Dice mi amigo Carlos, tipo muy gracioso, que ver el hocico largo de los perros no debe hacernos pensar que están silbando. Distingamos las cosas que son causa de las que son efecto. Más aún, reconozcamos que algunos hechos no son causa ni efecto, sino olas que marcan la marea profunda.
Hoy las elecciones ocupan los tres roles. Son causa del cambio de gobierno: ayer se sentaba fulano en la silla presidencial y tras las elecciones será mengano, pues sacó más votos. Son efecto, consecuencia remota del pacto político que llamamos Constitución, consecuencia inmediata del proceso que administra el Tribunal Supremo Electoral. Finalmente, son apenas mojones, señales sobre las lindes del poder, ya sea en la continuidad o en el cambio.
Asumir que las elecciones definen el poder es ingenuo. Zimbabue tuvo su primera elección en 1980. En 1985 fue electo Mugabe como primer ministro, quien asumió como presidente en 1987. Desde entonces han tenido allí cinco elecciones presidenciales. Como candidato ganador cada vez, Mugabe va para 28 años de ser presidente. Aquí, desde 1985 hemos tenido siete elecciones presidenciales. Nunca ha repetido ningún partido, y cada presidente ha sido distinto. Pero sigue mandando la misma gente. Siguen beneficiándose los mismos. ¿«En estas condiciones no queremos elecciones»? Esa batalla se perdió hace ratos.
Más que quitarnos el sueño matando al mensajero que son las elecciones, preguntémonos cuál será el aviso que dejará el 6 de septiembre, cómo cambiará la frontera del poder marcada por el mojón del 25 de octubre.
El poder, y el Cacif como su hijo encarnado sobre la Tierra, siempre han entendido esto. Maniobran antes de las elecciones con el fin de que gane el candidato más afín. Pero reconocen que ese es el problema menor. Con ganancia o sin ganancia, igual tocará prepararse para manejar al que llegue.
Saquemos lección de esto. Antes de patear la hoguera y regar tizones, que igual nos queman a nosotros que a los contrincantes, pensemos sobre lo que queremos hacer con el fuego, cómo afecta nuestra causa. Indaguemos sobre los escenarios posibles: Baldizón en el Gobierno, Baldizón en la oposición, Baldizón en la cárcel. Zury inscrita robándole casualmente el voto militar a Jimmy Morales. Sandra Torres volteando la tortilla en segunda vuelta. Jimmy Morales calzándose la faja presidencial como un Bucaram chapín. Y así todas las permutas de pesadilla. O quizá, poco probable, con alguien decente en Casa Presidencial. ¿Cuáles son las intenciones de la ciudadanía activa, de la ciudadanía hastiada? ¿Cómo se concretará la intención democrática de quienes no callaremos más en cada uno de esos escenarios?
No se engañe. Sacar a Pérez Molina de Casa Presidencial apenas será un incidente. Quitar del camino al embustero rojo, un accidente. Detrás hay una larga lista de sustitutos prestos a tomar el espacio desocupado. La pregunta no es qué quieran hacer ellos. Eso ya lo sabemos: robar. La pregunta que debe ocuparnos es qué queremos hacer nosotros, la ciudadanía; qué queremos conseguir nosotros, los que nos llamamos demócratas; adónde queremos llegar; cuál es nuestra estrategia.
Sí, hay que hacer unidad para enfrentar la coyuntura. Sí, hay que hacerlo porque por algún lado se empieza. Tenemos tantos años de soledad que el ejercicio resulta saludable. Pero el propósito de la unidad no está en eso. El pacto debe estar en los resultados deseados, en las aspiraciones concretas. Ya tocará después ajustar la estrategia, desplegar las tácticas para enfrentar al pícaro del día. Porque aquí tenemos pícaros para muchos días.
Por eso, porque a los buenos nos urge encontrarnos en los resultados, es que hay que enunciar el futuro que nos desvela, nombrarlo y quererlo juntos. Yo apenas le dejo un bosquejo. Le apunto algunos mojones de este camino que sí necesitamos andar juntos: una economía organizada para servir a la ciudadanía con un mínimo digno, no para expoliar en favor de los pocos; un Estado plurinacional, que no es ocurrencia de filósofos ni de lingüistas, sino organizar políticamente una realidad que ya somos socialmente; servicios, sobre todo de educación y salud, a los que todos —ricos y pobres— queramos aspirar, más que evitar; y una sociedad donde la violencia no reine, el Ejército esté subordinado al poder civil (si acaso tiene razón para existir) y la cobardía no se excuse con amnesia. Un futuro de clasemedieros (que no somos clase, sino identidad), indígenas, ladinos, criollos y extranjeros, igual da, pero que ya no nos conformamos con escribir columnas, colgar denuncias en Facebook y señalar abusos, sino que salimos a buscar prosélitos para nuestra causa, la democracia.