dilema. Tampoco escapará marcando una papeleta. Pasada la segunda ronda, siempre terminaremos con una presidencia imperfecta, rodeada de intereses espurios, amarrada por compromisos innombrados, con planes incompletos y sin presupuesto. Morales estará influenciado por la misma gente que presiona a Torres. La debilidad fiscal del plan de Torres lo acercará más de lo que ella quisiera a la falta de plan de Morales. Ambos encontrarán un Estado desfinanciado. Si gana el comediante, será una mala representación de la candidata experimentada. Si gana Torres, será un mal chiste contado por los financiadores a costa del comediante.
Lo único que determinará dónde se coloque quien gane la elección, si en el extremo de la caricatura obscena o hacia el fulcro ideal, será la presión ciudadana. Hasta el Congreso más corrupto de nuestra historia pudo desaforar a Pérez Molina por la presión ciudadana. En contraste, Maldonado Aguirre, el viejito simpático, hace desmanes porque la ciudadanía está callada. Y seguirá si nos quedamos quietos. No se engañe: ni Torres ni Morales serán buenos presidentes por su libre antojo. Solo harán el bien para la mayoría, que somos los ciudadanos, si se lo exigimos, nos organizamos, los vigilamos y los castigamos por no cumplir.